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Dic 09, 2018 La Quinta Pata Género y Feminismos Comentarios desactivados en Fragmentario, una salida de la violencia de género
Un análisis de la magistral y premiada obra Fragmentario, de Rubén González Mayo, a partir de los femicidios que nos desangran. Una obra esencial, necesaria en nuestras luchas contra la violencia patriarcal y la trata.
Claustrofobia, desesperación por salir, por escapar de lo inexorable, de la violencia naturalizada, del dolor.
Todos los personajes se encierran/ son encerrados en estos espacios de dolor, cada uno expresa la desesperación en/por un destino que solo Casandra puede vislumbrar pero que los demás intuyen, golpeando la puerta y las ventanas para tratar de escapar.
Los gritos y los golpes de Agamenón hacen vibrar los vidrios y todo lo que resuena en la habitación. Los cuerpos protagonistas y espectadores vibramos, sufrimos y revivimos esa violencia, nos mueve para hacernos reaccionar, involucrarnos. Nadie permanece inamovible.
Tan violentos son los gritos como los moretones o los huesos/descarte que Agamenón le ofrece a Casandra, o el vestido de Ifigenia colgado en la pared. Ese vestido que revela la ausencia, el abuso infinito, y que queda en la escena cuando todo concluye, como refutación del fin de la obra, como respuesta a Egisto, esto no ha terminado. Y grita cuando en los agradecimientos de Rubén González Mayo, menciona a Lucía Pérez. La Orestiada no continúa aquí con la venganza de Electra y Orestes, sino con ese vestido, con un ciclo de violencias y femicidios, que no terminan. A diferencia de la tragedia griega, no hay en Fragmentario ninguna intervención divina ni de las leyes humanas que puedan dar un final feliz. La única salida es que nos conmovamos de tal manera que intervengamos y demos fin a las violencias, que sea imposible naturalizarlas, soportarlas.
Los sufrimientos de Clitemnestra y Casandra actúan a modo de espejo disonante, como una reactualización de las palabras de Silvia Federici, en la expropiación de los cuerpos de las mujeres, que son dueñas de nada, ni de sus propios cuerpos. Bienes de consumo, para el goce y uso de los otros, a tal punto que ni siquiera registran una violación. La única que puede expresar esa alienación es la ausente Ifigenia, que permite a Climnestra y a Casandra poner en palabras sus propias violaciones. La madre y la esclava se unen con la hija en su condición de esclavas. Se disuelven los límites entre ellas, todas sufren la trata, el comercio de sus cuerpos y sus sexualidades.
Y sin embargo, ellas enfrentan los golpes, los abusos, como pueden, tambaleándose en desequilibrio, cayendo, gritando, explicitando las violencias, las ausencias; mientras que ni Agamenón ni Egisto se hacen cargo de las mismas. Aún en sus propios sufrimientos, ellos no rompen estos círculos brutales, sino que participan de éstos. Como una demostración del eje horizontal o pacto entre sujetos masculinos de Rita Segato, que habilitan en su complicidad las violencias, ellos no se rebelan contra su mandato, lo ejercen aún contra sí mismos. Bien que Egisto intente romper con el binarismo blanco/negro que lo sujeta, no escapa de su engranaje; como receptor de violencia debe generar violencia. En una lucha de poder en la cual el que llega arriba se apoya sobre un oprimido que soporta su peso, como expresaba Celeste Álvarez. Los dolores de Agamenón y Egisto no nos conmueven, porque no les sirven para asumir sus responsabilidades; porque ellos mismos no se mueven de su poder sobre los cuerpos de las mujeres.
El sacrificio de Ifigenia, ese intercambio de una virgen o mercancía valiosa, no se presenta ya como una acción insensata escondida entre otras sangres masculinas sacrificadas, sino como una cadena naturalizada de sacrificios de cuerpos que las mujeres deben atravesar, requerida por el “mandato de masculinidad”, desarrollado por Segato. Ya no es Agamenón el que decide en una absurdidad bélica, sino que actúa en un pacto de varones, enfrentados entre ellos, que se ponen de acuerdo en una búsqueda común de poder, basada en una mercancía que ambos poseen. La guerra no se da ahora entre varones, sino que se traslada/involucra los cuerpos de las mujeres. La sangre de Ifigenia no es exigida ahora como consecuencia de la acción impura de Helena, sino que se engrana en una serie infinita de sacrificios sin sentido.
Por ello, la venganza de Clitemnestra, con el asesinato de Agamenón, adquiere otra mirada, radicalmente opuesta a la planteada por Esquilo. Ifigenia pasa a ser el centro de la tragedia. Su vestido se corporiza, iluminado, por sus palabras desgarradoras, y justifica el intento de su madre de romper la cadena de violencias. Aquí, una violencia pasa a ser mayor que otra, invirtiendo los valores de Esquilo, donde la muerte de Agamenón es superior a la de Ifigenia. Así, las consecuencias de la venganza de Clitemnestra no aparecen en foco; el abandono de Orestes y Electra por parte de Clitemnestra, se contrapone a la madre que busca/interroga sobre el destino de Ifigenia. La Orestíada ya no se refiere a Orestes, sino a Ifigenia. Ello explica quizás el recorte, el fragmento elegido. Aquí no interesa la venganza de los hijos, sino la de la madre.
El femicidio de Casandra adquiere también ahora centralidad. Su asesinato, en tanto que propiedad/extensión de Agamenón, se convierte en Fragmentario en un femicidio a manos de Egisto. Ese cuerpo/objeto sin vida, que Agamenón arroja al piso en el inicio, va adquiriendo toda su fuerza en sus profecías, en su desesperación por revelar/desvelar las hipocresías y las violencias. Pero su denuncia ya no grita solamente las muertes que vendrán, sino que nos trae las palabras pasadas de Ifigenia y se transforma, ella misma, en un reflejo de la hija/esclava. Su destino/femicidio está unido al de Ifigenia, como una profecía inexorable. Si la muerte de Casandra en La Orestíada no se justificaba por ninguna expiación de sangre que ella hubiera derramado, Fragmentario lleva al extremo dicho absurdo y se convierte en un femicidio más, sin ninguna otra justificación que callar la denuncia y sufrir el destino trágico que le corresponde en la cadena de crímenes de mujeres, por el solo hecho de ser mujeres. Ya no existe en sus palabras la venganza del parricidio, ni siquiera la venganza de su propia muerte. Ya no hay una expiación de la sangre derramada por otra sangre responsable. La sangre de Casandra ahora no es expiada, ni vengada por la sangre de otra mujer; sino que la sangre/vida en el piso es una fatalidad absoluta, la cual anticipan los golpes en su cara.
Romper el círculo, no soportar la cadena de cuerpos desechados de mujeres, de abusos y violencias, de sangre sin sentido. Esa es la puerta que abre la magistral y premiada obra Fragmentario. He ahí una salida.
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