Recuerdo de Evita en Mendoza

May 12, 2019 La Quinta Pata La Pata Semanal Comentarios desactivados en Recuerdo de Evita en Mendoza

Por Elbio Villafañe

Nací en 1946. Mi madre se llamaba Eva. Mi casa paterna estaba en la calle 17 de Octubre en Las Heras, Mendoza. Todas señales que nunca nadie conoció, que hasta a mí me parecían coincidencias.

Tenia cuatro años cuando mi viejo, Don Juan, el albañil, nos dijo a mí y a mis hermanos: “Vayan que por la calle Moreno viene la Evita con juguetes para todos”.

Y allá fuimos, a la esquina de casa donde la gente fluía a montones, quizás por los juguetes, quizás por solo verla. Nunca vi los juguetes. No podría decir que vi a la Evita; solo recuerdo, siempre con mucha alegría, algo que brillaba, no sé si sobre un camión, o sobre un auto, yo no tenía idea en esos tiempos, solo sé que algo brillaba y mi pequeña alma se imaginó el resto. …Era la Evita…. El recuerdo de esa luz me acompañó toda la vida, tal que en cada momento era como si nos conociéramos desde siempre, una verdad improbable. Leí muchas veces el poema de María Elena Walsh y no podía dejar de lagrimear cada vez que lo hacía. Escuhé más o menos cinco años despues, ya de nueve años, la famosa frase “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de los de ellos”. Siempre por radio El Mundo, previo al Glostora tango Club. No creo haber entendido su significado, pero esa voz ronca que se oía entre chirridos, me hizo llorar, mi vieja corrió hacia nosotros: “A la cama niños, Dios sabrá lo que hace…..”

Y la vida siguió su curso. Llegué a saber, pero de otras cosas, nunca demasiado, ahora sé que muy poco, de música, de matemáticas, de ingeniería, de la vida. Nunca más supe de aquello que viví tan intensamente.

Enseñé hasta los setenta años. Después vino mi jubileo, extraña palabra que lo invita a uno a despedirse de sus afectos y de sus ideas. La vida, la mujer que caminó cerca de mí, los hijos y los nietos me trajeron a Buenos Aires

Aquí me escapé varias veces caminando por Riobamba desde Santa Fe hasta Corrientes. La esperanza siempre era la misma, ahora marcada por tantos recuerdos y experiencias que todos sabemos que fueron penosas. ¿Y si la viera en la calle? Ya no a la Evita. Era Cristina la depositaria de mis anhelos. ¿Y si apareciera frente a mí? No, no es posible, mi vista es poca y seguro que no sabría que es ella. Pero ella cuando me viera sabría quien soy.

Entonces caminaba más lento esa última cuadra, entre Lavalle y Corrientes, y a veces, en momentos de gran pena, me quedaba parado frente a una casa grande y antigua que alguien me dijo que ella visitaba, o mejor dicho que todos esperaban que visitara. Por supuesto luego de un tiempo huía apesadumbrado. ¿Qué me costaba cruzar y tocar la puerta? ¿Pero qué iba a decir? ¿Esto que digo ahora? ¿Alguien tendría tiempo para escuchar tales extrañas palabras? Y me iba, y el tiempo pasaba.

Ahora despues de tres años de vivir Buenos Aires, y viendo que se abre la puerta del cementerio de los elefantes, creo que es necesario que la luz que una vez vi, vuelva a mi vida y me acompañe en mi último viaje, en el recuerdo de su mirada, en el recuerdo de todo lo que alguna vez leí que dijo, o que alguna vez escuché que dijo. Será un buen fin de fiesta para una vida por demás feliz que he vivido, seguro que labrada por los que me precedieron, por aquellos que han tomado mi mano y por los que me seguirán, pero siempre el corazón con un timido brillo, de quien supo que esa luz había llegado.

Esa es mi razón.