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Jul 19, 2015 Eduardo Paganini Recomendada Comentarios desactivados en Dichoso turno…!
Como cualquier poblador más o menos integrado a las prácticas cotidianas y las costumbres usuales en esta provincia andina, uno se ve invitado a pagar alguna factura de servicios, inscribir a los chicos en la escuela, viajar en micro, comprar algunas cosas “para el mes”, asistir a algún centro sanitario afligido por una inesperada dolencia, ir a conseguir entradas para alentar al equipo favorito, llevar a los chicos al cine… ¡En fin, mil y un intentos de conductas sociales que ya están matrizadas en nuestro quehacer de todos los días! …y que nosotros aceptamos amablemente…
A pesar de las profundas diferencias y diversidad de orígenes que existen entre las actividades anteriormente mencionadas y aludidas, hay un factor común que las une con mayor adhesión que el poxipol: la necesidad del sufriente (léase ‘ciudadano común’) para lograr, alcanzar y sostener su turno. ¡Un turno! ¡¡EL turno!! He aquí el no tan nuevo, pero sí cada vez más consagrado mito sociocultural de nuestro medio!
No es verdad que el debate de los tiempos que corren esté centrado en el valor del respeto por los recursos naturales, o bien en el sostenimiento y la defensa de la libertad y la democracia americanas, ni siquiera en la crucial vigencia dentro del seno del poder instituido del narcotráfico… ¡No es verdad! Y así se equivocan tanto Francisco I, como Obama, e inclusive hasta el Cártel de Sinaloa (que seguramente pueden hablar sobre esas cosas porque no necesitan pelearse para conseguir un turno…)
El turno, o mejor expresado: la serie concatenada de esfuerzos (físicos, psíquicos, económicos y éticos), que deben desplegarse para lograr un turno, se constituyen al día de hoy en la mayor demanda de fuerza de trabajo de quien bregue por ese objetivo. Muy probablemente Carlos Marx, ni siquiera su versión waltdisneyniana de Keynes, haya previsto que el verdadero enemigo del proletariado sea el turno, simplemente porque su condición de ciudadano más o menos acomodado le permitía vivir en la dulce ignorancia de qué significa semejante laceramiento, material y espiritual.
Tan oculto para los analistas sociales ha quedado este flagelo sociocultural que podría generar en la historia de la ciencia una nueva revolución copernicana, con el simple hecho de sostener nuevas investigaciones que partan desde esta nueva óptica, y que:
Obsérvese en este sentido la sencilla y breve experiencia de aplicar esta nueva mirada solamente sobre algunos refranes (que como todos sabemos, son la expresión de un saber intuitivo, empírico y popular, y por ende válido):
Tanto va el ciudadano al turno, que al final se rompe. El que a turno mata, a turno muere (esto inspirado en el caso —registrado por nuestro movilero— de un ex funcionario municipal aguardando pacientemente su turno en una oficina de largos trámites administrativo-burocráticos). Más vale turno en mano, que turnos digitales. No por mucho sacar turno, te atienden más temprano…
En efecto, vivimos en una sociedad en la que si no tenemos un turno no podremos realizarnos como seres, como sujetos, como personas, como ciudadanos. Si no tenemos un dichoso turno, no podremos hacer ese trámite tan anhelado. Pero… como vimos al principio, el trámite tan anhelado es una manifestación de estar vivos aquí y ahora mismo! Por lo tanto, sin turno no hay vida, no hay origen. Sin turno no hay génesis.
Y esto es tan así que en el libro que lleva ese nombre, en la Biblia, se afirma que hasta Jehová padeció ese flagelo al crear el mundo a lo largo de siete días, paulatina y progresivamente, dando vida a todo lo existente …pero cada cosa a su turno!. De aquí que probablemente algunos heresiarcas hayan adulterado su versión de las Sagradas Escrituras sobrescribiendo: “…Y en principio era el Turno…”, como asimismo reemplazando la palabra Índice por Turnos de lectura. Como decía Borges en sus relatos de orientales: Alá se apiade de ellos…
Y ya que estamos revolcándonos en el barro de la historia, recordemos que la palabra turno también tiene la suya: proviene del verbo griego téirõ, que significa literalmente yo perforo, para lo cual utilizaban alguna herramienta rotativa. ¡Y vaya si perfora la espera para lograr un turno! Esa palabrucha la tomaron a su vez los romanos —que aun no habían alcanzada la fama otorgada por Hollywood y las batallas de Asterix— quienes, pensando cómo iban a hacer para armar un imperio que diera envidia a los vecinos, derivaron de aquel término griego la palabra tornus que designaba a la maquinita que ingeniosamente dando vueltas y vueltas permitía tanto perforar como tornear, pulir, fresar, labrar, grabar, modelar… ¡Otra vez la etimología nos enseña una verdad!: cómo resulta tan natural en el sentido del turno el hecho de estar dando vueltas y vueltas. O como lo dice tan eficazmente esa típica expresión cuyana: nos tienen a las vueltas!
Otra característica que resulta singular en el valor antropológico del turno es su poder sintetizador para superar contradicciones —aparentemente divorciadas. Y el mayor, y mejor, ejemplo es la observación incontrastable del modo en que, merced al turno, tienen la misma conducta tanto el empresariado como el estado. Décadas de confrontación y pujas entre el valor y la dimensión del estado y los alcances de la libertad comercial para el empresariado quedan en un cenicero cuando llega el momento (llega el turno) de oficiar el sacrosanto ejercicio del turno, tanto para el contribuyente como para el cliente. Sin diferencias. La misma medicina amarga para la concreción del diálogo (diálogo?) sobre necesidades mutuas.
Este rito tiene su altar consagrado y sus oficiantes en riguroso orden jerárquico y de escalafón retórico, armonizados en una relación inversamente proporcional: cuanto menor es el rango laboral del turnero-turnera (acordemos llamar así a quien se ocupa de hacer respetar el turno de atención) mayor es su despliegue retórico y su exposición pública. Del mismo modo, cuanto menor es la responsabilidad sobre la conducta ejercida por parte del turnero/a (y… yo no puedo hacer nada… a mí me ordenan hacerlo así) mayor es la imposibilidad de hallar soluciones a los problemas que genera.
Y en estas leyes infalibles, se mueven con la misma respiración burocrática la obra social y el hipermercado, el banco y el hospital, la oficina pública y el centro de atención al cliente de la telefonía celular (¿se acuerda cuando nos convencieron de que las empresas estatales eran inoperantes y por lo tanto lo más patriótico era privatizar…?). Los cuadros se repiten: horarios de atención (atención?) infrahumanos, escenografía confusa e impersonal, espacios reducidos e incómodos, información complementaria delegada en papeles y afiches, derivaciones laberínticas de exigencia previa, dosificación lenta y micrométrica o bien directamente silencio informativo para el tema central que nos ocupa y preocupa, gelidez para la cordialidad cuando no directamente subestimación y acoso racial, uso y abuso de posición dominante, mecanización y automatización en el vínculo (no pedimos amor, pero sí igualdad y respeto), cosificación de la persona que queda reducida a un número.
“Treinta y dooos! Dejo aquí, porque me tocó el turno con el odontólogo…
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