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Dic 11, 2015 Marcelo Padilla Recomendada Comentarios desactivados en Breve crónica desde la Plaza del 9 de diciembre de 2015
Nunca un pueblo despidió así a un Presidente saliente. La Plaza de Mayo descamisada ardía en la tarde. Éramos cientos de miles que llegábamos al centro neurálgico del encuentro, en paz, y con una mezcla rara de alegría y tristeza, a despedir a Cristina, esa mujer que dejó el mensaje más maravilloso que puede dejar un líder de su altura: “en cada uno de ustedes hay un dirigente” –dijo, en uno sus parlamentos ante una apretadísima masa que sudaba por sus ojos.
Sí, nos caían lágrimas a todos por ese contagio. Si uno miraba a los costados, o se daba vuelta, veía las caras transpiradas y las gotas de sal que brotaban. Pueblo. Gritos de amor que te dejaban mudo, gargantas casqueadas. Se fue Cristina mirándole los ojos a quien se los tiene que mirar, dando cuenta a quien tiene que escuchar: al pueblo movilizado que ya no retrocede.
Caía la tarde -decía, sobre Plaza de Mayo. El cielo del día daba paso lento a la hora donde el corazón se hace nudo y la garganta traba los tragos de saliva. El aluvión zoológico del muestrario para los profetas del odio estaba ahí, estábamos, con la vibra de un pueblo negro estremeciendo. Por momentos en silencio abismal, piélago del mar de los cuidadosos ademanes en la Plaza tomada desde abajo, por arriba, trepados a los monumentos, a las pilastras de luz, a los mástiles. Éramos un pueblo que no admitía el naufragio de los barcos de pescadores autosustentables.
Sol, luna y tierra. Horas estoicas allí, en los últimos dulzores de un gobierno, esperando la palabra de una líder argentina sin precedentes en las últimas décadas. “Cristina: cruzaste los charcos, el siglo XX te estaba pariendo”- pienso decirle, entre la Túpac y los empoderados, pegados al monumento a Belgrano indivisible por los atrevidos negros y negras peronchos del conurbano que lo ocuparon.
El pueblo en la Plaza tapó a los próceres, invadió los espacios y el aire con las banderas. Era la despedida inevitablemente espiritual de los desposeídos de siempre que en doce años se sintieron escuchados y tomaron derechos por cuenta de sus luchas.
Era la despedida.
Nostalgia entenebrada. Horas al sol, horas que se evaporaban por goteo. La fuente, el agua de la fuente con niños acuáticos y viejos y viejas metiendo sus patas. Las patas en la fuente como en el 45. El peronismo eyectado, erecto en su lugar, cómodo en ese territorio de muerte y resurrección, de luchas populares y sangre derramada. La Plaza de la Madres. La Plaza y la Casa Rosada que ardía tras los ecos de la música de los Redondos y las Pelotas. Las pelotas de los muchachos peronistas y los ovarios de las compañeras. Banderas de indios, estudiantes, científicos, comerciantes, pueblo de barrio de matanceros, tucu, cordobeses, jujeños, menducos, santafesinos, entrerrianos, formoseños, salteños, porteños, santiagueños, pueblo. El lodazal satánico donde la barbarie cultiva su estirpe. Más de medio millón de voces de agradecimientos y gritos de amor posta. Nada de verso, posta. Era amor todo lo que sentía la masa y el latir de los tambores, y los vientos y las nubes. Todo era posta.
Cayó la tarde nomás, anaranjándonos las caras. Nos reconocíamos sin habernos visto. Por eso, nos abrazábamos con cualquiera. Por eso el abrazo compañero al que lloraba. Lágrimas con contenido. No había derrota allí en esas caras ajadas. Había poder popular. Sobre la dirigencia, la masa, se impone siempre. Y un trapo gigante para no olvidar jamás: “CRISTINA: los cargos son efímeros, la lealtad es eterna”.
Bella y entera apareció nuestra líder. Y ahí…explotó el mundo una visceralidad incontenible. Eran las vísceras que hablaban. Los brazos de Cristina abrazándonos a todos y a todas. El recuerdo eterno de Néstor, el repaso de los logros, las advertencias. Se nos iba la guerrera al reposo. Esos minutos de impotencia por no poder tocarla y hacerle un cariño suave que le de toda la salud del mundo para que se tome su descanso necesario. Para volver, siempre para volver porque no hay peronista que no quiera volver.
Nos entregó el poder a cada uno. Ahora… a ejercerlo.
Sin fin.
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