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Oct 30, 2016 Hugo De Marinis Reseñas de libros Comentarios desactivados en Wainfeld y Kirchner
Mario Wainfeld es lectura indispensable en el “Página 12” del domingo, así como Horacio Verbitsky, Alfredo Zaiat y las contratapas de José Pablo Feinmann, cuando el diario las publica, que no es muy frecuente en estos días. Los demás – todo lo demás – sin desmerecimientos y por única culpa de arbitrios personales, viene después. Estos autores atraen por sus estilos curiosos, educados, profesionales, y hasta enciclopédicos. Interesan sus rebeldías, visiones alternativas e independientes sin ocultar posicionamientos e ideologías. Son accesibles de algún modo, aunque para leer a Verbitsky (suelen compararlo con Noam Chomsky) hay que invertir tiempo y concentración por varias razones, entre las cuales el centimetraje de sus oraciones junto a la cantidad de datos y nombres que aporta, inquietan. Estos periodistas, con sus bemoles, ofrecen inteligencia y sutileza. Incitan a la discusión y al desacuerdo a los kirchneristas de paladar negro, a sus simpatizantes, a los que discrepan en el espacio nacional y popular, a cualquier pensamiento de avanzada (“La Izquierda Diario” lo entrevistó el 29 de octubre), y también a los adversarios que se hallen a la altura. El respeto a sus producciones, puede afirmarse, es general en el espectro mediático, pese al descrédito que antagonistas más toscos intentan endosarles.
Los artículos de Wainfeld
Cuando comencé a leer los artículos de Wainfeld en Página no le tenía la misma confianza que a otros de sus colegas. Nada raro en esto: siempre pasa al principio, a menos que el escriba te acierte un cross a la mandíbula. Hasta no hace mucho, para mí sus notas pertenecían a “todo lo demás”. El motivo de esta reticencia era que no me sentía cómodo con partes de su estilo y contenido. Por ejemplo, las habituales disparadas en sus crónicas hacia el estudiante graduado sueco haciendo un doctorado en la Argentina, sus vueltas para no terminar la tesis, las picardías jugadas a su director, su enamoramiento de una pelirroja cristinista y su acriollamiento se me figuraban forzados, fuera de lugar, ingenuos. Me desconcertaban así como las inesperadas apariciones de esos compatriotas cancheros – Calac y Polanco – en varios relatos de Julio Cortázar. Cualquiera que escribe insiste con motivos y recurre, a veces sin percibirlo, a palabras predilectas. Cuando el lector descubre el mecanismo se intranquiliza. Wainfeld usaba a menudo “palique”, “espinel”, “métier”, “anche” y otras. Ello, aparte de las digresiones y los cambios de código del lenguaje de la crónica al conversacional callejero, me obligaba a prestar más atención a la forma (nada mal fijarse en eso) que a los interesantísimos hechos que divulgaba, que era lo que buscaba. Por último los contenidos, perspicaces e informados, me resultaban más cautos que lo que me hubiera gustado. Subjetividades de un lector impaciente y demasiado apegado a la rutina que ya ha trascendido esas limitaciones respecto al autor del libro que reseño.
¿Ensayo libre?
Lo que había notado en sus artículos reapareció en Kirchner, el tipo que supo. Los textos sensibles y profundos le tienen una paciencia sin límites al lector precipitado. Lo que juzgué deficiencias ya no lo fueron. El escritor equivale a su estilo y a lo que dice; lo que no, lo inventamos. No conozco a Wainfeld – como ha de suceder con la mayoría de sus lectores – sino a través de lo que produce y publica, y de las imágenes que hay de él de fotos y de la tele. Me lo imagino en lo cotidiano como un patriarca chaparro y quedito, diría un mexicano. Una suerte de tío bonachón, tolerante y culto, portador de un humor fino algo chapado a la antigua. Dentro de esta mi virtual figura, el autor, en reportajes concedidos por la salida del libro, dibuja objetivos, ambiciosos por cierto, sin perder conciencia de la seriedad de su empeño. Lo registra con el pudor que otorga el reconocimiento del límite propio y la consideración de la talla de los que encararon entre el paisanaje el ensayo como forma de expresión – “…género de noble linaje, que ansío no haber deshonrado…” (pág. 23). Sin embargo, la humildad no lo engulle porque abre al debate un saber acompañado con la propuesta de un pacto de lectura que incluye entre otros puntos la invitación con deferencia a que se abstenga aquel que le “…atraen más los escándalos que la política…” porque este trabajo “…no lo interpelará” (pág. 24). No por casualidad Wainfeld cumple una función de importancia tal vez en el último o único diario distinto de los hegemónicos que se publica en papel en la Argentina.
El libro reflexiona y alienta asimismo la reflexión del que lee, ingredientes fundamentales de cualquier ensayo que se asuma tal. Cuando se habla de esto, uno puede proceder a conjurar a capricho a Ezequiel Martínez Estrada, Raúl Scalibrini Ortiz, David Viñas y Horacio González, y por ende tender a pensar que la obra frente a nosotros pertenece a otro costal. Quizá una meditación periodística con investigación o un híbrido moderno de divulgación con semejanzas formales a las de la producción de, por caso, un Arturo Jauretche. Uno debería distinguir de qué se trata exactamente, pero ya desde el siglo XX se hace difícil enzoquetarle género a una escritura. Lo anterior sea dicho sin la intención de rebajar el precio a esta lectura que contiene, sin dudas, méritos suficientes por lo que es, por lo que cuenta, por lo que revela y por su llamado al debate. Sin ir más lejos y sin que quiera decir mucho, La Nación lo puso al tope de los más vendidos el domingo 23 de octubre.
Ristra de conquistas
Wainfeld devela los entretelones de la lista que recitan de corrido los hoy en día cercados kirchneristas cuando son intimados a responder acusaciones de corrupción por la manada de periodistas adeptos en mayor o menor medida al nuevo gobierno. Citan la cuestión de los derechos humanos, la bajada de los cuadros y los juicios a los represores; la transversalidad, la unidad latinoamericana; las génesis del matrimonio igualitario, la ley de medios y la asignación universal por hijo. Todas estas circunstancias y otras más son expuestas al detalle desde una perspectiva dialoguista y a la vez crítica. Vale la pena apreciar cómo al promediar el trabajo el autor plantea su posición acerca de las denuncias de corrupción de los gobiernos del Frente para la Victoria. De la misma manera, interesa comparar lo que piensa de Fútbol para Todos en contraste de la perspectiva de Beatriz Sarlo en uno de sus opus más militantes, La audacia y el cálculo (Sudamericana, 2011). Solo después de la asunción del presidente Macri se puede calcular el valor y la potencialidad de que lo que fueron conquistas se esfumen hasta nuevo aviso. También se pueden sopesar los que el autor califica como yerros.
Días inciertos ya aparecieron y se continúan perfilando en el horizonte. Las voces de alarma abundan pero no surten efecto: los electores del mundo se inclinan por opciones de derechas lúmpenes, violentas y en demasiadas ocasiones, de escasa densidad intelectual. En nuestro país esto ya sucedió. Este libro, cuyo autor solo abriga la austera pretensión de que su texto en unos años mantenga vigencia, puede contribuir a penetrar un rico y controvertido periodo histórico reciente cuyo final permanece abierto.
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