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Abr 12, 2020 La Quinta Pata Preguntemos (nos) Comentarios desactivados en El cuerpo habla la lengua del malestar
¿Acaso el delirio no sería inevitablemente el síntoma de la descomposición, de la decadencia, de una civilización excesiva?
(Nietzsche, 1886, 15p.)
¿Qué es la cuarenta sino lo mismo que actuamos en la vida diaria pero ahora entre cuatro paredes? En el fondo: ¿Es diferente el malestar? ¿O se trata de una situación que nos confronta con lo propio que, al no salir y estar con otrxs, no tenemos la oportunidad de imputarselo al resto y a la vida misma? Y tampoco contamos con esas pequeñas y grandes cosas que hacemos para ir tapando eso en donde nos afectamos.
Por otro lado, hay algo en relación al tiempo y al espacio muy complejo. En la vida diaria unx traslada el cuerpo de un espacio a otro, vamos a tal lado, salimos, vamos a otro. El cuerpo se mueve y hace en función de los espacios, pero también del tiempo que se va transitando en relación a eso.
Ahora bien, en cuarenta la cosa se complica, y el cuerpo (que es nuestra materialidad más concreta), ese que nos muestra que estamos cansados en ocasiones o que hemos caminado mucho, no tiene más espacios que el de la casa para moverse. La sensación, me animo a decirlo, es casi de muerte: tiempo eterno, tiempo que pasa pero sin el cuerpo en movimiento, tiempo de tiempo, y el ser en su eternidad es mortífero. En ese sentido, Luis Prigione, mi analista, me dijo en la última sesión: «la muerte no nos sustrae del tiempo sino del espacio». Algo parecido dice Villanelle, personaje de La pasión (1987) de Jeannette Winterson:
«Sólo estoy quieta cuando soy desdichada. No oso moverme porque moviéndome apresuro la llegada del nuevo día» (p.427). ¿Será por eso que en lo general las personas cuando se «deprimen» (de su raíz etimologica significa hundimiento) se hunden en una cama que, aunque limita un espacio, es ilimitada en tiempo y no quieren salir?
Por otro lado, hay algo curioso en relación al tiempo, es la percepción de que efectivamente hay tiempo. Aun así, en las redes sociales lo que se lee es el supuesto de que hay «más tiempo» para hacer esas cosas que queremos hacer pero que no hacemos. Y por detrás algún progresista pone el foco en que el sistema capitalista y neoliberal nos lleva a trabajar un montón de horas diarias para poder pagar esas cosas que compramos pero que no necesitamos pero que nos hacen creer que sí y por ello perdemos tiempo. En ese sentido, hay un equívoco, no hay «más tiempo», hay tiempo. Lo que se quiere hacer pero que no se hace no está dado por la falta de tiempo en la vida diaria o por el sistema per se, sino por la postergación al infinito en la creencia de la eternidad y la promesa a futuro: «habrá tiempo más adelante para hacerlo». El dulce discurso católico por el cual estamos atravesadxs y la vieja añoranza de la vida eterna; cuando lo único que es eterno, paradójicamente, es la muerte.
Aun así: ¿Qué nos hace humanxs sino el lenguaje y la lengua que permiten el lazo con lxs otrxs? Y, si bien el lazo no está imposibilitado por la tecnología y el uso de las redes sociales, hay algo que sí lo está: el cuerpo en contacto con esxs otrxs que, al relacionarse con otros cuerpos, hace sentir el propio. En ese sentido, si cabe una enseñanza en relación a lo que está sucediendo es esa: no basta con invertir tiempo para compartir con otrxs, también se nos hace necesario poner el cuerpo en un espacio junto a otxs; la tecnología facilita la comunicación, sí, pero no el encuentro.
Entonces, el cuerpo por el espacio, el cuerpo por el tiempo, el cuerpo por los lazos. Es el cuerpo el que habla la lengua del malestar y, por ende, la pulsión que hace regencia. ¿De qué? Del goce propio, ahora encerrado entre 4 paredes, pero hace un mes desparramado por doquier. En efecto, lo que aflora en la cuarentena no es nuevo, es la repetición del más de lo mismo, pero ésta vez con la vuelta hacia la propia persona. Y eso es lo complejo, porque la constitución psíquica se da en función de un/x Otrx, es a partir del/lx Otrx y de lxs otrxs como pares que hay sostén y reconocimiento subjetivo y, cuando eso se cae, aparece el/lx sujeto en su desvalimiento absoluto. No por nada es las instituciones carcelarias y en los neuropsiquiátricos el peor castigo es el aislamiento.
Ahora bien, paradójicamente hay un virus que se coronó, pero hay algo que podemos hacer y es no coronar el «aislamiento». No estamos aisladxs, estamos en cuarentena, al resguardo de nosotrxs, propixs y ajenxs. El aislamiento, desde su raíz etimológica, viene de la palabra «isla» «hacia la isla»; de ahí que promueve la ruptura del lazo, nos deja ensimismadxs y sin posibilidad de hacer puentes. En efecto, charlar con otrxs a partir de las posibilidades que brinda la tecnología, es darle espacio y lugar a la palabra que hace grieta en la pantalla del aislamiento y sale al encuentro con lxs otrxs.
Al fin y al cabo, es la palabra, en tanto otra, la que moviliza y produce un cuerpo. Eso, sobre todo para no quedar entrampadxs en nuestro propio virus-isla mental.
Imagen de portada:
María Carolina Diez
Web: mariacarolinadiez.com
Instagram: mcarolinadiez
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