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Oct 11, 2015 Carlos Almenara Opinión Comentarios desactivados en Lo que ordena
El 25 de octubre elegiremos un nuevo presidente.
Inmersos en la campaña, los candidatos y candidatas diagnostican, pronostican, proponen y prometen. Qué tanto se crea a cada candidato dependerá del lector. Cómo se vincula el diagnóstico con los méritos y la coherencia también es subjetivo. Lo mismo respecto de la pertinencia de los planteos.
Las mismas categorías en juego son relativas. ¿Debo elegir al mejor candidato individual o inclinarme por mi identidad partidaria? ¿Mi ideología comulga con los postulados del candidato del partido de mi preferencia? ¿Decido yo o lo hacemos en forma colectiva?
Todas estas cuestiones y muchas más están en juego en cualquier elección.
Lo que representa una moraleja de este tiempo, un aprendizaje irreemplazable, es que la política no es un mundo autónomo, una dimensión incontaminada en que representantes y representados se vinculan sin interferencias. Al contrario, ni discursos, ni proyectos, aún bien intencionados, pueden avanzar si no tienen “poder” para hacerlo.
La idea de recuperar las AFJP no destaca por el ingenio, sí porque supone una decisión política y una fortaleza estatal que no ha sido frecuente en nuestra historia. Lo mismo con YPF, la Asignación Universal, las computadoras, la Ley de Medios, la moratoria previsional, en fin, sinnúmero de medidas que suponen enfrentar corporaciones.
Vaya a saber si alguna vez en algún lugar la política estuvo autonomizada, pero en estos años, en Argentina, la política expresa su ligazón inseparable con lo económico, social y cultural. Por eso, finalmente, más allá de las preferencias de los actores, los polos son dos, los modelos son dos.
Y son dos porque las lógicas principales son dos. Una lógica, que quiere volver, una lógica que tuvo un momento de esplendor en los noventa, es la lógica predominante en la historia argentina. La que acepta la división internacional del trabajo por la cual nosotros deberíamos producir ganado y granos para los centros industriales. Es la lógica con la que el puerto de Buenos Aires por donde salían nuestras exportaciones e ingresaban los productos manufacturados, en muchos casos elaborados con la misma materia prima antes exportada, sometía al interior del país.
No está demás reiterar que muchos de los ponchos de nuestros gauchos eran Made in Manchester, para colmo, hechos con lana argentina.
Esta idea fue predominante en Argentina. Se sostiene en que el país debería desarrollarse basado en la ventaja comparativa, que, por supuesto, es la pampa húmeda.
Para esta línea de pensamiento la relación que debería preocupar a Cancillería sería con los países centrales. No tiene ningún sentido CELAC, UNASUR, MERCOSUR o cualquier organismo regional.
El impulso de este modelo agroexportador no precisa del Estado. Al contrario, el Estado es un lastre, excepto en una cosa, una policía bien armada para tener los pobres y los revoltosos a raya.
Es un modelo probado, “exitoso”, con muchos defensores individuales y colectivos. La Sociedad Rural es la expresión institucional más clásica, pero paradójicamente la Unión Industrial con su conducción actual también avala este modelo. Ocurre que el poder en la UIA lo tiene Techint, que fabrica principalmente, porque tiene muchos negocios, elementos de siderurgia que son un tipo de commoditties para el mercado mundial.
No es la misma suerte de miles de talleres a lo largo del país que precisan administración del comercio exterior y promoción estatal.
Las retenciones son un punto clave en esta disputa de modelos. No es posible industria en Argentina sin retenciones a la exportación de soja y otros granos. Y esto, no por los ingresos ni las transferencias del campo a la industria, sino por una cuestión cara a los ortodoxos: el equilibrio. Si el tipo de cambio es único y no hay intervención estatal, es simple, no hay industria ni economía regional. Me corrijo, sí hay industria, Techint no tendrá problema. Y también economía regional, los grandes bodegueros como Balbo, seguirán sin problema, ayudados por muchedumbres en las puertas de sus bodegas desesperados por un trabajo, dispuestos a hacerlo por una pequeña fracción de los que están dentro.
El otro modelo, que ya insinué en algunos de sus caracteres, es de un Estado que recupera la soberanía democrática para disciplinar las corporaciones desbocadas. Que apuesta a la integración suramericana. Que defiende la diversidad productiva de la Argentina. ¿Con qué se sostiene? El soporte social y económico se lo da el empresariado que vende en el país, los gremios y trabajadores que precisan paritarias y creación de empleo, los industriales y empresarios de economías regionales que actúan en defensa propia (los hay que, alienados, se suicidan), los pobres y excluidos que precisan ayuda.
Es cierto, hay gran cantidad de matices, hay discusión, hay contradicción. Pero en este momento del país las fuerzas económicas, sociales, discursivas si se me permite, llevan a una disputa de dos y no más de dos bloques hegemónicos, independientemente de la cantidad de candidatos en disputa.
Los dos países en pugna son bien conocidos: el modelo agroexportador en su versión neoliberal noventista que quiere volver y un proyecto que aspira a continuar construyendo satélites en Argentina. El primero gobernó demasiados años, no dejó desastre por hacer, desde genocidio hasta publicidades para importar y bajar salarios. El segundo siempre fue abortado por golpes oligárquicos. Está en nosotros que esta vez no sea así.
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