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Por Alberto Atienza
No eligió un celular caro ni una botella de wiski importado. No se trataba de una mechera de profesión. No sabía que sus pasos eran monitoreados por cámaras. Enfoque, más preciso, que el seguimiento que registraba a la elegante dama que se bajó de una espantosa 4 X 4 china.
Voces airadas acompañaban el paso de la chica y su hijo alzado. “Robando y con un niño. Habrase visto” decía un hombre de carro repleto y de correcto atuendo, todo al tono (marrón habano) “!Que vergüenza¡” levantaba su atiplada, desagradable voz, una clásica señora gorda, bien vestida, peinada en estilo “carré” con su nietecillo, de cinco años, rubio, bueno, bonito.
A ese cortejo encabezado por una maternidad que no plasmaría en tela ningún pintor, se sumó una testigo que le preguntó a la chica por que marchaba presa. Contestó rápidamente la uniformada: “No le hable. Es una detenida” No sabía esa servidora del orden público que la incomunicación debe ser dispuesta por un fiscal y no por una agente policial.
Un espectáculo para nada grato. Pero que impone reflexiones. Una. Acaso la situación de esa madre es grave en lo que alimentación de ella y su pequeño hijo respecta. Digo, repito, que no se trata de una mechera, porque las he visto en actividad y portan una infrastructura apta para el robo. Espacios libres en sus cuerpos, grandes bolsillos, bajo sus faldas. Se ponen una prenda sobre la que usan (robada). Saben de la existencias de las cámaras de seguridad. Oponen a veces enconadas resistencias y, no siempre, lloran desconsoladas y despiertan pena en la gente.
Me parece que un negocio como Coto, que recauda millones de pesos por día en sus muchas sucursales. Que le queda la mayoría de esos pesos como ganancia neta. Que practica beneficencia sin poner una moneda, pidiendo los centavos de vuelto para un hospital que no es de Mendoza. Creo, y tal vez otras personas compartan mi idea, que el dueño, que visita seguido la sucursal Mendoza, con su esposa opinóloga política de rama barrial, debería devolver con algo de piedad la enorme ganancia que la gente le brinda.
No digo que Don Coto meta la mano al bolsillo, abra alguna de sus cajas fuertes y se prive de algo. No. Sugiero la instalación de una vigilancia anexa a las cámaras. Cualquiera que haya andado un poco la calle se da cuenta cuando aparece un ladrón en acción. Lo distingue. Por oposición también identifica al que puede llegar a robar por hambre.
Entonces en lugar de meter presa a una joven madre, con esa vergüenza que para ella presupone y la indignidad que tiñe a los clientes que la condenan a los gritos, sin saber porque esa persona asumió ese estado de peligrosa excepción, hay que buscar otra salida.
Abortar el robo, eso debe hacerse. Llevarla a la actora de esa deshonra, sin violencia, a un apartado. Y ahí, alguien, algún empleado con sensibilidad y respeto, averiguar la causa de su comportamiento. Hacer que la mujer entienda que se la está salvando del oprobio de ir presa. Que no caerá una mancha delictiva en su historia. Que la están salvando. Reunir sus datos y pasarlos a una sección de auxilio a los desprotegidos que ya existe en el gobierno. Y entonces, el Estado provincial debe acudir en ayuda de esa persona. Tal vez, ella y su hijo, son un pequeño hogar. Puede que existan otros niños en situación crítica cerca de esa persona.
Y el señor Coto, en lugar de tirar a la basura, las bolsas de fideos apenas surcadas por un una roturita, las latas de comida no vencida, invendibles por su etiqueta rota, la bolsa de arroz, que al alzarla deja un reguero de granos, en fin, lo que irá al descarte. Con eso, en lugar de transformarlo en deshecho, dárselo a la gente que no alcanza a poner la mesa todos los días.
Eso se puede hacer, discretamente, sin humillar a las personas, sin reducirlas a la condición de mendigos. Son seres necesitados. Constituyen el remanente de una política de ajuste que avanza con sus teorías macabras y mentiras, contra el estómago de los pobres. Que siembra despidos, con sus cosechas inmediatas para los perjudicados: la desocupación, la renuncia a las pocas conquistas logradas. Por ejemplo, a las vacaciones, algo que los bendecidos por el poder toman tres o cuatro veces al año y no en las riberas del Canal Pescara, sino en Europa o en una Miami casi de cotillón.
La quita de subsidios a discapacitados. La mentira de la reparación histórica a los jubilados. El entregar a la Argentina maneada de pies y manos a las fauces de la usura internacional, con préstamos “ionesquianos” en monto. Y en plazos que destrozan calendarios, uno tras otro, en una suerte de alarido proyectado casi al infinito.
Si los últimos cincuenta años de los gobiernos electos y de facto, se caracterizaron por la aplicación de una cruel política, la todavía no bautizada oficialmente y que no figura en las promesas de los candidatos: la Política del Abandono. Si en medio siglo, gobernantes de todos los signos y militares permitieron que una barriada que llamaban “villas nailon” (por los techos de polietileno voladizos) creciera de modo desenfrenado, el Barrio San Martín.
El olvido de la situación penosa de mucha gente, lo que sobreviene luego del descenso de la Política del Abandono, fundó de modo muy difícil de corregir cientos de caseríos de pobreza en toda la provincia.
Ahora esos lugares son centros de consumo y venta de drogas prohibidas y generadores de delincuencia. Y en medio de esos infiernos de tiroteos entre bandas, de narcos que simulan ser benefactores, para lograr aumentar sus ingresos, vive gente decente, marginada por la mala praxis política.
Casi, un callejón sin salida.
Salvo, como se dijo antes, que el señor Coto abra las ventanas de su solidaridad. Que los dueños de otros grandes centros comerciales hagan lo mismo. Que Mendoza, en uso de sus atribuciones federalistas, deje de lado la contaminada ola de ajustes impuesta por el errático gobierno central. Que deje de ejercer, para siempre, la Política del Abandono.
Señor Primer Mandatario de la Provincia ¿Será posible mejorar un poco la vida de los desposeídos?
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