“Se nos murió el Mariscal”

Mar 13, 2016 Hugo De Marinis Deportes, Recomendada Comentarios desactivados en “Se nos murió el Mariscal”

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El 27 de octubre de 1968 Racing, el equipo de mis amores de Buenos Aires, vino a Mendoza enfrentó a Independiente Rivadavia por el Campeonato Nacional. Mi amor local era un hermano menor de Racing, la Academia del barrio de San José – Atlético Argentino – a la que todavía no le llamaban el “Boli”.

Racing goleó la Lepra 4 a 1. El wing derecho Jaime Donald Martinoli, a quien cuidaba el Cura Vergara, anotó dos veces; los otros dos se los repartieron entre el Chango Cárdenas y un tal Roberto Salomone, cuyo nombre hoy apenas me suena. Para la Lepra marcó Mario Carmelo Herrera, un ocho, refuerzo proveniente de Atlético San Martín. Así era. Cuando un cuadro mendocino se clasificaba para el Nacional (este era el segundo que se disputaba), lo reforzaban los mejores y más experimentados jugadores del medio. El Negro Miguel Ángel Guzmán y Osvaldo José “Chiche” Lamelza, también de San Martín, fueron otros de los cedidos a préstamo.

Con mi viejo, el impulsor de mi fidelidad racinguista, nos ubicamos en la tribuna detrás del arco norte de la cancha. Quién sabe dónde fincarían las lealtades de mi padre – en ese entonces como veinte años mendocino, porteño siempre – pero las mías me habían puesto en un dilema. Martín Granovsky opina que en aquellos días uno – no como ahora – se ponía de parte de los del lugar, sin que pesaran las guerras civiles previas. Un asunto de identidad provincial para el cual caso no deberían haber existido dudas hamletianas en mí. De una vez había que cinchar por los de acá. Pero, ¿cómo?, si el equipo por el que me desgañité apenas el año anterior en el triunfo por el mundial de clubes sobre el Celtic, casi intacto de ídolos, en carne y hueso, estaba ahí nomás a unos metros frente a mí.

Para agregar insulto a herida, Independiente había despojado a mi queridísimo Argentino de la posibilidad de representación provincial. Lo eliminó en la competencia para el torneo regional que luego conduciría a ese Campeonato Nacional del ‘68. Argentino tenía un equipazo ese año, del que memoricé su formación y aun hoy la recito de corrido, sin respirar[i]. El 27 de octubre se enfrentaba la misma camiseta, aunque porteña, contra el indigesto rival.

No así como mi disyuntiva espiritual, las imágenes del partido se me han ido difuminando en el túnel del tiempo. Excepto un par, lo que bien puede ser que se trate de memorias inducidas o inventadas: mi viejo, sentado a mi lado con cara de póker en la tribuna norte de la cancha colmada de hinchas de Independiente, y las figuras de Roberto Perfumo y el Panadero Díaz, los dos mucho más grandotes que lo que El Gráfico mostraba y los relatores de radio informaban. Me llamaron la atención las gambas como macetas del Panadero. Todavía me pregunto cómo se las ingeniaba para correr tan rápido y cómo se calzaría los pantalones cortos. De la goleada recuerdo el solo alivio vindicativo y silencioso – ¿a quién se le ocurriría gritar un gol del visitante en medio de una tribuna hostil? – de un desdeñado fanático de Argentino y nada más. ¿Para qué pisotear la tumba?

En cambio me sorprendieron el ceño fruncido de Perfumo y las entradas tremebundas que le hacía a la delantera azul, en especial a Lamelza. Iba con todo y demasiado al bulto para mi gusto y eso impedía al “Chiche”, imparable en la liga mendocina, mostrar su paño.

El Mariscal se encontraba de pésimo humor. Fastidiado, le protestaba al árbitro cada fallo y en un momento le hizo una mueca insolente al juez de línea: se señaló los ojos y abrió la boca con bronca como diciéndole opa, por lo que pareció un offside no cobrado. Sin dilación el línea lo alcahueteó al árbitro y el más grande de todos los dos, si no de la historia del fútbol argentino al menos de la de Racing, terminó expulsado.

Dije antes que esto que escribo tal vez lo imaginé y verdad es que me ha sido imposible corroborarlo. Está, sin embargo, en mi memoria y por lo tanto es cierto para mí. Si no ocurrió así en ese partido, habrá sucedido en otro y no contradice la forma en que Perfumo defendía y trataba a los rivales más habilidosos[ii]. En todo caso, medio refuta la semblanza que de niño yo tenía de él, con su cara de santito, su pinta, la afabilidad de las fotos y lo demás. Observar y conservar entero ese recuerdo equivalió a madurar un poco, pero no quita el afecto que uno le tributó como futbolista. Y no solo uno. El jueves muy de noche un buen amigo apasionado del otro Independiente – el Rojo – con quien desde hace treinta y tres años intercambiamos cargadas según el resultado que depare el clásico de Avellaneda, me texteó cordial y apenado: “Huguito, se nos murió el mariscal”.

[i] Fariz, Ruiz y Eduardo Lucero; Alcaraz, Alfredo Lucero y Larpín; Sello, Curia, Albarracín, Mandón y Esclavo. Esta formación se desmembró al año siguiente para dar lugar al famoso semillero del club que proveyó figuras de gran talento a todo el fútbol mendocino, en especial para los que se clasificaban al Nacional.

[ii] A la muerte del Mariscal salieron notas en que se verificaba que una anécdota de Maradona y el mismo Perfumo en realidad nunca tuvo lugar por la comprobación de un escriba de que estos grandes jamás estuvieron frente a frente en una cancha. Tiene coherencia, así y todo, que si alguna vez se hubiesen enfrentado, a la primera finta del diez, el dos lo habría hecho volar a cincuenta metros, como precisamente informa la anécdota.

 

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