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Jul 13, 2015 La Quinta Pata Opinión Comentarios desactivados en “Los represores, reprimieron. Los cómplices, callaron”
Por Ernesto Espeche*
Hace 10 años, la Corte Suprema de Justicia, renovada en varios de sus miembros por el naciente gobierno de Néstor Kirchner, declaraba la inconstitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final. Comenzaron, desde entonces, a multiplicarse los juicios por delitos de lesa humanidad en todo el territorio nacional.
Ese hito tuvo una doble dimensión. Primero, mostraba una voluntad de recambio en la estructura vetusta y servil del Poder Judicial. Segundo, puso sobre la superficie el accionar dilatorio de muchos jueces y fiscales que decididamente obstaculizaron el avance de las causas. Con los años, se vieron las contradicciones y los condicionantes que vuelven relativo y hasta insuficiente cualquier intento parcial de modificar una maquinaria tan afianzada como la del Poder Judicial, pese al gran trabajo de resistencia que promueve una justicia legítima.
Sin embargo, los efectos logrados permitieron sacar a la luz el verdadero accionar de ese engranaje necesario en el esquema del Terrorismo de Estado.
Retrocedamos algunos años. Al comienzo, cuando la democracia era apenas una primavera, cuando la inocencia era una condición para sellar la autoexculpación del silencio, ellos acusaron. Se perdonaron y acusaron. Se pusieron por fuera para poder, desde allí, acusar a propios y extraños, a los otros y a nosotros. Porque “su” inocencia se afirmaba desde la comodidad del punto medio.
“Ustedes cometieron un delito al intentar sojuzgar otro delito”.
«Nosotros no queremos extremos”.
“Son culpables, son demonios”.
“Señores jueces: Nunca Más”
“Por eso los condeno y los absuelvo a todos por igual. Porque somos garantes de la reconciliación”.
Luego, con las crisis de los años y los años de las crisis, pudimos ver a los acusadores como cómplices. El maquillaje se fue corriendo para mostrarnos las marcas de la impunidad a cara lavada.
“Los represores, reprimieron. Los cómplices, callaron”.
El cómplice es un colaborador, un partícipe involuntario pero necesario, actor por omisión del terror que imponían los monstruos. Los cómplices de los monstruos como empleados a desgano, obligados, cumpliendo con su tarea de silenciar, pero a reglamento. Los cómplices, en el fondo, víctimas y a la vez victimarios.
Hasta que los vimos. Nos miramos y nos reconocimos como sobrevivientes del genocidio. El genocidio que no necesita de monstruos y cómplices, sino de genocidas. El genocidio como plan sistemático. Los represores reprimían y la represión en un sentido profundo se ejercía: desde las salas de tortura, los despachos oficiales, las oficinas de las grandes empresas, los pasillos de los medios de comunicación, las homilías de la jerarquía eclesiástica, los estrados de la justicia.
No era tan simple. El genocidio no es simple. No admite un casillero para caracterizar el acto de no mirar, no decir, no escuchar. No hay cómplices del genocidio. Hay genocidas que cumplieron diferentes roles en la estructura previamente diseñada.
Esa honda comprensión llegó con los años, con el dolor de la impunidad a cuestas y las heridas siempre abiertas. Los jueces, fiscales y funcionarios judiciales que hoy están acusados en juicios por delitos de lesa humanidad no están respondiendo por la omisión de los crímenes, sino por la parte que les toca en la división del trabajo genocida. Claro que conocían lo que estaba sucediendo. Claro que decidieron no impedirlo al rebotar (y cobrar) recursos de los familiares de detenidos desaparecidos. Claro que comulgaban con los principios ideológicos que guiaron la represión.
Romano o Miret, Carrizo y Petra; no son nombres sueltos de ovejas negras dentro de la estructura judicial que heredamos del Terrorismo de Estado. Son el síntoma de una corporación que no se democratizó, que se recicló con los años para estar allí, dispuesta a ocupar ese último bastión del poder fáctico siempre que la amenaza populista y plebeya asome en el horizonte político.
¿Cómo no rubricar la impunidad de los genocidas si ellos fueron parte de ese genocidio?; ¿cómo no fallar a favor de los grandes capitales concentrados si ellos representan sus mismos intereses?; ¿cómo no llenar las cárceles de pobres si antes lo hicieron con quienes encarnaban la amenaza “subversiva”?
La ecuación es inapelable: en la Argentina del Bicentenario los sectores del poder concentrado que obstruyen, destituyen y golpean son los mismos que intervinieron en los engranajes del genocidio. Por eso, cada condena a partícipes civiles del Terrorismo de Estado es, a la vez, un acto de justicia respecto a la memoria colectiva y un eslabón más en el arduo camino hacia la emancipación por la pujamos hoy, la misma por la que lucharon los 30 mil.
Por todo lo hecho y por lo que falta, y apelando a una frase que pertenece ya al pueblo argentino….
“Señores jueces, juicio y castigo a todos los genocidas. Nunca Menos”.
*Este texto corresponde a la editorial del programa «Destino Memoria» emitido por Radio Nacional de Mendoza, el día 15 de junio de 2015
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