De ausencia y recuerdos

Nov 08, 2020 Évelin Torre Rincones Comentarios desactivados en De ausencia y recuerdos

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Corría el año 2009 cuando lo conocí. Había comenzado a interesarme en la temática de los derechos humanos y una de sus sobrinas me encomendó “andá a verlo a mi tío”. Yo en esa época no sabía quién era el Negro Abalo.

Me citó en la sede que Apyme tenía por aquel entonces en calle San Lorenzo y desde el primer minuto supe que estaba frente a un fuera de serie.

Con la templanza con la que habla quien ha vivido una vida cargada de emociones, comenzó a impartirme su clase de historia. Me habló de las noches de bohemia, de sus inicios en el periodismo, de su militancia política y de su exilio tras el golpe del 76.

Antes de despedirme, me regaló un ejemplar de su libro El Terrorismo de Estado en Mendoza y me nombró “Secretaria de Prensa” de la Liga. Allí quedé mirando en forma atónita a ese hombre que me había conocido hace una hora y ya me encomendaba semejante tarea. Obviamente no pude negarme, lo suyo no fue una invitación sino más bien una orden que, obedientemente, acaté.

Yo había llegado a esa oficina con una mirada académica de los derechos humanos, formada en aulas, con libros y leyes. Desde allí las realidades son anónimas, lejanas, difusas. Pero en poco tiempo el Negro me enseñó a ponerles nombre y apellido, a palparlas y verlas con mis propios ojos, desde abajo, desde el barro, donde duelen de verdad y calan en lo más profundo de las entrañas. Y el Negro también me enseñó a transformar ese dolor en lucha.

Empezamos a reunirnos casi a diario. Me recibía en Apyme con su inconfundible “eh muchacha!!!!” y en cada reunión me contaba sus interminables anécdotas e historias -algunas las repetía incansablemente-.

Un día, en una de esas reuniones habituales me dijo “para este domingo tenés que escribir una nota que vamos a publicar en La Quinta Pata”. Ahí estaba de vuelta ese hombre al que admiraba profundamente encomendándome una tarea para la que no me sentía capacitada, pero una vez más, no le pude decir que no.

Tal era mi inseguridad que creo que estuve 4 o 5 días escribiendo esa nota brevísima. Al final, no salió tan mal. Y le terminé agarrando el gustito. Él siempre supo que iba a ser así.

Con los años, el Negro se fue convirtiendo para mí en una figura paterna, que él cariñosamente asumió. Con esos años también vino la confianza propia de esa relación y hasta las discusiones y retos.

Cuando recibía un llamado de su parte que comenzaba con un “escúcheme m´hijita”, sabía que me estaba por ligar un reto o un llamado de atención. “Te voy a echar”, me decía cariñosamente.

Así era el Ramón, un tipo solidario con una coherencia que no he visto en otrx ser humanx. Confiaba en las personas, aunque sabía identificar como nadie a “los hijos de mala madre”, como les decía.

Este 10 de noviembre se cumple un año de su partida y no me acostumbro a su ausencia. Todavía espero los días lunes esa llamada de rutina para comentar la edición de La Quinta Pata del domingo, y hasta escucho el ritmo que tarareaba cuando caminaba, con su andar lento y su irrenunciable bolsa llena de papeles en la mano.

El Negro estaba grande, y yo lo sabía, pero su partida me agarró por sorpresa. Jamás me había representado la idea de vivir en un mundo sin él. Y está claro que sin la presencia del Negro este mundo es un lugar más feo para vivir.

Todo el tiempo me descubro preguntándome que habría hecho o que habría pensado él en determinada situación. Y repaso sus libros y sus notas publicadas en este periódico, que por suerte son un montón. Y de esa forma el Negro revive con sus anécdotas, enseñanzas, retos y experiencias. Y si lo pienso de esa forma, para mí el Negro va a ser eterno porque esa huella que dejó en mi ser, me va a acompañar por el resto de mis días.

Como él decía cada vez  que perdía algún compañerx queridx “su partida es sólo ausencia, porque su recuerdo nos acompañará siempre”. Así serás Negro.

happy wheels

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