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Mar 20, 2016 Eduardo Paganini El baúl Comentarios desactivados en El algarrobo: uno de nuestros pocos árboles nativos
Con su estilo claro y ameno, Ariel Búmbalo nos detalla los valores culturales, económicos y sociales de esta especie vegetal, erigido en un verdadero “árbol de la vida” para quienes dependemos aun de sus productos. Por la mitología hasta por la lexicografía paseamos en este breve opúsculo que trae al foco de atención las virtudes de este protagonista silencioso de nuestra realidad.
Uno de los libros más maravillosos que puede visitar cualquier lector con ganas de aprender algo más sobre la rara especie a la que pertenecemos, es la Historia de las religiones, del antropólogo y filósofo rumano Mircea Eliade. En ese texto, Eliade se dedica a desentrañar con poética minuciosidad los mitos que están en el origen de todas las religiones y dedica uno de los capítulos, el octavo, a los vinculados con la vegetación. Allí escribe que “los árboles encarnan siempre a la vida inagotable” y que “la fecundidad, la opulencia, la suerte, la salud —o, en un estadio más elevado, la inmortalidad o la juventud eterna— están concentrados en las hierbas o los árboles.” Los pueblos escandinavos, escribe Eliade, conciben al Cosmos bajo la forma de un árbol gigante, habitualmente representado en un roble o un fresno, al que llaman Igdrasil[i]. Quizá no resulte demasiado arrogante afirmar que, para los pueblos del extremo sur de América, una condición similar, de ‘árbol cósmico’, ha sido encarnada por el algarrobo. Aun sería más atrevido pero también más preciso decir que para los pueblos primitivos de este lado del mundo el algarrobo fue ‘el Árbol de la Vida’.
Como Igdrasil, cuyas raíces “se hunden hasta el corazón de la Tierra donde se encuentran el reino de los gigantes y el Infierno”, el algarrobo cobijó a la sombra de su ramaje los mitos que nuestros antepasados necesitaron para explicar la perplejidad de estar vivos o para conjurar en favor propio los terribles poderes del Bien y del Mal.
Un gigantesco algarrobo fue, por ejemplo, para los pueblos diaguita-calchaquíes el templo en donde se oficiaban las ceremonias y sacrificios para atraer la buena voluntad del Chiqui, deidad que simbolizaba la fatalidad y la mala fortuna.
En La Rioja aun pueden escucharse historias sobre Zapam-zucum, “una mujer morena, en la plenitud de su vigor, de ojos, cabellos negros y pechos voluminosos” que acaricia a los niños que las mujeres dejan a la sombra de un árbol del monte cuando salen a juntar algarrobas, “los cuida, les quita el polvo de la cara y les da de mamar”. Zapam–zucum protege a los algarrobos y “si el padre de la criatura hachó alguno de éstos, le robará el hijo y no se lo devolverá nunca”.
Otra leyenda, posterior a la conquista, refiere que “la Virgen despechó a Jesucristo con leche y vino, a la orilla de un río, bajo la sombra de un algarrobo” y que en agradecimiento por su protección bendijo al árbol para que dé “la mejor sombra, la mejor madera y sea el más útil de todos”.
Historia
En la historia real, esa que los esforzados investigadores reconstruyen leyendo con paciencia documentos remotos o revolviendo en los vestigios de antiguos asentamientos, el algarrobo fue para los pueblos primitivos el árbol de la vida en un sentido estrictamente material. Nuestros antepasados consumían los frutos del algarrobo hace 8 mil años. Se han hallado vainas y semillas en excavaciones pertenecientes a las culturas Nazca y Mochica, maderas trabajadas y cuentas de collar con más de 4 mil años. Los huarpes sacaban harina de las vainas del algarrobo y hacían pan. La riqueza y beneficios que supuso el algarrobo para los pueblos indígenas determinó que estos siempre establecieran sus emplazamientos allí donde detectaban algún árbol de este género, que los científicos llaman prosopis pero que entre la gente común tiene tantos nombres como culturas hubo y hay en el sur de América: algarrobo; algarrobo negro, blanco, dulce; algarrobo cachito; algarrobito; algarrobillo; albardón; alpataco; aykaaha; barba de tigre; caldén; espinillo, huarango, huanca, huata; ibopé; jacarandá; lámar; malumpé, matorro, mastuerzo; monte blanco, monte criollo; nabisé; ñandubay; palo mataco, panta, pata de loro, patay; retortuño, retortón; quilín, quiscataco; sacatrapo, shiki; tamarugo, thako, tintataco, tiwis, tusca; vinalillo, visnal; witrú; yacarandá, yuna tacu[ii]. Varios nombres por cada letra del abecedario; como un dios, un nombre por cada provincia, por cada país, por cada pueblo.
El árbol pródigo
La prodigalidad del algarrobo deslumbra. Alimento, amparo, remedio, madera, resinas, calor y color.
Entre los alimentos, con las vainas se hace harina y el pan de algarroba o patay. De las pequeñas flores apenas perceptibles las abejas extraen un tipo de miel que tiene un valor especial para los apicultores.
Entre las bebidas, con las legumbres del algarrobo, debidamente molidas y cocidas, se fabrican la aloja, la chicha y la añapa y el arrope. Las vainas se usan también como forraje para el ganado.
El algarrobo tiene numerosas aplicaciones medicinales. Como remedio casero para el dolor de muelas y de encías; para el mal de ojos, aclara la vista, quita las nubes y las cataratas; como analgésico, las hojas machacadas en agua combaten los dolores de cabeza; como jarabe contra los catarros, afecciones bronquiales y pulmonares; como anticonceptivo; contra los cálculos de vejiga, las afecciones intestinales y la fiebre.
Troncos y ramas durante muchos años fueron usados como combustible, lo que causó una importante reducción de los bosques autóctonos. Más tarde, creció la utilización de la madera en la fabricación de muebles, utensilios y herramientas, así como en la construcción en donde se utilizan vigas, postes, tirantes y horcones de algarrobo.
Los taninos se usan como curtientes y ciertas resinas extraídas del árbol sirven para teñir o para fabricar adhesivos y gomas.
Los usos del algarrobo parecen no tener fin. Desde los tiempos precolombinos hasta la actualidad, este árbol pródigo ha entregado generosamente sus riquezas, a tal punto que en regiones como la nuestra los bosques naturales fueron diezmados casi hasta su completa desaparición. La tarea a la que ahora se enfrentan especialistas y técnicos gira en torno a cuidar lo que queda, restaurar lo que había y racionalizar el uso de una riqueza que no podemos perder. El árbol, por otra parte, lo merece.
Fuente: Ariel Búmbalo, Algarrobo: El libro de la abundancia en Los Andes, Sección Cultura, Mendoza, domingo 26 de noviembre de 2000
Referencias:
[i] Para mayores datos se puede consultar en https://es.wikipedia.org/wiki/Yggdrasil
[ii] No está demás advertir que estos términos no deben ser tomados como sinónimos absolutos, ya que —según las zonas— pueden denominar a otros tipos de vegetales, ya sean herbáceos o leñosos.
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