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Abr 29, 2018 La Quinta Pata Latinoamérica Comentarios desactivados en Bolivia construcciones III: Cielos
No, ni Menem con su delirante cohete a la estratósfera, ni Urtubey con su aplicación criminalizante de niñas a futuro, ni el ex ministro de Educación y actual senador Esteban Bullrich con cualquiera de sus burradas interplanetarias, hubiesen podido elucubrar la impresionante red de teleféricos que el gobierno central ha hecho realidad en las ciudades de La Paz, El Alto y Oruro. El proyecto “Mi Teleférico”, en constante expansión, tanto como el universo del que ya es ejemplo a escala mundial, cumplió cuatro años el 23 de abril y La Quinta Pata estuvo en la exposición celebratoria a fin de reflejar la magnitud y calidad de esta octava maravilla.
“Mi Teleférico” es la empresa estatal boliviana de transporte por cable surgida en 2014 que, en base a un sistema integrado con el transporte terrestre, espera concretar hacia 2019 una amplia red de más de una decena de líneas que ya interconectan a El Alto con La Paz y el sur de la ciudad, junto a ramales nuevos como el de Oruro. Con sus actuales 21,1 kilómetros de tendido ya es el más extenso del mundo y uno de los más modernos. Funciona con energías renovables de alta incidencia en la protección ambiental, brinda un servicio digno que tiene el objetivo superador de mejorar la calidad de vida de todxs lxs bolivianxs, construye desde un concepto integral de desarrollo humano con inclusión social y es el ejemplo modélico de empresa nacional autosustentable. Todo en apenas cuatro años de existencia “que le cambiaron la vida a la población”, según lo reflejó el 26 de abril el gerente ejecutivo César Dockweiler, en una impecable exposición abierta a la prensa en la que plasmó resultados e indicadores (https://issuu.com/miteleferico/docs/los-numeros-de-mi-teleferico-2018) que hacen a Mi Teleférico referente en movilidad urbana, armonía entre Madre Tierra y desarrollo urbano, economía del país, desarrollo humano y estándares de calidad.
Con los minutos de sobra como para llegar tarde me desperté a las puteadas el jueves, ya que el “desayuno de trabajo” al que me habían invitado personalmente sobre los cuatro años de gestión empezaba a las 7.30 y eran casi las 7 y tenía no menos de media hora en bondi hasta la rotonda Vita, próxima a la sede de la empresa, donde confluyen la antigua estación de trenes y la moderna estación central de la línea roja del teleférico. Un mensaje de whatsapp punzaba desde la noche anterior en el teléfono, pero, por las corridas, decidí no abrirlo hasta ir arriba del minibús o del “micro góndola” que me llevaría a destino. “Seguro que es del grupo de Comunicación Oficial” pensé, por alguna urgencia nacional en la apretada agenda presidencial que arranca a rajatablas todos los días a partir de las cinco de la mañana, con fines de semanas incluidos.
Pero no, el mensaje era de mi hermana Penélope, también periodista ella, y acuciaba que “Pueden / puedes exiliarte de todo. Menos de la escritura”. La frase, que más tarde me diría que es de Poniatowska, terminó por despabilarme mientras respiraba el frescor paceño y me acomodaba por un boliviano y medio en un viejísimo colectivo mediano de formidable chasis color verde y sólo comparable a los que alguna vez vi en La Habana. Mi respuesta fue: “Ay, no me hagás llorar. Estoy yendo con la madrugada en un micrito tercermundero a cubrir el aniversario del teleférico…” Luego, una vez en mi casa, retomamos el diálogo, siempre girando bastante en torno a este oficio, y me tiró que para laburantes comprometidos como nosotros “el periodismo es una herida”. Coincidí pese a mi reciente felicidad por haber hecho mi primera cobertura de prensa en suelo boliviano, entre flora y fauna movilera local, con líos de cables, simulaciones de apretones de manos y voracidad generalizada a la hora de aprovechar el copetín ofrecido. Como en cualquier parte del mundo.
“Herida absurda”, musité a la par que repasaba la mañana en apuntes del cuaderno que describían el viaje matinal hasta la exposición de Mi Teleférico: “Ya está medio mundo activo, el tránsito, los bocinazos y vendedores de lo posible y de lo imposible ya encienden el caos. Voy al teleférico súper-moderno en un bondi viejo, del que descubro al lado del espejo mayor del chofer el enchapado que nombra su gracia: ‘Dodge 1960 / Blue Bird / Body Corp / Port Valley, Georgia’. Una voz adulta dice ‘en la esquina por favor’ y me sorprendo al descubrir que es un niño que baja para ir a la escuela. Estar perceptivo me pone sensible y la radio del chofer me desnuda: escucho que la niñez de Serrat sigue añorando el Mediterráneo (¡oh!), que Roberto Carlos quiere tener un millón de amigos y que, seguidito, Julio Iglesias (¡!) implora que no se rompa la noche señor y dejar de ser el huevón que tropieza dos veces con la misma piedra…”
¿Periodismo? Ah sí, correr detrás o antes de, bajarse del micro, seguir corriendo, pasar el control, llegar al auditorio, oír de un colega de recepción ‘qué grande su credencial compañero’ -por el tamaño en que imprimí la de este glorioso medio-, aflojarse, reír y ponerse manos a la obra. Y empezar por el final, porque justifican esta nota y el anterior anecdotario personal las palabras con que el gerente Dockweiler concluyó su balance antes de las preguntas:
“Sesenta delegaciones de distintos países nos han visitado para conocernos. Quizás sea el único sistema de transporte del mundo en el que se han movilizado cuatro presidentes en función, Rafael Correa de Ecuador, Heinz Fisher de Austria, Luis Solís de Costa Rica y obviamente nuestro presidente. Más de 90 medios de comunicación del exterior han venido a reflejar la experiencia de los bolivianos, algunos muy conocidos y otros que ni siquiera sabíamos que existían. Y venían con un propósito, querían reflejar qué era lo que estábamos haciendo los bolivianos. Eso significa que este proyecto se ha convertido en un referente internacional. En un momento yo le decía al presidente Evo que no recuerdo qué proyecto boliviano ha recibido tantas delegaciones y medios del exterior. Sé que hay proyectos mucho más importantes para la economía y el desarrollo de nuestro país, pero éste, como referente internacional, creo que es sin igual”.
“Más que los números hay algo en lo que Mi Teleférico ha contribuido de manera muy importante. Ayer en un diálogo personal refería que lo que ha generado el teleférico es una revolución individual. Y eso tiene que ver con el creer. Y efectivamente, esta revolución está ligada a que la población boliviana hoy cree que puede desarrollar este tipo de proyectos. Los bolivianos podemos concretar este tipo de proyectos. Hace varios años atrás nos dijeron que los bolivianos no sabíamos, que no podíamos administrar nuestros recursos naturales, que no podíamos administrar nuestras empresas, y entonces invitaron a los extranjeros a hacerse cargo de lo nuestro. ¿Y qué hubo de los bolivianos? Empezaron a salir al exterior porque no les estábamos brindando las oportunidades. Este proyecto nos está demostrando que los bolivianos sí podemos hacerlo. Esa es una revolución en las personas. Pero además hay otro elemento: los bolivianos ahora sí creen que se merecen sistemas de transportes dignos, porque ya pueden comparar, antes pensaban que lo que tenían era lo que se merecían. Hoy tenemos un parámetro para poder exigir mejor calidad de transporte, y así vamos a empezar a reclamar más oportunidades de trabajo y más oportunidades de calidad de vida, que ése es el proceso que estamos construyendo”.
La construcción y puesta en funcionamiento de la red teleférica consta de tres etapas entre 2014 y 2019 dentro del sistema integrado de transporte público. En 2014 se habilitaron las líneas amarilla, roja y verde; en 2017 las líneas naranja y azul; y en lo que va de 2018 las líneas Oruro, blanca y celeste. Antes de fin de año están estipuladas las líneas plateada y café y un par más se inaugurarán en 2019, todas están en proceso de planeamiento y construcción. Hasta el 31 de marzo de 2018 han sido transportadas más de 120 millones de vidas, con un crecimiento del 264 % en lo que va de la gestión. El promedio diario supera las 163 mil vidas y el récord se produjo el 7 de febrero de este año, cuando un paro de transporte elevó las cifras a más de 291 mil.
Si bien el volumen de usuarios varía de línea a línea, siendo la roja y la amarilla las de mayor transporte, el uso es parejo en los días hábiles y se incrementa los días de semana, especialmente los domingos. Las estaciones emblemáticas son la Central y 16 de julio de la línea roja, Mirador y Sopocachi de la amarilla y Villarroel de la naranja. A su vez cada una de las líneas alterna algunas cabinas color azul en homenaje a la reivindicación marítima.
La actual participación de Mi Teleférico en el sistema integrado es del 6 % respecto al uso del transporte terrestre en sus múltiples modalidades -buses municipales, micros, minibuses, taxis colectivos (trufis) y taxis individuales-, pero alcanzará el 12 % en 2020 cuando la red esté completamente interconectada. Dicha interconexión llega hoy a 10 millones y medio de pases en las zonas de transbordo. Además, se estima que el ahorro de tiempo de una persona que realiza 30 viajes al mes en, por ejemplo, la línea amarilla, suma 17 días al año, es decir unas vacaciones completas.
También son fundamentales los aportes a la economía nacional: si bien la inversión global es de 4186 mil millones de pesos bolivianos -dividir por 6,95 para conocer en valor dólar-, Mi Teleférico evita el consumo de 17,9 millones de litros de gasolina equivalentes a 3.947 mil millones de pesos. A su vez contribuye con capital para los bonos sociales Juancito Pinto -más de 46500 niños beneficiados-, Juana Azurduy y Renta Dignidad, y es la única empresa de transporte que emite facturas y tributa al erario cerca de 13 millones de pesos. En cuanto al trabajo ha generado 4825 empleos indirectos y 1930 directos, cuyo grueso se encuentra en la construcción del tendido. También 886 estudiantes graduados han articulado su primera experiencia laboral y el ahorro en gastos de transporte a la población es de más de 135 millones de pesos, principalmente a personas discapacitadas, tercera edad y estudiantes de hasta 24 años que pagan la mitad del pasaje, es decir un boliviano y medio, equivalente a cuatro pesos argentinos.
En lo financiero sobresale la capacidad de sostenibilidad de la empresa, con una recaudación global superior a los 404 millones de pesos bolivianos, de los cuales el 87 por ciento abarca el monto por pasajes vendidos y el resto por negocios complementarios como alquileres, concesiones, parqueos, publicidad, souvenirs y servicios sanitarios. Los gastos corrientes llegan a 326 millones, con lo cual el saldo positivo es mayor a 77 millones. También es destacable la alianza comercial a través de convenios transparentes con otras empresas privadas y estatales -en una relación de 56/44- y la creación propia de 27 software que permiten importantes ahorros y son solicitados por otras instituciones. Salvo en la importación de alta tecnología y de componentes mecánicos complejos, la empresa no terceriza, de allí que su sector técnico sea muy importante y que esté próxima la concreción de un enorme centro de mantenimiento, dado que “pieza que se rompe no se arregla, sino que se cambia directamente”.
Mi Teleférico funciona con un sistema fotovoltaico a través de 134 paneles solares que permiten que en todas las cabinas haya conexión a internet, iluminación y comunicación por intercomunicadores, con un índice ínfimo del 0,26 entre uso de energía por pasajero y kilómetro en relación a los vehículos tradicionales. Esto evita el consumo de más de 26 mil litros diarios de gasolina y la emisión diaria de 59 toneladas de gases contaminantes, reduciendo al mínimo la generación de sustancias nocivas al medio ambiente y promoviendo la disminución de enfermedades respiratorias. En simultáneo ha impulsado la reforestación urbana en veredas, plazas y jardineras con un total de 7238 ejemplares, un 21 % del arbolado existente en la ciudad.
Entre áreas verdes, peatonales y de parqueo en las estaciones ha contribuido en 99126 km2 a la infraestructura urbana, de los cuales 29.001 están en construcción, y en más de 35651 m2 de vías vehiculares. Sin embargo, esto representa apenas un 15 % de lo que implicaría la construcción de una avenida de dos carriles de 21,1 km. De las obras de innovación y adaptación al espacio urbano destacan los 59 ciclos parqueadores para el uso de transporte no motorizado -en cada una de las cabinas entran cómodamente seis personas y dos bicicletas-; y las estaciones Busch -tipo puente-, Villarroel -subterránea-, Triangular -micro-estación- y San Jorge -torre de ascensores.
Se trata de un medio de transporte que beneficia a los estratos más vulnerables de la población: el 68 % de los usuarios es de bajos ingresos, un tercio del total son trabajadorxs independientes y otro tercio son estudiantes, el 46 % son mujeres y el segmento etario de entre 15 y 36 años alcanza al 62 %. Todas las estaciones tienen ascensores, escaleras mecánicas y cientos de metros-guía para personas con movilidad reducida, y hay 136 empleados capacitados para su atención. El programa “Corazones solidarios” aporta juguetes y prendas de vestir para niñxs en situación vulnerable, e indigentes en albergues transitorios. Los centros de salud “Vida para todos”, situados en algunas estaciones, tienen una atención tres veces mayor que los centros de primer nivel y, en general, el teleférico protege a sus usuarios contra la contaminación ambiental y acústica.
A su vez, la población se apropia del proyecto: desde la red se han propiciado 800 reuniones entre vecinos, autoridades y organizaciones sociales; decenas de ferias ambientales, educativas, comerciales, industriales y sanitarias; actos cívicos y por el “Día del Mar”; y cientos de eventos culturales, con un total de más de 1200 actividades de socialización y cientos de miles de participantes. Las estaciones son intervenidas con grafitis y arte urbano, cada vez son más masivos los conciertos “Do Re Mi Teleférico”, y ya está por concluirse el ensoñado Museo aéreo-terrestre “Putu Putu”. Más de 5 mil niñxs de 50 escuelas han recorrido las instalaciones y el número se triplica considerando los concursos de dibujo sobre “cómo ha mejorado mi país en los últimos años, mi derecho a ser protegido, cuidado del agua y alimentación saludable”.
Es una empresa joven en la que se perciben la calidez del trato y la excelencia en la atención, que son correspondidas cariñosamente por el público. Cuenta con 633 empleadxs, de las cuales un 36 % son mujeres. Este índice se explica porque son pocas aún las egresadas de las carreras ingenieriles -que demandan la mayor cantidad de trabajadorxs-, y crece en proporción a los hombres en las tareas administrativas y operativas. La edad promedio es de 32 años, con un porcentaje de 48 en el segmento de 31 a 40 años y de 32 entre lxs menores de 30. La capacitación es permanente.
Mi Teleférico es el atractivo turístico número 1 de la Paz, está calificado como excelente o muy bueno por el 95 % de lxs usuarixs y figura entre los 10 mejores servicios de transporte por cable del mundo, además de convertirse en un referente obligado y sede de encuentros internacionales entre ciudades y países interesados en su sistema. A nivel local es pionero en calidad de servicio, seguridad, limpieza y contacto permanente por reclamos y con sus seguidores vía redes sociales. Y tiene un índice de puntualidad y de disponibilidad que raya el 100 %, tanto como la garantía en mantenimiento técnico y de servicios constantes, con un centro de control y monitoreo único en el país.
No, no se trata de un cuento de ciencia ficción sudaca ni me tragué una píldora de cartelería institucional. Verdaderamente el teleférico boliviano es un lujo en todos los sentidos expuestos y es una realidad de una dignidad tan cotidiana que es conveniente no naturalizar y valorar todos los días. Porque como me dijo un profesor español en plan de sugerencias de notas, cuando ya sabía que escribiría sobre esta experiencia en construcción, “yo haría algo sobre Evo Spiderman, que se ha montado una red colorista aérea para superar que me parece maravillosa. No acaba con el desastre de los autos, pero ha solucionado la vida de mucha gente. Un recorrido humano por esas autopistas del cielo y conversar con la gente da mucho juego. Mirar hacia abajo mientras se recorren las líneas te hace ver cómo es la vida de la gente, es como ir en un dron. Los barrios y casas de los ricos y las zonas más deprimidas, todo está ahí, a la vista de todos. Las fotografías son únicas. Esa ciudad es única”.
Y sí, volar en el teleférico por los cielos alti-paceños es un placer para los sentidos y para los súbitos arrebatos humanos del corazón. Y lo escribo en esta Bolivia del sol, creyente de sí misma y sabedora de que la leyenda malograda del viaje de Ícaro le puede seguir siendo ajena mientras mantenga las panorámicas en el recorrido perpetuo de su identidad, clave de todo presente y futuro. Lo escribo mientras vuelvo a revisar una y otra vez como nene feliz los souvenirs del “desayuno de trabajo” por el cuarto aniversario de Mi Teleférico: folletería, una cajita tubular con lápices de colores -una torre y las seis líneas- y un morral de calidad en el que, percibo ahora, entra perfectamente la gloriosa netbook argentina del Plan Conectar Igualdad, único bien que me traje de la debacle y del saqueo en los que mal nos supimos achicharrar.
*Algunas de las fotografías de esta nota son de autores diversos y pueden encontrarlas en https://www.instagram.com/miteleferico/
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