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May 31, 2020 La Quinta Pata Literatura Comentarios desactivados en El cuento de la loca: “El papel amarillo” de Charlotte Perkins Gilman
Cuenta la loca que no es cuento su apelativo de “loca”. Desde tiempos inmemoriales existieron mujeres a las que se les atribuyeron incansables y aburridas referencias a ese transitar sensible por el mundo.
Uno de esos tránsitos, una depresión pos parto, concluyó en un acto de escritura creativa, un cuento, “El papel amarillo” («The Yellow Wallpaper” en inglés). Esta narración está inscripta en el género de terror de la época victoriana y refleja una historia semiautobiográica en la que relata la realidad del síndrome posparto.
En una breve biografía Cristina Carrasco Bengoa[1] destaca que Charlotte Perkins Gilman nació en Connecticut:
“en el seno de una familia de orden muy tradicional. Siendo niña, su padre abandona el hogar dejándola, junto a su madre y su hermano, en un estado de seria pobreza. La madre se ve obligada a dejarla en casa de familiares y/o amigas/os para que pudieran subsistir. Esto, unido al carácter poco afectuoso de la madre, hizo que Gilman desarrollara una debilidad emocional que estuvo relacionada con algunas etapas depresivas de su vida.
En 1878 ingresó a la Escuela de Diseño de Rhode Island y aunque no llegó a graduarse, aprovechó lo aprendido para confeccionar tarjetas comerciales que fueron su sustento en momentos económicos difíciles. Desde muy joven Gilman manifestó muchas dudas acerca del matrimonio y, a pesar de ello, se casó en 1884 -después de un primer rechazo- con Charles Walter Stetson, artista al que había conocido siendo estudiante de diseño. Al año siguiente del matrimonio nació su primera y única hija. La maternidad agudizó su contradicción vital entre “sus deberes maternos” y su trabajo intelectual. Las obligaciones familiares que se le atribuían como esposa y madre y que su marido esperaba que cumpliera, la llevaron a padecer una fuerte depresión. Con poca fortuna para ella, consultó a un prestigioso neurólogo de la época, Dr. Silas Weir Mitchel, quien creía que las mujeres debían ser el “ángel del hogar”, lo que le llevaba a diagnosticar histeria a la mayoría de sus pacientes femeninos. Enfermedad causada, en su versión, por la obstinación de las mujeres de imitar la actividad intelectual de los hombres. Por tanto, el remedio fue para Gilman el abandono de dicha actividad y una “cura de reposo” de seis semanas de duración, durante las cuales debía permanecer aislada en una habitación, sin ningún tipo de actividad. Esta experiencia le llevó a escribir una de sus obras más conocidas, El empapelado amarillo (The Yellow Wallpaper), publicado por primera vez en 1892”
El cuento de una loca que desafió a través de su escritura la autoridad literaria patriarcal decimonónica, narra la historia de su estadía en una casa colonial a la que fue recluida por prescripción médico- paternalista consecuencia de una crisis nerviosa postparto. El “encierro” en ese caserón la inspiró al relato más allá de la prohibición médica que le indicó no tomar una pluma que la pudiera incitar a fantasías capaces de proyectar su crisis nerviosa.
El cuento comienza con una descripción mordaz respecto a cómo su estado anímico era sometido a opiniones paternalistas respecto de lo que debía sentir/hacer y del cual era absolutamente consciente. Esa “protección” se vuelve metáfora en la descripción de esa casa antigua adornada por un precioso jardín pero que incluía un elemento extraño en su interior. De a poco el cuento nos va introduciendo en un ambiente más oscuro, propio de las convenciones góticas , develando el verdadero sentir de la autora al abrigo de una cuidada introspección.
Parte de ese cuento describe:
-“Puede que mi cuerpo esté mucho mejor (le dijo a su marido que insistía que ella se encontraba mejor a pesar que su ánimo difería de ese mandato ) comencé a decir, pero me detuve de repente al ver que se incorporaba con una mirada seria, de reproche, que no me permitió articular más palabras.
– Cariño, (reprochó él), te lo ruego, por mi bien y el de nuestro hijo, además del tuyo propio, ¡no permitas, ni por un instante, que esta idea invada tu mente! No hay nada más peligroso ni atrayente para un carácter como el tuyo. Tan solo es una fantasía tonta y falsa. ¿Acaso no me crees, como médico que soy, cuando te lo digo?”
Después de esa escena escribió respecto al horroroso papel amarillo que cubría la pared de su habitación y por el que se había obsesionado entre sus figuras….
“-A veces me da la impresión de que hay muchas mujeres atrapadas detrás y otras solamente veo a una: se arrastra rápidamente tras el tapiz y es su movimiento el que hace que se agite.
Al llegar a los puntos más brillantes se queda muy quieta y en aquellos más oscuros toma los barrotes con sus manos y los agita violentamente.
No cesa en su intento de tratar de atravesar esos barrotes. Nadie podría pasar a través de ese patrón… ¡es realmente asfixiante! Creo que es por eso por lo que tiene tantas cabezas”.[2]
Y continúa en un relato sombrío propio de un estado de miedo. Así, Perkins Gilman, traslada los encierros y las huidas de casas, cuerpos o mandatos patriarcales milenarios a un cuento como podría haber sido una pintura, un ensayo, o tan solo la propia neurosis. Sin embargo su punto de fuga se conectó con el arte.
Podríamos tomar las palabras de Gilbert y Gubar[3]: “Si las mujeres contemporáneas sí prueban ya la pluma con energía y autoridad, sólo son capaces de hacerlo porque sus antepasadas de los siglos XVIII y XIX lucharon en un aislamiento que sintieron como enfermedad, una enajenación que sintieron como locura, una oscuridad que sintieron como parálisis, para superar la ansiedad de la autoría que era endémica en su subcultura literaria”.
Según la biografía de Cristina Carrasco:
“En 1888, Gilman y su marido se separaron. Esta nueva situación civil -que en sus propias palabras, representó “su liberación”- le permitió un salto en su desarrollo intelectual. Comenzó a viajar por EEUU e Inglaterra tomando contacto con diversos círculos progresistas y participando en diversas actividades, conferencias y movimientos sociales. Durante la década de los 1890 estableció sus marcos político ideológicos centrados en el evolucionismo, el feminismo y el socialismo. En 1900 volvió a casarse, esta vez con un primo suyo, abogado en Nueva York. Pero este matrimonio fue muy distinto al anterior. Ella mantuvo su autonomía de vida y continuó escribiendo, desarrollando sus ideas y participando en distintos y diversos foros. Destaca su participación entre 1909 y 1917 como directora y única escritora de la revista The Forerunner.
A lo largo de su vida, Gilman abarcó un amplio campo de disciplinas, fundamentalmente se interesó por la sociología, la economía, la literatura e, incluso, la arquitectura. Utilizó todo tipo de escritura –poesía, ensayos, novelas- para dar a conocer sus ideas respecto a la situación de las mujeres y los valores sociales de la época. Planteó una crítica profunda a la división dicotómica de la sociedad entre privado y público y la asignación de roles según el sexo. Para ella, el hogar, tal como se concebía, era una institución que oprimía y aislaba a las mujeres, lo cual las hacía dependientes económicamente de sus maridos y las excluía de derechos políticos y sociales. Su obra es extensísima: ocho novelas, alrededor de ciento setenta relatos cortos, más de cuatrocientos poemas, una decena de dramas y monólogos; además realizó numerosas conferencias en los EEUU y Europa, muchas de las cuales se conservan, y escribió más de mil artículos sobre diversos temas sociales y científicos.
Diversos autores y autoras tuvieron una fuerte influencia en su vida y en su pensamiento, al igual que los numerosos movimientos en los que participó. Sus biógrafos/as suelen nombrar como autores/as muy influyentes en su obra a Harriet Taylor, John Stuart Mill, Thorstein Veblen y Karl Marx; y como movimientos, el nacionalista en los EEUU por los valores de solidaridad humana que sostenía, el Fabiano inglés que pretendía extender los valores democráticos y garantizar el bienestar de toda la población, particularmente, la de la clase trabajadora y, especialmente, diversos movimientos y comunidades de mujeres. Comunidades, estas últimas, que apoyaron a mujeres como Gilman en su desarrollo intelectual y político a favor de la lucha por la igualdad de las mujeres.
En 1932 se le diagnosticó un cáncer de mama. Su marido la
pudo acompañar solo dos años ya que él murió repentinamente de una hemorragia
cerebral en 1934. Gilman entonces regresó a California para pasar el último
tiempo cerca de su hija. El 17 de agosto de 1935 se practicó así misma la
eutanasia ingiriendo una sobredosis de cloroformo. Su nota de suicidio sostiene
la libertad de elegir una forma rápida y fácil de morir sin sufrimiento cuando
la muerte es ya inevitable e inminente”.
[1] PRESENTACIÓN DEL TEXTO. CHARLOTTE PERKINS GILMAN (1860-1935) Cristina Carrasco Departamento de Teoría Económica Universidad de Barcelona. Revista de Economía Crítica, nº13, primer semestre 2012, ISNN 2013-5254
[2] Esta traducción corresponde a Marino Costas González; “Terror sin límites”, Ed.Uve Books;2017
[3] La loca del desván. La escritora y la imaginación literaria del siglo XIX. Ediciones Cátedra 1998.
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