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Oct 25, 2015 Ricardo Nasif Recomendada Comentarios desactivados en Endrogados
En 1994, el músico Andrés Calamaro fue denunciado ante la justicia penal por la comisión del presunto crimen de apología del delito, por haber dicho en un recital que era una linda noche para fumarse un porrito. Tras más de diez años de procesamiento, recién en abril de 2005 fue absuelto.
Distinta fue la suerte del autor, compositor e intérprete guatemalteco Ricardo Arjona. En el año 2008 grabó el disco Galería Caribe en el que incluyó dos versiones –una salsa y otra acústica- del polémico tema La Receta. En el comienzo de la canción el poeta dice: “Deme un Tylenol pa’l mal de cuerpo / y un Diazepam para olvidar. / Un galón de suero está perfecto / y un Lexotan para volar. / Deme un Valium mil pa’ estar bien muerto / y que no me dé por recordar. / Un Tagamet para lo incierto / y un Prozac pa’ exorcisar.”
A la claras, el cantante pedía y promovía el consumo de altas dosis de fármacos, entre ellos analgésicos, antiinflamatorios, ansiolíticos, antiácidos y antidepresivos, para aliviar un supuesto mal de amor intratable. Y fue el propio Arjona y sus sudorosas y narcotizadas seguidoras los que cantaron a los gritos en el Luna Park de Buenos Aires las estrofas de La Receta, sin que ningún fiscal o juez actuara de oficio ante la manifiesta defensa de un consumo tan profuso de drogas que dejaría seco de un saque a cualquier cristiano o agnóstico.
Este contraste muestra, además de la ausencia de la intervención del Estado en el tráfico de versos de bajísima estofa, la arbitrariedad de la justicia argentina que dio infinita mayor relevancia a la invitación a un porrito de Calamaro que al abuso de drogas propuesto por Arjona.
¿Qué hubiese pasado si Arjona hubiera cantado: “Deme un porrito pa’l mal de cuerpo / y éxtasis para olvidar. / Un galón de merca está perfecto / y un LSD para volar? ¿Y si Calamaro hubiese dicho “qué linda está la noche para clavarse un Rivotril”?
Socialmente no hemos puesto al demonio en el Rivotril. Es un medicamento, legal, científicamente desarrollado, prescripto por un médico mediante receta que se archiva con nuestro nombre apellido y DNI en la farmacia donde lo compramos, controlado permanentemente por un profesional de la salud. Es un químico que sólo se utiliza para el tratamiento de determinadas patologías, ¿o no?
Si uno lee el prospecto del Rivotril ahí dice que se trata de la droga clonazepam, que tiene propiedades ansiolíticas y anticonvulsionantes y que está indicada para los trastornos de ansiedad, trastornos comiciales y espasmos infantiles. Los médicos la reconocen como una droga muy eficiente para tratar ciertas patologías mentales y, aunque suelen recomendar que su uso no se extienda por más de cuatro meses, esto no siempre es así y el consumo del remedio termina convirtiéndose en una enfermedad, en una potente adicción.
La escritora boliviana Liliana Colanzi en el año 2013 relató en el diario Clarín que mientras cursaba su formación en una prestigiosa universidad de los Estados Unidos, la presión académica era tan grande que, por diversas circunstancias, terminó consumiendo clonazepam indicado por una psiquiatra. Recuerda Colanzi: “Tomé el antidepresivo una sola vez y pasé un día observando el mundo como si me hubieran arrastrado al fondo de una piscina. El clonazepam, sin embargo, me devolvió a una relativa normalidad: empecé a dormir por las noches. Después de un tiempo, el clonazepam se convirtió en parte de mi rutina. Lo tomaba cada noche de manera automática, como otros toman vitaminas. Nunca cuestioné su uso. Después de todo, ¿quién está libre de pecado? (…) Un año y medio después mi dosis había subido de 0.5 a 0.75 mg. Una vez al mes pasaba por el consultorio de la psiquiatra para recoger mi nueva receta; la visita nunca duraba más de diez minutos. Ya casi había olvidado cómo era dormir sin muletas químicas.”
Lo que nunca le contó la psiquiatra a Liliana, en esos diez minutos periódicos de consulta, es que le llevaría casi un año de infierno dejar de tomar definitivamente la droga. Cuenta la escritora: “Cada vez más privado de clonazepam, mi cerebro era como una langosta arrojada al agua hirviendo: me estremecían los ruidos y las imágenes del mundo. Acostumbrada a viajar seguido, de repente descubrí que tenía una aversión invencible hacia los aviones o a los espacios cerrados. Las caras de los conocidos y de los extraños me sobresaltaban por igual. Un día nublado, haciendo cola en la entrada de un cine, sentí que el cielo me amenazaba: o bien se desplomaría sobre mí, o bien se revertiría la gravedad y yo saldría disparada hacia el espacio. Desde entonces, mirar al cielo me producía vértigo. Hacia el final, me acostumbré a dormir cada dos días.”
En la historia del siglo XX las drogas legales han circulado masivamente por circuitos y consumos ilegales e incontrolables. En los ´50 el sedante diazepam (la marca más conocida era el Valium) se expandió en algunos sectores, las anfetaminas irrumpieron en los ´60, en los ´80 el bromazepam (Lexotanil es la denominación más popular) era una pastilla de moda, la fluoxetina (el famoso Prozac) se hizo frecuente en los ´90 y en los últimos años el podio de los psicotrópicos se viene disputando entre el alprazolam (Alplax) y el clonazepam.
Fuera de los indispensables y responsables tratamientos médicos, el clonazepam es una droga habitual a la cual puede accederse muy fácilmente, una sustancia fuertemente adictiva que permite caretearla, que te deja drogar sin que la sociedad demonice tu drogadicción y, además, es parte de un comercio “legal” multimillonario.
Es difícil tener una cifra, pero según cálculos muy modestos en base a números oficiales, la venta de medicamentos en la Argentina mueve alrededor de 50.000 millones de pesos por año, lo que equivaldría a unas 670 millones de cajitas de remedios. Gran parte de ese dinero es invertido para salvar vidas y sanar personas, pero no todo. La mayoría son remedios prescriptos por médicos. Un 30% de venta libre, entre los que están las cápsulas y pastillas que comemos como golosinas.
En el caso del clonazepam, alrededor de 25 laboratorios lo fabrican y se comercializa en miles de farmacias con diversos nombres comerciales, el nombre estrella es Rivotril del Laboratorio Investi. La pastilla más fuerte -de 2 mg.- se puede comprar con receta a $ 84 la caja de 30 comprimidos y a $ 106 la de 60 unidades.
El precio de los medicamentos no sólo incluye los costos de producción y comercialización sino también sumas muy importantes invertidas por un mercado concentrado en un ejército de 6000 visitadores de propaganda médica, publicidad y marketing y coimas -en forma de dinero, electrodomésticos, viajes al exterior, etc.- que reciben médicos que con sus científicas y legales lapiceras indican la droga a sus pacientes.
Según cálculos del escritor Claudio Molinari, en base a datos proporcionados por el Sindicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos, en la Argentina se venden en los mercados legales y clandestinos -que los hay- alrededor de 160 millones de comprimidos de clonazepam por año, que se toman enteros, por mitades o de a cuartos. Serían entre 900 mil y 1 millón 800 mil los consumidores asiduos de esta droga en el país, el 70% de ellos son mujeres.
La población argentina es una de las mayores consumidoras mundiales de clonazepam por habitante y la intoxicación con este tipo de drogas es la segunda causa de ingresos de emergencia -después del alcohol- en la guardia del Hospital Fernández, el principal centro de referencia sobre toxicología de nuestro país.
Y así estamos… legalmente endrogados.
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