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Nov 01, 2015 Ricardo Nasif La Pata Semanal Comentarios desactivados en El descarrilamiento (toma 1)
“Esta película ya la vi”, es una frase que ya escuché y escucho bastante por estos días. Y a mí no me la contaron, la película la viví, la oí, la sentí en la piel y sobre todo en la boca de la panza.
El film de terror de diciembre de 2001 reaparece como espectro predictivo para muchos a los se nos hace tangible la posibilidad del retorno a la debacle. La hipótesis formulada en los términos “…si Macri gana volvemos al 2001” viene cargada con la evocación de las imágenes del hambre y la desocupación masivas, saqueos, corralito, cacerolazos, piquetes, represión, muerte y helicóptero. Esa es la película que ya vimos, la que no nos contaron a los que tenemos memoria y más de 25 o 30 años, aunque me animo a proponer que abramos el foco y no la pensemos como una película completa sino como un fotograma del apasionante largometraje argentino de las últimas décadas.
Quienes decimos poseer –con humildad o petulancia- conciencia plena de lo que está en juego en términos históricos y, fundamentalmente, de los avances que podemos perder con el triunfo de la derecha más recalcitrante, tenemos también argumentos anímicos suficientes para el miedo, anclado en esas imágenes de diciembre de 2001. En la preocupación operan las sombras de lo que se avizora en un futuro sometido a la condición del triunfo de Mauricio Macri, que obviamente aún no ocurrió pero que por primera vez resulta ciertamente probable.
Pero una cosa es tener miedo por lo que eventualmente se viene y otra muy distinta es tratar de infundirlo para torcer voluntades o decisiones ajenas. Eso siempre me suena a un reflejo ligado a una especie de pedagogía que tenemos muy incorporada a nuestra cultura. Desde niños nos han puesto al dolor o al castigo como probables consecuencias de la mala conducta. A muchos nos asustaron con la chancleta, con el esperá a que venga tu padre, y hasta con el infierno, sin embargo igualmente hemos metido varias veces los dedos en el enchufe, especulamos con quien nos quita lo bailao si total nos van a pegar a la vuelta y, a pesar de habernos quemado con la leche hirviendo, de vez en cuando abrazamos una vaca.
Hay quienes tienen una gran seguridad en la enseñanza del pasado como una garantía para que no cometamos los mismos errores. Yo particularmente no soy de esos confiados, más por evidencia empírica que por convicción. Hasta podría decir, desde una mirada sesgada por supuesto, que nuestra historia es en cierto sentido el relato de los tropiezos con las mismas piedras. Pero la historia nunca es lineal, no es resultado de causas directas ligadas a efectos predeterminados y lo que para la clase trabajadora son errores suelen éxitos de las clases dominantes.
A mí me parece que la recreación de nuestro pasado debiera servirnos más para pensar colectivamente que para insistir con nuestro miedo sobre quienes no lo recuerdan o no lo tienen. En historia, en tanto conocimiento, a lo psicológico debemos imponerle la reflexión que nos permita un verdadero aprendizaje. Es por eso que se me ocurre provechoso hoy rebobinar casi dos años la película: desde el helicóptero despegando de la Casa Rosada al triunfo arrolador de la Alianza.
Vamos entonces a la foto del 24 de octubre de 1999, aquel domingo cuando la coalición de la UCR y el FREPASO encabezada por De la Rúa superó, con más del 48% de los votos, a Eduardo Duhalde del PJ (38%) y Domingo Cavallo de Acción por la República (10%). Al otro día el diario La Nación se pronunció en su editorial: “Los resultados que arrojaron las urnas no pueden interpretarse como un rechazo hacia las transformaciones impulsadas por el gobierno del doctor Carlos Menem en el plano económico, que pueden sintetizarse en la reforma del Estado, las privatizaciones de los servicios públicos y la convertibilidad del peso con el dólar, que deparó una estabilidad de la moneda sin precedente en las dos anteriores décadas. (…) Sí debe entenderse el veredicto popular como la respuesta ante un conjunto de nuevas demandas que no fueron satisfechas en los últimos años y como una expresión de rechazo hacia un estilo de hacer política con marcados rasgos de frivolidad. La percepción acerca de la falta de independencia del Poder Judicial, tanto como sobre la impunidad de algunos personajes vinculados con el poder político en sonados casos de corrupción, acrecentó, sin duda, el deseo de un cambio entre la ciudadanía.”
Y efectivamente, para los sectores dominantes lo que estaba en discusión entonces no era la continuidad del modelo económico neoliberal sino el surgimiento de nuevas demandas insatisfechas, el rechazo a un estilo frívolo de hacer política, la falta de independencia de la justicia y la corrupción de algunos políticos. Sobre esa agenda la Alianza había articulado su campaña electoral triunfante. De la Rúa era la alternativa del cambio, el aburrido que se oponía al fiestero corrupto, el moderado, el republicano. Un cambio que bajo ningún aspecto contemplaba la transformación del régimen de convertibilidad, la herencia menemista que todos los candidatos prometieron no innovar. La solución estaba en los nuevos ropajes políticos, renovados buenos modales, más seriedad, más ética, más diálogo en la unidad, sin derechas ni izquierdas. Y eso fue refrendado por una mayoría aplastante y transversal.
“La gente votó honestidad y propuestas de cambio”, tituló Clarín ese mismo 25 de octubre de 1999 y publicó una encuesta en la que explicó las motivaciones del sufragio al candidato de la Alianza: el voto independiente estuvo sobre la fidelidad a un partido, se priorizó la figura de De la Rúa más allá de los aparatos, seis de cada diez lo eligieron como candidato por su honestidad y el 35 por ciento quedó seducido por la propuesta de eliminar la desocupación, pero también pesó la promesa de terminar con la corrupción y la necesidad de instaurar una política social.
La cuestión era cambiar las formas, dejando intacto el modelo económico. Así, con esa primera escena, comenzaba el último capítulo del descarrilamiento. No me cabe ninguna duda que el tren del neoliberalismo conducido por Mauricio Macri pretende restaurar esa misma vía del cambio, del futuro por el pasado.
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