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Sep 20, 2015 Eduardo Paganini El Baúl Nacional Comentarios desactivados en Vieja polémica sobre educación, aun hoy vigente
Fuente: Página/12 Sección: Opinión.
Título: ¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
Autor: Leonardo Moledo [1]
Lugar: Buenos Aires.
Fecha: jueves 10 de febrero de 1994.
Horror de los horrores: nuestros estudiantes no saben resolver ecuaciones de primer grado. Espanto de los espantos: nuestros estudiantes no saben interpretar un texto. ¿Pero por qué tendrían que saberlo?
Rasguémonos las vestiduras y encajémosles más horas de matemáticas y obliguémoslos a leer e interpretar correctamente el Quijote. ¿Pero acaso esos chicos viven en una sociedad que valora la educación?
¿Cuántos de los adultos impactados por la evaluación ministerial saben resolver una ecuación (o saben que la resuelven cada vez que calculan un vuelto)? ¿En qué escuela de interpretación de textos se enseñará que cuando un grupo de vecinos dice “queremos una plaza”, en realidad están diciendo: “No queremos a esos villeros”? ¿O que la expresión “modificar la Constitución” significa “yo quiero que me reelijan”?
¿Por qué tanto espanto, entonces? La evaluación del ministerio no dijo nada que no se supiera, y no hizo más que explicitar lo obvio y ponerlo en impactantes cifras: el estado de la educación pública en la Argentina es catastrófico. No podía ser de otra manera, en realidad: los edificios que se caen a pedazos, los maestros y profesores sobrecargados, las aulas superpobladas, los programas anacrónicos, no son por cierto las mejores condiciones de contorno para la resolución de ecuaciones. Pero lo que la encuesta no dijo es que la caída general de la educación corresponde a la caída del prestigio que la educación tiene en la sociedad. Los valores que se tratan de imponer contra viento y marea ignoran la educación. La educación ha perdido valor como moneda de cambio.
La imagen del éxito social se asocia a la farándula y no a la universidad: políticos, sindicalistas, funcionarios no exhiben sus saberes, sino su imagen o sus riquezas: casas, haras o vacaciones en el Caribe a costos fabulosos. Cuando se quiere desmerecer a un funcionario se lo tilda de “técnico”, como si el saber estuviera por debajo de las brillantes habilidades intelectuales de los políticos.
Correspondientemente, la figura de la maestra, símbolo central de la mitología escolar argentina, pudo ser asimilada a la imagen deteriorada del empleado público, como lo hizo Antonio Gasalla.
Basta una breve mirada sobre nuestras capas dirigentes para comprobar que la sociedad argentina actual no es una sociedad de saberes sino de meras —y muchas veces dudosas— habilidades. La educación, que fue alguna vez una formidable herramienta de ascenso social, dejó de garantizar ya no digamos el éxito sino ni siquiera la supervivencia. La imagen del “profesional que maneja un taxi”, o del científico que debe emigrar, tan extendida, sea verídica o no, no estimula por cierto el estudio.
Del mismo modo que —como fue aguda y certeramente enunciado por una prominente figura —el trabajo no es la base del progreso social, la educación tampoco. ¿Por qué habría de serlo? La educación no es necesariamente eficiente, si se la juzga con los parámetros en boga. Los atajos hacia el éxito pasan por la habilidad o la destreza en el mejor de los casos, y por la corrupción en el peor, pero no por el conocimiento, ¿Para qué prestarle atención a la educación, entonces? ¿Para qué puede servir resolver una ecuación? ¿Para qué habrían de interpretar un texto los alumnos? ¿Para entender las ambigüedades vacías que suelen desgranar los políticos en televisión? ¿Qué capacidades intelectuales se necesitan para entender los programas de mayor rating, a los que suelen, dicho sea de paso, concurrir altos funcionarios para promocionarse?
Sin contar la moda creciente de cuestionar el conocimiento que, se supone, debe transmitir el sistema educativo: los libros esotéricos abarrotan las librerías, astrólogos, tarotistas y embaucadores por el estilo ganan los medios e incluso tienen un canal propio donde desgranan sus modestas patrañas. Últimamente es bien visto —incluso entre cierta “izquierda bien pensante”— atacar el progreso científico y predicar la bondad de “saberes alternativos”, sean éstos lo que fueren. Entonces, ¿para qué hace falta la escuela?
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación? Sería importante saberlo. Porque solucionar los problemas que la evaluación —por suerte— puso en primer plano no es nada fácil. Pero solucionarlos en contra de los valores sociales predominantes puede ser una tarea imposible. Farándula, moda, mercado, olvido, inmediatez, doble discurso, esoterismo, son los antípodas del conocimiento: Naturalmente, queda por ver si la degradación de los valores intelectuales es sólo un epifenómeno o si, por el contrario, ha calado hondo en la sociedad. Porque si es así, de poc o servirá la necesaria pintura de edificios y aulas con colores brillantes. Ya se sabe que en una sociedad daltónica las paredes terminan decolorándose.
[1] Pablo Leonardo Moledo (nacido en Buenos Aires un 20 de febrero de 1947 y fallecido el 9 de agosto de 2014, hace poco más de un año) matemático, escritor y periodista, gran divulgador científico. Docente universitario especializado en temas culturales y científicos. De 2000 a 2007 fue el Director del Planetario Galileo Galilei de Buenos Aires. Fue autor de tres novelas: La mala guita (1976), Verídico informe sobre la ciudad de Bree (1985), Tela de Juicio (1987); numerosos textos de divulgación científica: De las Tortugas a las estrellas (1995), La evolución (para niños, 1995), El Big Bang (para niños, 1995), Dioses y demonios en el átomo (1996), Curiosidades del Planeta Tierra (1997), La relatividad del movimiento (para niños, 1997), Curiosidades de la ciencia (2000), Diez teorías que conmovieron al mundo (I y II), (Coautor: Esteban Magnani, 2006, también publicado con el título Así se creó la ciencia), El café de los científicos, sobre Dios y otros debates , (Coautor: Martín de Ambrosio, 2006), El café de los científicos (II), de Einstein a la clonación, (Coautor: Martín de Ambrosio, 2007), La leyenda de las estrellas (2007), Lavar los platos (Coautor: Ignacio Jawtuschenko)(2008), Los mitos de la ciencia (2008), El último café de los científicos (Coautor: Javier Vidal, 2011), Historia de la ideas científicas (de Tales de Mileto a la máquina de Dios); numerosos relatos literarios y artículos periodísticos.
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