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Mar 13, 2016 La Quinta Pata Recomendada Comentarios desactivados en Mariela
Por Osvaldo Tramontana
Ella era como una amapola rubia con su pelo al viento. Como una flor con otras flores entretejidas en las canciones libertarias, la voz enronquecida de verdadera poesía cantando consignas en cada una de las manifestaciones a las que iba. «Contra el hambre y las pancitas desnutridas de Biafra… Fuera el cerco homicida a la Cuba latinoamericana… Por el fin de toda guerra fraticida…. Contra el napalm y las láser del Viet Nam… Todo esos líos por allá, y acá era la lucha por la reforma agraria, los muertos «casuales» en las manifestaciones, las maestras apaleadas durante el Mendozazo, el medio boleto estudiantil, los seminarios educativos con aquella histeria de la contra… Pero sobre todas las cosas, ¡que ya no hubiera más una sola villa miseria!
¿Yo? Iba detrás de su pelo. Anudado a su cintura estaba, mi pensamiento la seguía al lado, como el cuerpo sigue al ala para no impedirle el viento….Si ella era todo para mí, aunque no se lo decía. En aquellas continuas marchas, ella era la primavera en esas masas, como ahora serán ustedes, los hijos, la esperanza de encontrar su casa para seguirle el vuelo. Era tan total su militancia por la vida, entre las calles ciudadanas, perdida y única Mariela, entre tantos soles que cantaban, «rojo el bosque de banderas«- ¡camarada!; los muchachos peronistas-¡compañera! y hasta podría haber sido «adelante radicales» si la causa era honesta, si el motivo era justo, la solidaridad estaba en juego. A mí, por aquel entonces no me importaba qué. Si yo a todos lados la seguía, con la ayuda de Neruda o de Verlain, de Becquer o de Whitman, del Tejada o del Juan Gelman, del Pedro Carlos Requena, de Elena Beatriz Díaz… Con ellos, que sí eran poetas, le llevaba… pequeños ataditos de palabras, envueltos en celofanes y engalanadas cintas de colores, con forma de amapola dedicadas para ella, esa flor que despertaba, apenas una mujercita encaminada de sólo diecisiete años intentando convencer a todos que la verdad se aproximaba, que todo era posible, hasta ponerle flores a las plazas de cemento. Que todos los colores eran valederos, menos el negro, que es la ausencia de color presente sin embargo en las camisas pardas o negras disimuladas de celeste y blanco de fascistas repudiados que invadieron la ciudad y la fueron cercando con hierro por el odio, la infectaron de plomo gris, y con mortífero metal de muerte…. un día la ametrallaron… ¿Sabés, pibe, cuánto tiempo estuve soñando que fuera su pecho entrando por la casa y no su espalda alejándose por la vereda… aquella noche que la fueron, encerrando su cabeza rubia en la sombra mortal de las capuchas…? Aquella noche de luna redondeada y clara, cuando no volvió…
No se como se me pasó el tiempo sin tiempo que notara que la habían llevado de mi lado, qué se yo hacia dónde, y cuando me dí cuenta, ya no tenía barba que ocultara mi cara, pero sí desguarnecidos los dedos, sin sus manos claras, sin el calor de sus mejillas entibiándome el costado. Por acá cerca andaba… eso fue antes que me rajara para el lado del sur. Desnudado de valentías y vacío de fortalezas, pero con su nombre a cuestas preguntando por ella en los puestos de flores de la vieja alameda desecada. Señor, ¿usted no sabe?, preguntaba. ¡Señora usted no se acuerda nada…? Nada contestaban y los que hablaban, “algo habrá hecho”, susurraban, esquivándome la mirada. Así se me pasó tanto tiempo. Las estaciones siguieron pasando sin otra cosa por hacer que seguir pasando. En cada absurda primavera las flores también, renovándose como si nada, multiplicándose en atados envueltos en papel de diario a lo largo de la calle. ¡Qué! ¿Acaso no sabían?. ¡Qué! ¿Acaso ellas creerían que yo me olvidaría? ¡Ni mierda!. Yo enfrente, y al costado, «quizás porque no soy un buen soldado…» pero al menos preguntando, tozudo, vigilante, sin descanso, contando sin medidas el día de aquel tiempo, cuando en cada uno de los puestos había amapolas tiernas de cinturas rosadas como su vientre, rosas rubias de cabellera larga como su pelo al viento, ramos de crisantemos pálidos entre los soles pálidos de sus pechos tiernos.Si era ella, quien le daba vida a todas las flores, entre tantas tiendas llenas de infinitos colores, ¡y yo que no se lo decía, porque creía que esas cosas eran la poesía. Por eso, aunque hoy, haya aquí, un ramito tenue de azules matices, y estén altos los claveles rojos, y acá los amarillos silentes, y allá las amapolas sobresalgan entre los tallos, verdes de un verde tan verde que parecen estar vivas, yo sé que solamente agonizan, que nada las devolverá a la vida aunque hoy todavía estén algunas envueltas en celofanes transparentes.
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