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Nov 08, 2020 La Quinta Pata Recomendada Comentarios desactivados en Fidelidad al Negro
El 10 de noviembre se cumple un año de la muerte de El Negro Ábalo; mayúsculas por doquier, se lo merece. Las mayúsculas sirven para gritar o para resaltar algo a otro nivel y en esta ocasión se trata de lo segundo mezclado con lo primero.
Cuando me preguntaron si quería escribir algo por el aniversario de la muerte del Negro, acepté de toque sin dudar. Pero después llegó el pensamiento: «habría que hacerle un homenaje al Negro, ¿y qué es un homenaje?», lo google, desde su raíz etimológica se trata de «un juramento de fidelidad hecho a su señor». Golazo, pensé, le voy a fidelizar mi amor una vez más, lo hice cuando estaba con vida, ¿cómo no lo voy a hacer para el día de su muerte?
….
Lo recuerdo muy seguido al Negro, básicamente cada vez que ocurre alguna injusticia se me viene a la cabeza, lo veo puteando para todos lados. Me represento su cara y percibo sus gestos de señor indignado, el entrecejo fruncido, los ojos enervados, metiéndole una pintada a un pucho como se la mete un cowboy de una película yankee en un bar en el medio de la nada. Él con su sombrero, Él con su pantalón de vestir negro y la camisa celeste que lo convertían en un tipo de otro tiempo. De un tiempo en donde a las injusticias se las daba vuelta con el cuerpo y empuñando algún arma.
Me gusta pensar a cada vez: ¿qué diría El Negro frente al desalojo por ejemplo? Porque es mi mejor forma de mantenerlo con vida en mi representación, y aunque Él no lo sepa, a veces mantenemos largas charlas donde todo termina en una revolución armada. Era parte de sus sueños y era mi sueño cuando él estaba con vida porque me demostraba en acto que era posible, me convenció de eso el cabrón.
Tengo una deuda muy grande, de esas que no son posibles de pagar, porque cuando lo conocí portaba mucha resignación y Él la convirtió en indignación. Había renunciado a la presidencia del centro de estudiantes que formamos con unxs cumpas, renuncié cuando llegó el momento de transar y no me la banque. En esa andaba, pegando manotazos de ahogada, buscando algún espacio que llenará el hueco gigante que me dejó el centro de estudiantes. En ese tiempo alguien me habló de El Negro y «La Liga por los Derechos del hombre» (más tarde le dije al Negro que a esos derechos le faltaban mujeres o a las mujeres los derechos y se indignó a medias porque me dió la razón), y mi manotazo de ahogada se trastoco, dejó de serlo, se convirtió en una elección verdadera sin precedentes.
En una de nuestras primeras charlas me contó sobre sus años de bohemia, puchos, libros, guitarreadas y revoluciones. Enloquecí, sobre todo cuando me habló de su unión al ejército del Che, no lo podía creer! Ya llevaba algún buen tiempo leyendo sobre El Che, sentía que no existía nadie en el mundo como él, me sentía muy sola con mi ética bien moralizada de ese momento y me entretenía con mis libros encontrando eso que no hallaba en la realidad material. Porque cuando estaba en el centro de estudiantes veía como pibes de mi edad en ese momento (20 años) se rifaban hasta a la vieja por unas elecciones y me ponía del orto, no veía futuro justo posible si mi generación era eso. Supongo que por eso me refugiaba en el idealismo que siempre portan los libros, son amables las revoluciones de papel, pero cuando conocí al Negro de repente la realidad material me mostraba a alguien que sustentaba sus cojones con un valor y una nobleza de la ostia. El Che no era un ideal, era de carne y hueso, y yo conocí a otro de carne y hueso que se convirtió en un ideal.
El Negro militaba como pensaba y pensaba como militaba, y también lo hace en nuestras largas charlas nocturnas. Un tipo brillante, no había contradicción en sus maneras, aunque sus paradojas aparecían en el terreno del amor. Recuerdo que una vuelta lo fuimos a ver con un cumpa a una presentación de alguno de sus libros, cuando cerró hicimos un brindis con vino como a Él le gustaba. Estábamos ahí y aun no teníamos un lazo-lazo, asique me acerque un poco con timidez para pedirle una foto y a Él le dió vergüenza, yo tímida Él vergüenza, dos pavos. Es que El Negro no era de los honores, sólo de los brindis, y yo no soy de las fotos arregladas, sólo de las charlas. Aún así, entre mi boludez y la de Él, nos sacamos la foto y me contó que estaba escribiendo otros libros, me acuerdo que pensé: «Mierda! el tipo ya tiene como 80 años y sigue escribiendo». Entre otras cosas contó que estaba escribiendo una novela romántica y murmurando y todo pícaro dijo: «Pero no puedo dedicársela a nadie para que las cosas no se me compliquen». Yo me cagué de risa, no sólo era un cabron si no que además un tipo muy impune. Pero ese era el juego que hacía consigo mismo, Él no pertenecía a nadie y a todxs al mismo tiempo, pero muchxs sabíamos a quién le entregaba su corazón. En ese terreno aparecían las contradicciones del Negro, la puja entre sus aires libertarios y la muchacha por la que se encarcelaba solito pero no sin chistar.
Creo que a partir de ese día me convertí por un tiempo largo en el taxi del Negro: él me indicaba la hora, el lugar y el hecho, yo lo buscaba e íbamos desde a marchas, hasta encuentros con gente del Partido Comunista (claramente el Negro hizo que me afiliara y vendiera la prensa por un tiempo, que hdp!), pasando por algún trámite de él o por alguna excusa de encuentro. Yo le preguntaba ingenuidades y Él me daba clases de historia gratis, y casi siempre me retaba o me miraba extremadamente mal si no iba a alguna marcha. Era de esas miradas que necesitas rápidamente hacer algo para reivindarte, zafarla y recuperar el amor del otro, a cara de perro mal.
En los terrenos de la militancia era el Rey, de esos que no hace falta ponerle corona porque la actúan sin tenerla y en todo caso, para actuarla no la necesitan. En el último tiempo se convirtió en una leyenda, literal, hablaba en código leyenda y cuentos: cualquier situación por pequeña o grande que fuese le servía de excusa para contarse y contarnos a quienes sabíamos escucharlo de sus anécdotas con La Negra Sosa, con El Tejada Gómez, con El Che, su primer trabajo como periodista en no me acuerdo qué diario, sus andanzas entre los vinos, las revoluciones, las muchachas enfaldadas y los bares.
Que loco! Muchxs de grandes pierden la memoria, El Negro fue de quienes la recuperaron, o tal vez de quienes se agarran a lo que fueron para no perder lo que son, como reviviendo instante por instante sus propios atravesamientos. Capas tenía miedo de olvidarse quien había sido, y tal vez por eso escribió tantos libros como pudo en el último tiempo.
En su velorio hubo hasta guitarras y cantos, Él estaba en el cajón tieso y para no perder la imagen que teníamos de Él le pusimos un cigarro; en una de esas se lo fumó mientras reía sin que lo viéramos, lo creo capaz. Recuerdo que había mucha gente, algunas caras de la militancia amiga y otras de la militancia que una prefiere perder de vista, pero incluso esxs capas estaban ahí por su propio honor, tal vez recordando a alguien que vale mucho más que sus chanchadas. El Negro lo logró, nos junto a propios y ajenos en los mismos metros cuadrados. Yo me llevé el mate, tenía que hacerlo, cuando íbamos a marchar juntos yo llevaba el mate y al Negro eso le gustaba, ¿cómo no lo iba a llevar el día que Él eligió irse? Porque un tipo como El Negro le canta vale 4 a la muerte y elige cuándo si y cuando no.
Ese día, en medio del velorio, de repente muchas caras se fueron transformando, habían cuchicheos de militancia, algunas lágrimas, enojos, llamadas por teléfono agitadas, secretos, caras pálidas, otras incrédulas. Rápidamente la noticia se difundió y en pleno velorio se oyó: «algo pasa con el Seba Moro». Comenzaron los primeros chismes y chismosxs, y como es natural en mi quise abarajar hipótesis falsas para defenderme una vez más de las injusticias del mundo que no entiendo y espero nunca entender. Pero cuando salimos del velorio con mi vieja estaba preocupada, me aterraba que algo le sucediera. No éramos amigues con el Seba, o capas Él no sabía que era mi amigo, porque cuando empecé mi militancia con El Negro, sólo asistía a los juicios de lesa, las marchas por gatillos fácil y cosas del estilo, y como buena contempladora de casi todo y mala participante de algo sólo miraba a los alrededores pero no me acercaba a nadie. Él y su hermana Penélope siempre andaban por ahí, eran parte del paisaje de mis primeros descubrimientos.
El Seba estaba en el paisaje que descubrí con El Negro y el que me gusta contemplar: espacios donde no hay grandes juegos de poder y menos que menos repartos de puestos y guita, todo lo contrario de hecho, espacios donde el objetivo es denunciar esos mismos juegos y a sus jugadores en acto. Pero las contempladoras y solitarias somos así, tenemos amigxs que aún no saben que lo son y nunca se van a enterar tampoco. Sumado a mis buenos y malos hábitos: a lxs unicxs que me acerqué y con lxs que marchaba era con lxs +70, lxs jóvenes más grandes o más chicos que yo no me conquistaban, aún no lo hacen, quizás por lo vivido años anteriores. Más allá de eso, a veces leo a mi generación como una máquina de consumir discursos pero en la práctica no mastican ninguno, mucha boca abierta y pocos dientes. Por eso caminaba con el Negro, con la Flor que también se fue (HLVS compañera!), ahora con lxs muertxs y el paisaje.
A mi lxs muertxs me dan vida y lxs vivxs, muchas veces, muerte. Los muertos como el Seba me producen tanta indignación que me llevan a gritarle vida a lxs muertxs vivientes. En todo caso, como dice Callejeros: «no veo ninguna ruina en aquellos que murieron avanzando», lo digo enserio y muy seria, encuentro más vida ahí que en cualquier otro lugar. Algo así sería: dime qué clase de muertxs sostienes con vida y te diré que clase de vida o de muerte llevas.
Finalmente, morimos como vivimos, por eso en las noches donde charlamos con El Negro le pregunto: ¿cómo voy a morir?, porque me preguntó en ese mismo acto ¿cómo estoy viviendo?. Dicen que El Negro, como buen indignado hasta último momento, se encargó de militarse y finalmente putear a la vieja que tenía al lado en la cama del hospital; en el mismo mes el Seba también murió como vivió: de laburar con «trapitos» a denuncias de gatillos facilitados a volverse un testimonio de los testimonios de los juicios de lesa, a denunciar días, horas y minutos antes de que ocurra el golpe de estado en Bolivia (FUEELGOLPE). Hay más ejemplos, Favaloro se la pasó estudiando cómo salvar el corazón de la gente y por ende el bypass, para terminar suicidándose con un tiro en el suyo cuando ya no pudo salvar a nadie más por los aprietes de la corrupción, y en ese acto se salvó a sí de vivir sin poder hacerlo. El Che Guevara buscó tanto la muerte de las dictaduras latinoamericanas (aunque también africanas) que luego de Cuba empezaron sus revoluciones suicidas, dicen que al llegar la parca, también en Bolivia, dijo: «Póngase sereno y apunte bien, va usted a matar a un hombre».
En fin, en Noviembre del 2019 La Quinta Pata se quedó sin dos patas: El Seba y El Negro. Decí que tenia 5!! quedaron tres haciendo malabares. Pero entre las tres quedó la pata señalada y coronada por El Negro: La Eve. A Ella también le caben las mayúsculas, y en realidad con Ella sola alcanza, El Negro no se equivocaba cuando señalaba a alguien, la leía antes de que cualquiera pestañara. Capas habría que haberlo llevado al casino y jugar a la ruleta, en una de esas… quién te dice.
Y en este momento, en la charla que estamos teniendo con un vino y unos armados de por medio, se ríe avergonzado por todo esto, les juro que sigue siendo de los brindis y no de los honores, el muy pícaro es de los que empuñan las armas, no de quienes las ostentan en una repisa de vidrio para el alarde, sigue siendo el que dispara sin aplausos porque justamente, no es eso lo que busca.
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