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Jul 15, 2018 Ramón Ábalo Ramón Ábalo Comentarios desactivados en A los 90, soy yo y mis circunstancias (II)
Después de esta circunstancia primera de mi experiencia laboral, de inmediato me inscribí en una academia, La Academia Pitman, ubicada entonces -1941/42- en Catamarca y San Martín de Ciudad. Durante un año fui cotidianamente hasta que me recibí de mecanógrafo. Tenía la dicha academia un slogan: AQUI ESTUDIAN LOS TRIUNFADORES DE MAÑANA… a esta altura de mi vida todavía me empeño en triunfar porque aún no lo he conseguido.
Hace más de un siglo un pensador español, ORTEGA y GASSET, dijo aquello de «YO SOY YO y MI CIRCUNSTANCIA”, que yo tomo para identificar esta escritura, entendiendo que soy yo y mis circunstancias, así en plural, porque se verá en lo que sigue por todo lo que uno pasa en la construcción de la identidad. Después del primer conchavo como cadete de tienda, me convertí en pinche de oficina en estudios de abogados. Uno de ellos fue con Américo Calí, gran poeta de un alto lirismo eglógico, amoroso y social. Ahí -hablo de los años 45/48- me encontré con una biblioteca que ocupaba todos los rincones de la vivienda, hasta en el baño, y no exagero. Obviamente, cuando no tenía que transcribir un escrito que me dictaba Calí, el resto de la jornada laboral -horas y horas -me la pasaba leyendo. Tenía lectura «pa tirar pa´rriba”.
El laburo leguleyo lo ejercité hasta 1948 en que me tocó el servicio militar. Fui a parar a una compañía de infantería de montaña, según así rezaba la convocatoria, pero con un agregado llamativo: era para incorporarme a esa unidad pero como Aspirante a Oficial de Reserva. Es que yo figuraba en los padrones como «estudiante», porque al hacer el trámite, a los 16 años de edad, para obtener la libreta de enrolamiento («el enrrol», como le decíamos en los recovecos de extramuros) que era el documento nacional de identidad en el item «profesión» dije que había sido estudiante. Ello era así, pero, como ya por ahí lo he dicho, ese lapso estudiantil fueron dos años en la Escuela de Comercio de esa época, dependiente de la UNC, pero no llegué a nada, porque al terminar el 2ª año, me impidieron repetir ese segundo año «porque era un malísimo alumno». Así que por ese otro momento de frustración, me mandaron a la milicia para ser un futuro oficial. No sufrí mucho, sino la ausencia involuntaria de la bohemia, pero la convocatoria era atractiva: «en una de esas me voy a transformar en oficial del glorioso ejército argentino». Pero, lo juro, apenas si terminé de soldado raso, después de 14 meses de lidiar con la «colimba» (correr, limpiar y barrer) recuperé la autonomía ciudadana y, lo pienso ahora, a intentar construir una identidad que tuviera que ver con mis anhelos más inmediatos.
Ya lo he manifestado, me frustré como el gran músico que nunca fui, y ahora que me acuerdo, también aspirante a ser medio técnico-científico cuando me inscribí en la Universidad del Trabajo, una hechura del peronismo, más o menos en 1945/46 y me metí a una cátedra que ofrecía la enseñanza y el diploma de TECNICO EN MINERALES RADIOACTIVOS, pero nada. Y de ahí me metí en la Academia Provincial de Bellas Artes, en la parte de plástica. Medio siguiendo los pasos del Enrique Sobisch y Pardo, que pasaron por esa Academia. Pero duré algunos meses y abandoné, convencido que tampoco para poco podía ser mi verdadera vocación.
Algo de pudor me da seguir contando mis aspiraciones de ser «alguien» a partir del estudio, o del laburo. Más que nada nuestro mundo interior era el país. Cada tanto asomaba, en esa búsqueda de SER, el QUIEN SOY… QUE SOY… QUE QUIERO SER? Asomaba la duda. Pero no dramatizaba tanta duda. Y aquello de… DUDO… LUEGO EXISTO, de Descartes, no estaba en nuestro horizonte de resolución existencial. Podría haber entendido que ello era materia de algo así como la filosofía o la sociología u otras ciencias, pero ello no estaba en la búsqueda de ese entonces porque lo que nos acosaba más perentoriamente era aquella realidad que nos dolía: EL PAIS.
La búsqueda nos daba lugar a las lecturas de la literatura universal, de argentina y latinoamericana. Leíamos y nos apasionaba toda literatura que nos tocaba las fibras más que íntimas, la exaltación de la política, la soberanía, hasta que la militancia política en que nos fuimos metiendo nos llevó a la exaltación de otras latitudes del pensamiento, del conocimiento. A otras latitudes de la pasión. A LAS LATITUDES DE LA PASION POR UN MUNDO MEJOR
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