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Nov 10, 2019 Hugo De Marinis La Pata Semanal Comentarios desactivados en Apenas un instante
…algunos, tal vez muchos, puedan afirmar que el Negro Ábalo es tal por cual. El resultado será como un acertijo, con aciertos o no. Con gran énfasis, es mi visión: soy el prototipo de una realidad, la de este país, la de Latinoamérica, la del mundo expoliado, mutilado y asesinado, lleno de convulsiones, irracionalidades, anarquía, violencia y revoluciones. Sin vuelta de hoja, así somos, así soy yo, sin tiempos ni espacios para el artificio del existencialismo individualista.
Así, hasta que hayamos aplastado al enemigo oligarca, burgués, sojero, imperialista. Asumo la vejez sin drama alguno, como también el momento del hálito último porque la muerte es apenas un instante. Hasta entonces, la práctica de un hedonismo a full: asados, vinos, mate, cigarrillos, guitarreadas y revoluciones entre las viñas y más allá. Y el ejercicio del amor. Un final a todo o nada.
Ramón Ábalo, Entre viñas, guitarreadas y revoluciones
A mí nunca se me va a morir el Negro Ábalo, pese a que llegó este instante luctuoso de la vida, siempre a destiempo, y nos dejó a todos descuajeringados, doloridos y rabiosos.
***
Solía repetir con una naturalidad envidiable que la muerte era una ausencia, nada más. Concebía a los amigos que quedaron en el camino, como si se hubiesen ido de vacaciones. Uno se pregunta medio metafísicamente – pava esperanza mía de trascendencia – si ahora se ha de juntar para gozar la farra y hacer (digo hacer, no planear) la revolución en algún sitio del universo con el Armando, el Mathus, el Sobish, el Gordo Nardi y las otras decenas de los amigotes fantasmas que acompañaban sus correrías y escrituras. Pero no, porque afirmaba: “Creo con Marx que la religión es el opio de los pueblos. Soy un profundo ateo; no creo en Dios para nada y la gente sí cree para tener un consuelo. Me parece legítimo que así sea”. Llevó a los afectos idos en la memoria, los transmitió con el vigor con que los recordaba y permanecerán en nosotros, en “su gente”, mientras quede alguna luz que nos guíe hacia adelante y a la izquierda. Yo conocí un puñado de ellos. Al numeroso resto también, y mucho, pero solo gracias a la tibieza de sus relatos y remembranzas.
***
Un solo llanto, si es posible, hoy. Más por nosotros que por él, que de fija, nos hubiese instado a desdramatizar. Debemos invocar, en todo caso, aquel “instante” del que hablaba y ponernos también las botas: “… siempre dije también aquello de morir con las botas puestas. Recuerdo una película yanqui sobre la guerra civil entre norteños y sureños y el héroe de los del norte a punto de ir al frente en una batalla dice esa frase. A mí me caló hondo ese axioma y pienso que conmigo eso es lo que tiene que ocurrir. O sea pelear hasta el último hálito”. Y mirá vos si tenías las botas bien puestas, Ramón, que el jueves pasado estabas tan revolucionario entre nosotros y ayer sábado, tan lúcido y tranquilo según cuenta el nieto Fabricio.
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No puedo creer estar escribiendo esto cuando me aprestaba a redactar una nota titulada “Arde el mundo”, que abarcaba la denuncia de la agresión neoliberal a Evo en la Bolivia de nuestros corazones; de nuestra solidaridad con la insurrección del pueblo chileno, del Ecuador, Haití, El Líbano, Iraq y Egipto. Pero no se puede, Negro. Hoy no podré – disculpá, ¡ay Negro, cómo me hacés cabrear! – disculpame decía, la debilidad “existencial individualista”. Solo por hoy, congoja irreprimible, extraordinaria, y es por mí, creeme, no por vos. Porque me quedo sopapeado y solo, sin tener ya la chance de pelearte un texto, un título, los signos de pregunta en Mendoza montonera, las discrepancias por nuestro trabajo en curso con esa ocurrencia tuya de enzoquetarle el nombre de El mito de Mendoza conservadora, como si fuera de veras un mito que ahora por fuerza tendré que honrar. En esta última, como casi siempre antes, te saliste con la tuya. Porque cuando vuelva al pago no serás el primero en recibirme ni habrá posibilidad de compartir asados ni vinos ni proyectos nuevos y locos.
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Seguiremos la tarea mañana, después de tu “instante”. Lo que comenzamos, lo que imaginamos, lo continuaremos a cara de perro, aunque falte tu cuerpo y nos mortifique, a menudo, la tristeza de tu partida.
Como seguro habrás querido, con tus hijos y nietos al frente, celebramos tu vida.
Salud, compañero, camarada, amigo del alma, Ramón querido. Hasta siempre.
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