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Nov 08, 2015 Ricardo Nasif Opinión Comentarios desactivados en Cambiar la Historia
El 10 de diciembre de 2015 el próximo presidente va a ingresar por primera vez con la banda y el bastón a la Casa Rosada. Es probable que el hombre entre sonriente, un tanto emocionado y otro poco muerto de susto. Saludará a los granaderos, irá tomado del brazo o de la mano de la hermosa primera dama, saludará a diestra y siniestra, con predilección de uno u otro costado, mientras su hija o sus hijos caminarán a su espalda. El nuevo presidente recorrerá algunos pasillos y abrirá -o le abrirán- algunas puertas hasta llegar a la sala donde lo esperará un inmenso sillón vacío, grande de ausencia como pocas veces se haya visto.
En el despacho presidencial, al cual ya ha asistido otras veces en calidad de visitante, el flamante presidente empezará a jugar de local. Tal vez ese mismo 10 de diciembre piense en algunos cambios frívolos de decorado, de cortinas, de tapizados de los asientos, correr algunos muebles, cambiar de lugar algunos adornos. Seguro que el señor presidente cuando revise los cajones vacíos, sentirá que Cristina todavía no se ha ido y es probable que se le vengan a la cabeza uno que otro presidente, en calidad de sombra, espectro o haz luminoso. También puede que sufra o goce la tentación de mirar o saludar por el balcón mítico que da hacia la plaza del pueblo y de las madres santas.
El 10 de diciembre por la tarde, el primer mandatario tomará juramento a sus ministros y secretarios de estado en el Salón Blanco. Puede que su jornada palatina termine allí mismo o que más tarde descienda a la planta baja por las escaleras llamadas Italia o Francia o a través del ascensor presidencial que donó al país la infanta española Isabel de Borbón para festejar el primer centenario de su hija patria, en 1910.
En la planta baja, ese día, el siguiente, más tarde o más temprano, el futuro presidente entrará con toda su humanidad a la Galería de los Patriotas Latinoamericanos, donde en sus paredes penden las imágenes de los grandes líderes de la Patria Grande. ¿Sabrá el señor presidente cabalmente quienes fueron y qué hicieron San Martín, Belgrano, Moreno, Castelli, Artigas, Bolívar, Sucre, Manuela Sáenz, Túpac Katari y Túpac Amaru II? ¿Se irá a sentir interpelado por Rosas, Solano López, Martí, Pancho Villa, Zapata, Lázaro Cárdenas, Sandino y Torrijos? ¿Le revolverá la sangre o las tripas las miradas de Getúlio Vargas, el Che, Allende, Chávez, Yrigoyen, Perón, Evita, y Kirchner? ¿Qué hará el próximo presidente con esos cuadros? ¿Se animará a cambiar la historia?
Sé que a esta altura del partido electoral, faltando cinco minutos y con un trabajoso empate técnico, puede resultar superficial este planteo y de un carácter contrafáctico de dudosa pragmática, esa palabra tan reclamada por estos días. Pero me parece pertinente, profundo y hasta decisivo diría -si se me permite el exceso-, pensar sobre la relación que tendrá el nuevo mandatario con esos cuadros colgados por Cristina e inaugurados el 25 de mayo de 2010 junto a los presidentes Sebastián Piñera de Chile, Fernando Lugo de Paraguay, Evo Morales de Bolivia, José Mugica de Uruguay, Rafael Correa de Ecuador, Hugo Chávez de Venezuela y Lula Da Silva de Brasil.
El próximo presidente, le guste o no le gustare, se las va a tener que ver con el pasado todo el tiempo, con el reciente y también con el más hondo. Con esperanza o, como decía el poeta Alfredo Le Pera, con miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con su vida. Al igual que sus predecesores, el jefe de estado podrá desconocer la historia, negarla, eludirla, confrontar o reconciliarse con ella. Y esto que parece tan abstracto, terminará definiendo cuestiones tan concretas como las medidas económicas, los cambios institucionales, las relaciones internacionales, o lo que llamamos insistentemente como modelo de país. Porque la historia es confrontación permanente de proyectos antagónicos, por más que algunos todavía breguen falsamente por una Argentina Heidi o Lassie, o como dijo un ex presidente -que hace poco inauguró un monumento a Perón- “un gobierno para todos los argentinos, para los comunistas, socialistas, para el que quiere a Videla y para el que no lo quiere…“
Ya sabemos que un presidente descolgando o colgando cuadros no está haciendo una simple mudanza mobiliaria. Esta definición simbólica dice tanto como la eliminación o no de las restricciones al dólar, las medidas contra el delito, la apertura o no de las importaciones, la eliminación o no del impuesto a las ganancias, el 82% a los jubilados o la continuidad o el cierre de las paritarias, por dar sólo algunos ejemplos.
El próximo presidente sabe -y si no deberá saberlo- que su rol, entre otros, será releer la historia, reescribirla, reinterpretarla.
Pero insisto: ¿se animará a cambiar la historia?
Por lo pronto, en la Casa Rosada, en el mismo lugar donde se realizaron las exequias de Néstor Kirchner, lo esperan los patriotas latinoamericanos.
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