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Feb 17, 2019 La Quinta Pata Mundo Comentarios desactivados en Ventana sobre monstruos invisibles
A esta altura de la historia y del desarrollo tecnológico de la humanidad es muy posible que prácticamente nadie pueda pasar por alto el grado de influencia y, en el otro extremo, de “colonización de las conciencias” que desde la modernidad de finales del siglo XIX practican los medios de comunicación sobre las sociedades de todo el orbe.
Lo que a partir de las revoluciones industriales, con su rostro oculto de explotación y esclavismo, se abría en el horizonte como una esperanzadora promesa de acceso universal al conocimiento con su correlato democratizador, en simultáneo a la invención de imprentas ágiles y al alcance de la ciudadanía burguesa de las antiguas repúblicas europeas y de las clases ilustradas de las jóvenes naciones americanas, termina siglo y medio después por revelarse cada vez más acentuadamente como “el sueño de la razón que engendra monstruos”.
En ese marco nació al mundo “la gran prensa escrita” de alcance masivo, cuya potencialidad a partir de la generación de noticias, investigaciones e interpretaciones de la realidad empezó a gravitar no sólo en la floreciente “opinión pública”, sino también en el entramado político de gobiernos, estados y movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios de todo el arco ideológico existente.
La sensación de verosimilitud de los hechos reflejados en la prensa gráfica explotó con los adelantos de la fotografía y pasó a otra dimensión con la invención de la radio en las primeras décadas del siglo XX. El periodismo pasaba a profesionalizarse y “la era de la información” parecía abarcar todas las facetas del progreso entendido desde Occidente, no sin algunos inconvenientes advertidos de manera temprana aunque no en su real impacto.
Experiencias como el nazismo vinieron a confirmar el enorme riesgo que entraña el uso y abuso irresponsable de esos medios en poder de sistemas autoritarios que influyen en la formación de generaciones enteras bajo el modelo de “aguja hipodérmica”. Surgió entonces la televisión, en medio de un mundo que a la par de informarse necesitaba olvidar las consecuencias catastróficas de la Segunda Guerra, inaugurando “la era del entretenimiento” y de la información como mercancía, ya sin visos humanísticos.
Las teorías críticas de posguerra profundizaron el análisis del rol determinante de la comunicación para la construcción de realidades, sin embargo estimaron que el influjo no era unidireccional y que, tanto individuo como sociedad, puede atenuarse. Ese presunto equilibrio estaba entonces en la percepción crítica y consciente de los consumos culturales, a mitad de camino de lo que Umberto Eco opuso entre “apocalípticos e integrados”.
Pero el imparable desarrollo tecnológico, inseparable de las lógicas de consumo capitalista, con la masificación de internet a finales de milenio y la híper-realidad de las redes sociales poco después a través de la portabilidad telefónica, reconfiguró las relaciones humanas (económicas, sociales, políticas) y corrobora una vez más en la historia de que todo pasa por una cuestión de poder, que mientras unos pocos detentan los medios, miles de millones son mediados.
Toda esta muy sucinta historia de los medios de comunicación viene a cuento para situarnos en un presente que indefectiblemente nos compele a todos, en tanto sujetos políticos, a ser conscientes de que más allá de las inaccesibles utopías de aislamiento social no hay escapatorias frente al elemento más distorsionador y disgregador de la posmodernidad: la mal llamada ‘posverdad’. Pese a ello, el vivir en estado de alerta frente a lo que mediáticamente consumimos, evaluarlo críticamente a diario y buscar o crear modos de comunicación alternativos son actos impostergables, sobre todo para militantes, para sostener mínimamente el necesario diálogo democrático entre sociedades y al interior de cada una de ellas.
Véase si no lo que sucede por estos días en cualquier país del mundo, llámense Rusia, Estados Unidos, Venezuela o Bolivia, donde las ‘fake news’ repartidas a cuatro vientos por corporaciones transnacionales de saqueo y explotación al servicio de los mismos poderosos de siempre, crean realidades ficticias a través de sus medios para desmantelar cualquier intento de resistencia.
Desmontar esa colosal mentira es condición excluyente para el futuro. De lo contrario, como decía el maestro Eduardo Galeano en su “ventana sobre las dictaduras invisibles”; “la libertad de mercado te permite aceptar los precios que te imponen / la libertad de opinión te permite escuchar a los que opinan en tu nombre / la libertad de elección te permite elegir la salsa con que serás comido”.
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