Las comodidades que tanto acongojan

Nov 17, 2015 Marcelo Padilla Opinión Comentarios desactivados en Las comodidades que tanto acongojan

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La sombra le ha ganado piel a la calle. Es silencio horizontal el barrio de casas bajas y, por goteo, salen de sus cuevas las viejas y los viejos. Los niños ya se cansaron de patear la pelota, esos dueños de las siestas a pleno sol, malditos duendes que se escapan del confort de la humildad de la pobreza. Bajitos los arboles aún felpudos. Este planeta es plástico de botellas y papelería de comidas rápidas. Ya no llueve más. Nunca más. En este día con la noche en ciernes, al menos, no habrá más agua que culpar.

La vacuidad de los objetos, la canción de las persianas, el tranco de los diablos, los mecheros y las tijeras herrumbradas, vertical, topan en la acequia. La podredumbre es nuestra. Solo nosotros lo sabemos por eso valoramos esa flor salvaje que crece en los humedales de los desiertos cada tanto. En las sentaderas hay pasto hediondo de sábado por la tarde. Indómitos en el celaje, pasamos de un estado a otro, metafísica, macedonianamente. Sopas viejas en botellas de vidrio en la heladera. Solos. Acunados por la tocata y fuga de los parias que se fueron.

Las calles están saliendo de los autos y los canales de las aguas. Es el delirio que se lleva puesto al sistema nervioso central. Hasta los hospitales escapan de los enfermos. Las cárceles de los presos; uno, al menos, recupera la libertad y de adicto nomás se chupa cuatro cajas, se toma un papel de merca y sale de gira para caer de vuelta. Habituados, ni el más libertario quiere la libertad. Vivimos en una permanente puerta giratoria para pensar. El sucio encierro anida una pizca de libertad imaginaria que le da sentido a la vida. Después, la vacuidad de los objetos, y así.

Al mar lo hemos imaginado, por eso es que existe, como el barco, inventado por el agua de los ríos que confluyen en yungas. Debajo, en las catacumbas, se ve mejor. Antropológicamente desarrollados, los ojos, ven. El tacto es perfecto a la porosidad de lo fútil. Nos hundimos en el sueño para matar a nuestros demonios. Así conjuramos. No alcanza con la sed. Ni tampoco con el hambre. Esta prosperidad se desmorona por efecto de los autoatentados. Somos una especie miserablemente inconsciente y manipuladora de nuestros deseos. Asco nos damos con el de enfrente y nos pisamos los talones.

La conciencia de clase se diluye en estos keynesianismos chabones. Queda la anarquía de los ociosos funcionando a espasmos eléctricos. Químicos nuestros cuerpos, vacilantes los ánimos, pendemos de los puentes colgantes añosos. Hemos venido al mundo para destruirlo por partes. Y la guerra y el amor duermen en la misma cama. Vacilo pensando. Entumecen las certezas. El formato da origen al discurso y el discurso se vacía. Hasta que alguien se junta con otro y se forma una cadena equivalencial de anarkos que se cansan.

Gritos en la diáspora.

Luego, uno solo, hecho masa en estado primitivo, o de barbarie organizada. Y, una vez que prende un fuego, los incendios cotidianos. Irrumpen los dolientes, salen debajo de las piedras. Mórbida en el rictus, la facie se transforma, a los corderos en lobos. Y en ese aullar, las hecatombes. Pateros, en pelotas, nacerán de a miles los antídotos de los iracundos.

Ya sabremos qué es lo que está pasando cuando dejemos las comodidades que tanto acongojan.

happy wheels

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