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Sep 20, 2015 Eduardo Paganini El baúl Comentarios desactivados en Cancioneros populares de Mendoza
En un texto de calidad informativa excepcional, la autora, docente de música y teatro, —nieta de nuestro folklorólogo Alberto Rodríguez— sintetiza la evolución del género discursivo ‘cancionero’ en nuestro país, y trata especialmente de los cuyanos, obra respectiva de dos autores esenciales para nuestra historia cultural: Juan Draghi Lucero y Alberto Rodríguez. Si bien en la nota se mencionan reediciones posteriores de estos volúmenes, hay que recordar que durante el año pasado hubo otra reedición desde Buenos Aires, pero también hay que decir que pese a esos esfuerzos editoriales que de algún modo rinden homenaje simbólico al acervo patrimonial de nuestra cultura, lamentablemente no publican las obras en su totalidad, según los originales que hoy se hallan inhallables. Y no es su responsabilidad, en definitiva, en tanto empresas comerciales que son. Es el Estado y sus funcionarios de turno quienes deben de una buena vez asumirla.
Hacia la década de los treinta del siglo pasado, Juan Draghi Lucero y Alberto Rodríguez se entregaron a la ardua tarea de recopilar tonadas, versos, leyendas y otras manifestaciones provenientes de la cultura popular. Así surgieron los dos cancioneros con que cuenta nuestra provincia. Esta nota es una reflexión sobre el significado de aquella aventura.
Originariamente se denominó Cancionero Popular a las recopilaciones de las rondas, coplas, romances, seguidillas, entre otras formas literarias muy antiguas, adoptadas por el pueblo para crear y narrar en un contexto de comunicación.
Los primeros Cancioneros del Viejo Mundo datan aproximadamente de los siglos XI – XII y se refieren a las compilaciones literarias y notaciones de canciones de los pueblos. Todos estos Cancioneros a partir de esa época proliferaron aceleradamente. Tenían los mismos formatos literarios y temas en común: lo descriptivo, lo narrativo, lo satírico, lo amatorio, lo filosófico, así como adivinanzas y supersticiones. Los Cancioneros poseen una complejidad y diversidad irrepetibles, como el origen y la historia que narran con significativas metáforas.
Según la historia, uno de los primeros que sobresale en el impulso de este trabajo del rescate de la cultura popular es el rey Alfonso X[1], que le encomienda al Marqués de Santillana esta tarea, así como lo hicieran por cuenta propia catedráticos, doctores en letras, filólogos, que justamente por la formación que tenían, reconocían la cultura popular como la fuente de lo culto, de donde hay mucho que aprender (Antonio Machado y Álvarez).
En América Latina, particularmente en nuestro país, este tipo de inventario fue registrado a fines del siglo XIX, cuando ya había una cultura eurocéntrica configurada en los pueblos americanos, fruto de la sincretización con las culturas bajadas de los barcos y los nativos. En algunas prevalecieron fuertes sedimentos aborígenes, y en otras de las mezclas y del mestizaje biológico y cultural surgieron nuevos fenómenos culturales.
Si bien se conocían en América crónicas y diarios de viajeros y religiosos donde narraban costumbres, anécdotas, descripciones muy completas para el conocimiento de la idiosincrasia lugareña de esos años, faltaba ese registro documental de las expresiones populares de las culturas vivas, vigentes, algunas ancestrales que supervivían, y que el pueblo relataba, cantaba, contaba, creía, las celebraba, porque había una necesidad de mantenerlas vivas, como forma de vida. Ese tipo de registro que requería un interés sincero y humilde de alguien que está comprometido con la cultura y la historia de un lugar, y que escuchara sus expresiones para hacerlos sentir protagonistas de su historia, estaba todavía ausente y sería más tarde, según Alfonso Carrizo, la tarea propia de los folcloristas.
En nuestro país, según los investigadores de la historia del folclore argentino es Ventura Lynch uno de los primeros que en 1883 recopila la música popular de la región bonaerense, al tiempo que escribe sobre las tradiciones de la Pampa argentina. También por esa época se destaca la figura de Paul Groussac, quien impulsa un cuestionario para la recopilación de tonadas, tristes, yaravíes, cuentos, creencias. Surgen hombres como Ricardo Rojas, quien propiciaba la recopilación literaria todavía no emprendida; como Estanislao Zeballos, que en 1905 recoge de boca del pueblo danzas y cantos populares del norte; como Jorge Furt, con el Cancionero Rioplatense en el que compila cantares de Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, Catamarca. Se podría nombrar muchos más con trabajos “breves pero de gran importancia para el conocimiento de la cultura popular argentina”, sostenía el Dr. Juan Alfonso Carrizo, autor de los Cancioneros de Salta, Jujuy, La Rioja, Catamarca, Tucumán. Contienen alrededor de 4000 cantares, y constituyen una obra trascendente para el estudio del folclore argentino y americano. Es fundamental la obra de Manuel Gómez Carrillo[2] con las recopilaciones de cantos y danzas de las provincias del noroeste básicas para el estudio de la música popular nacional, al igual que Andrés Chazarreta, para muchos el patriarca del folclore argentino, santiagueño, maestro, más tarde inspector de escuelas, que además de haber compilado las danzas y canciones de su provincia, en 1921 presenta en los teatros porteños un espectáculo de neto corte nativista con su Compañía de Danzas Nativas, despertando mucho interés por el conocimiento y difusión de estas danzas en la Capital Federal, siendo para muchos el primero que insertó el folclore a nivel nacional.
En cuanto a la región de Cuyo, por estos años, concretamente en 1925, se publicaba en Buenos Aires una gran colección de recopilaciones de mitos y leyendas de San Luis, de gran valor documental, por la investigación de la doctora Berta Elena Vidal de Batini, filóloga, sanluiseña[3]. La música popular cuyana, se hacía conocer a través de actuaciones en las radios porteñas, con la figura de Saúl Salinas, sanjuanino, que entre otras tonadas populares grababa la tonada La Pastora[4]. Y entre los años 1926-1928 se consagraba Hilario Cuadros como intérprete de la música nuestra con temas populares y otros de su autoría. Otros como Alfredo Pelaia, Cristino Tapia, cordobés, pero gran cultor y difusor del folclore cuyano en Buenos Aires, y quien según el compilador de estas historias Ramón Farías, fuera quien les enseñara las tonadas más tradicionales de Cuyo para que interpretaran a dúo con Carlos Gardel. También según Carlos Vega en el prólogo del Cancionero Cuyano de Alberto Rodríguez en el año 1933, se hacía escuchar la música cuyana por Ismael Moreno, con su conjunto “con el que interpretaba melodías de su autoría o estilizadas”. Pero aún no estaba presente este tipo de investigaciones de campo, documentalizadas, que más tarde se catalogarían también de carácter científico, por el trabajo de campo y notación de mano directa, hasta el momento con veinte años de andanzas en casi la totalidad del campo cuyano, y que se hace conocer en Buenos Aires en junio de 1933 por Juan Draghi Lucero y por Alberto Rodríguez, a través de la representación de estampas costumbristas, que incluían el repertorio del cancionero anónimo de Cuyo.
Como lo hiciera Andrés Chazarreta en el teatro Politeama, es ahora en la sala Wagneriana de la Capital Federal donde se presentan estas estampas cuyanas con la Compañía de Arte Nativo que dirigía Alberto Rodríguez, compuesta por doce músicos, actores, cantantes y bailarines, con guiones que incluían relatos y textos dramáticos escritos por Juan Draghi Lucero, de quien fue esta idea y que desde marzo de 1933 venían representando en el teatro Municipal de Mendoza con singular aceptación del público y la crítica mendocina. Al mismo tiempo, participaban con actuaciones radiales en el Teatro San Martín, que se transmitían a través de la cadena de radiodifusión para todo el país, difundiendo así muchas piezas del folclore cuyano de los siglos XVIII y XIX, no conocidas hasta ese momento. “La labor de estos folcloristas no se concreta a la recolección de temas populares, pues han organizado una excelente orquesta típica integrada por buenos elementos y parejas de bailarines criollos, todo lo que conforma un conjunto atrayente e interesante que ofrece a la vida musical del oeste argentino. El público del Signo pudo valorar el mérito de Juan Draghi Lucero y Alberto Rodríguez, quienes fueron objeto de expresivos y merecidos aplausos…” —decía la revista Antena al presentarse la Compañía en la sala El Signo, una sala de arte ubicada en la Avenida de Mayo al 1100, en una función especial que se hizo a la O hs. del mes de junio de 1933 para la prensa porteña.
Si uno revisa archivos, publicaciones, escritos y notas, se puede afirmar que esta fue la única etapa que compartieron juntos, y que este tipo de investigación, cada uno en su área, seguiría por varias décadas más. Pero es en 1938 cuando Juan Draghi Lucero publica en dos tomos con el título Anales del Primer Congreso de Historia de Mendoza, y con auspicio económico oficial de la Provincia, el Cancionero Popular Cuyano con unas 1.700 piezas: algunas de poetas populares y otras anónimas recogidas de Mendoza, San Juan y San Luis, con un prólogo histórico descriptivo de la región de Cuyo, como afirmó Juan Alfonso Carrizo, fundamentando con la geografía del lugar el porqué de muchas costumbres que influyeron en los caracteres del folclore cuyano. Este tiene una segunda edición en 1990 por Ediciones Culturales de Mendoza, y una tercera en 1997, por Ediciones del Canto Rodado.
El Cancionero Cuyano de Alberto Rodríguez sale a la luz también en 1938 por Ediciones Numen a través del Gobierno de San Juan, donde aparece el desarrollo musical completo de la música popular de Cuyo, con rigor técnico y carácter artístico, ya que está escrito para música de cámara, y “los ritmos musicales de Cuyo, propio de instrumentos de laúdes, son trasladados al piano sin perder las escenas musicales cuyanas” tan complicadas como ningún otro cancionero musical argentino, según afirmara Carlos Vega en el prólogo del mismo, a la vez estudio de la fraseología musical. Por primera vez se publican los trabajos documentales y analíticos de las danzas cuyanas que se remontan a la época sanmartiniana. Rodríguez publica 25 melodías de las casi 1.000 que recopiló para ser donadas al Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires que dirigía el Dr. Ricardo Rojas, con el fin de ser publicadas desde Buenos Aires.
Este tipo de trabajos se completa en 1947 con el Cancionero Popular de Córdoba en 1947, por Julio Viggiano Essaín.
Dentro del vasto panorama de las investigaciones nacionales de la cultura popular, en aquellos años —décadas del 30 y 40— urgentes y necesarias para la consolidación de su conocimiento y posterior inserción en las cátedras universitarias, y en las ponencias de los primeros Congresos Nacionales del folclore nacional y latinoamericano, la región de Cuyo quedaba inserta, con una compilación completísima.
Ahora bien, este tipo de trabajos supone en sí un itinerario con exigencias propias, distintas a las muchas que configuran los trabajos de campo del folclore. El trabajo de cualquier cancionero popular de una región, para que sea un aporte genuino, implica un contacto directo y compromiso por años con el mismo lugar, atendiendo todo tipo de situaciones y evoluciones que suponen los distintos estratos sociales. Implica un conocimiento empírico con el contexto integral del lugar, para poder explicitar lo que subyace en este, a través de la notación, y que no solamente tiene que ser veraz sino que tiene que ser documental, sistemática, clasificada, comparada, relacionada con las cientos de costumbres y formas de vida que dan lugar a las distintas variantes musicales y literarias dentro de la misma región, lo que supone una indagación más profunda, no propias de bibliotecas o laboratorios, sino que se produce muchas veces volviendo al mismo lugar, yendo a otros mucho más lejos donde el lugareño puede brindarle más datos o más versiones —lo que implica que una creación popular o un concepto, o un aporte, tenga que ser revisado, corregido infinidades de veces antes de plasmarlo definitivamente en el papel. Implica sortear esas vicisitudes propias de esa época, en que la radio no había llegado, como tampoco la fotografía, ni máquinas grabadoras, lo cual implicaba una gran memoria y dominio técnico. También por aquellos años, sin apoyos o subsidios oficiales que existían ya para algunos investigadores de las Universidades del noroeste. Tampoco (dicho por ellos mismos) existía una movilidad apropiada, más que un caballo, una mula o una carreta, para después continuar en lo que algunos folcloristas llaman estudio de gabinete, que en este caso el gabinete era la sombra de un parral, un brasero en invierno, una guitarra, muchos papeles, y tal vez volver a indagar por rincones más lejanos, las influencias y el porqué de cierta cantidad de predominios de cantares en relación con otras regiones. Para un folclorista, nada de eso debía pasar inadvertido. Revisando escritos, ambos coinciden en que fue una labor patriótica, sin ninguna especulación ni búsqueda de réditos, al igual que otros compiladores de otras regiones. Aquí lo que vale es solamente el interés de salvar del olvido antiquísimas producciones que conformaban las otras historias regionales; en el caso de Cuyo, empiezan antes de la década del año 20.
Sostiene el licenciado Luis Esteban Amaya, antropólogo especializado en estudios folclóricos: “El siglo XX cumplió con una de las expectativas fuertes que tuvo el siglo XIX, que fue sistematizar y jerarquizar los patrimonios culturales. En estas ideas se sostiene que todos los grupos humanos desarrollan sistemas taxonómicos, clasificatorios.
“Sistemas comunicativos orales que desarrollan tradiciones. Es necesario para que no se pierdan en épocas de grandes y acelerados cambios, inventariarlos. Para hacerlo se han aplicado distintas metodologías de recolección, unas más formalistas, otras más enfocadas en los significados sociolingüísticos. De esto da cuenta el folclore de los siglos XIX, XX, y XXI. Este auténtico arte popular oral fue etnografía viva. Hoy en muchos casos, cuando la gente se entretiene mirando televisión y no narrando casos, sucedidos, adivinanzas, ejercitando el placer de la conversación, se han vuelto una etnografía histórica.
“Recopiladas sistemáticamente, con método, con compromiso de los significados sociales que encierran, estudiadas desde una mirada científica, este arte se vuelve base de identidad. Identidad local, regional, nacional, mundializada.
“De patrimonio histórico de lo espiritual a la retradicionalización. Es documento que vive en nuestra construcción social. Con el tiempo ya no es de los autores, sino que es del pueblo. Somos nosotros. Los nuevos movimientos culturales, seguirán avanzando. Pero la memoria de los pueblos seguirá viva. Como están vivos nuestros muertos”.
Una tonada de Saúl Salinas (compositor de Gardel)
Fuente: Marina Carrara Rodríguez, Nuestros cancioneros populares cumplen 70 años, Mendoza, Los Andes, Sección Cultura, sábado 9 de agosto de 2008
Referencias:
[1] Contrato laboral improbable ya que el rey Alfonso X el Sabio vivió entre 1221-1284 e Íñigo López de Mendoza (Marqués de Santillana) lo hizo un siglo después: 1398-1458. De todos modos es sabido, que efectivamente el rey Alfonso el Sabio reunió en su corte a los sabios más destacados de las culturas árabe, cristiana y judía con el fin de reunir el saber contemporáneo.
[2] Manuel Gómez Carrillo nació en Santiago del Estero el 18 de marzo de 1883 y falleció un 17 de marzo de 1968. Fue músico, compositor, actor y recopilador argentino de importante trayectoria. Autor de música para danzas y canciones nativistas: Dos palomitas, Vidala del regreso, así como obras de mayor complejidad como ballets y sonorización de films.
[3] Berta Vidal de Battini, nació en San Luis, Capital, el 10 de julio de 1900 y deja de existir el 19 de mayo de 1984. Fue Maestra Normal Nacional, Profesora de Letras y Doctora en Filosofía y Letras por la Facultad de Filosofía y Humanidades en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Produjo una importante y extensa obra de la que se destacan El español en la Argentina y Cuentos y Leyendas Populares de la Argentina.
[4] Puede consultarse su letra en http://www.geocities.ws/folkloredesanjuan/la_pastora.htm
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