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DEBATES 1: Por Virginia Anderson (The New York Times News Service 2007)
Si usted piensa que su cerebro va perdiendo fuerza a medida que usted va envejeciendo, piense de nuevo. Nuevas investigaciones muestran que su cerebro pudiera, de hecho, funcionar mejor a medida que usted envejece.
Hay una condición, con todo. Usted debe usar su cerebro para mantener el crecimiento de las neuronas, dice el doctor Gene Cohen, quien dirige el Centro de Envejecimiento, Salud y Humanidades en la Universidad George Washington.
Cohen es el autor de The Mature Muid: The Positive Power of the Aging Brain (La mente madura: El poder positivo del cerebro que envejece) editorial Basic Books.
Desde hace muchos años, los científicos creyeron que los seres humanos desarrollan todas las células cerebrales que tendrían lo largo de su vida para cuando alcanzaran los tres o cuatro años de edad, con la abrumadora mayoría de las células producidas ya en el momento de nacer.
Eso es un mito, aseguró Cohen. Nuevas investigaciones con imagen revelan no sólo que la gente efectivamente desarrolla nuevas células conforme va envejeciendo, sino que, a menudo, también el cerebro mayor funciona mejor, de hecho, que un cerebro más joven: “Es como si empezaras a conducir con doble tracción”, asegura Cohen. Ambas partes del cerebro empiezan a funcionar juntas en la edad madura, y esa actividad puede mejorarse a medida que el cerebro va envejeciendo, en particular si desarrolla nuevas neuronas.
El área pensante del cerebro tiene aproximadamente 100.000 millones de neuronas, explica Cohen. Cada neurona, a su vez, tiene la capacidad de producir miles de dendritas, o extensiones que conducen impulsos a otras células del cerebro. Eso significa que el cerebro tiene la capacidad para más de un billón de conexiones intercelulares.
Y mientras más usemos nuestro cerebro, más aumenta esa capacidad. “La investigación nos dice que nunca es demasiado tarde”, termina el científico.
Diane Kee, de 63 años de edad, originaria de Atlanta, no lo cree así, aunque sí quiere leer el libro de Cohen para enterarse si existe cualquier forma de salvar su menguante memoria; “no puedo imaginar de qué está hablando él”, dijo Kee, entre risas. “A veces, estoy conduciendo mi automóvil y doy vuelta en una esquina y ya no puedo recordar dónde estoy”.
Al igual que mucha gente que ronda los 50 años de edad y más, Kee, abogada retirada, tiene “momentos de adulto mayor”, como cuando entra a una habitación y olvida la razón por la que, para empezar, había entrado. Así que hace unos cuantos años ella empezó a resolver crucigramas para ayudarle a su memoria, relató.
¿Funcionó la estrategia?: “No, pero si me volví mejor para resolver crucigramas”, notó Kee.
Por su parte, el Dr. Jon Kaas, catedrático de psicología y biología celular por la Universidad Vanderbilt, explica que los cerebros ya entrados en años se desempeñan mejor en tareas que “ensayan” de manera repetitiva, como resolver crucigramas. Si bien este tipo de actividad ayudará a quienes la practican a recordar más rápidamente palabras y frases, quizá no se traduzca a otras actividades: “Resolver crucigramas no será de utilidad para jugar al tenis”, destaca Kaas.
De ahí que la gente pudiera querer concentrarse en las habilidades que, en particular, desean afinar. Esa actividad repetitiva modifica los microcircuitos dentro del cerebro, nos dice Kaas.
A decir del mismo especialista, algunos estudios en rehabilitación y terapia física, como los que versan sobre pacientes con embolias, de hecho ya empezaron a producir algunos nuevos datos científicos sobre el cerebro. A medida que los pacientes sufrían pérdida de movilidad en una de sus extremidades, por ejemplo, los terapeutas les enseñaban a depender de la extremidad que funcionara bien. Y eso dejó entrever a los investigadores que el cerebro que va envejeciendo puede llevar a cabo acciones que, según se creía en otra época, estaban fuera de su alcance. Sin embargo, justamente al igual que en la terapia física, el cerebro entrado en años debe ejercitarse, destacó Kaas. “El verdadero problema es que la gente, conforme va envejeciendo, hace cada vez menos”, dijo. “Así que pierden circuitos”.
Cohen, por su parte, comentó que una de las claves para ejercitar nuestro músculo mental está en hacer algo mental que verdaderamente nos desafíe. Piense en ello como si levantara pesas para el cerebro, afirma Cohen, en el cual el entrenamiento de resistencia, como levantar pesas, de hecho engrosa la fibra muscular. Si bien el cerebro no aumenta de tamaño como lo hacen las fibras musculares, el ejercicio mental puede conectar las neuronas y las dendritas.
Dicho lo anterior, se producen cambios en el cerebro conforme vamos envejeciendo, prosigue Cohen. Además, algunas enfermedades y desórdenes, como el mal de Alzheimer, ocurren solamente en la edad avanzada.
Pero si el cerebro es saludable, es capaz de funcionar bien ya entradas las décadas, destacó Cohen, siempre y cuando siga teniendo desafíos de manera regular.
Los hallazgos de Cohen y de otros podrían tener importancia mucho más allá de lo relacionado con temas de calidad de vida. Conforme la generación de la posguerra envejece, los empleadores o patrones harían bien en valorar a sus trabajadores ya entrados en años por sus contribuciones, así como por las cosas que no hacen, como robar en la oficina.
Cohen notó la existencia de estudios en los que se muestran las menores probabilidades que tienen los trabajadores de edad mayor en cuanto a robar en sus empresas, así como con menores probabilidades de ausentarse o tomar días por enfermedad cuando no están realmente enfermos.
Aunado a lo anterior, los trabajadores de edad más avanzada a menudo traen consigo pragmatismo, juicio y creatividad, surgida de un sentido de “¿por qué no?”.
DEBATES 2 Por Benedict Carey (The New York Times News Service 2007)
El daño a un área del cerebro en la frente, pocos centímetros detrás de los ojos, transforma la manera en que la gente efectúa juicios morales en situaciones de vida o muerte, según un informe científico presentado este jueves.
En un nuevo estudio, las personas que presentan esta inusual herida expresaron una voluntad cada vez mayor de matar o hacer daño a otra persona, si ese tipo de acción salvara las vidas de terceros.
Los hallazgos constituyen la evidencia, más directa hasta la fecha, de que la repulsión natural de los seres humanos a infligir daño a otros depende de una parte de la anatomía neural, una que probablemente evolucionó antes que las regiones del cerebro responsables del análisis y la planificación.
Los investigadores hacen énfasis en que este estudio fue pequeño y que las decisiones morales fueron hipotéticas; los resultados no pueden predecir cómo actuarán personas con o sin heridas cerebrales en situaciones reales de vida o muerte. No obstante, los hallazgos, que aparecieron en línea el miércoles de esta semana, en la revista Nature, confirman el papel central de la región dañada: la corteza prefrontal ventromedial, de la cual se piensa que genera emociones sociales, como la compasión.
Estudios previos mostraron que esta región estaba activa durante la toma de decisiones morales, y que el daño a ella y áreas vecinas a raíz de casos severos de demencia afectaban los juicios morales. El nuevo estudio cierra el caso al demostrar que un juicio muy específico, fundamentado en la emoción, se ve alterado cuando la región es dañada. En circunstancias extremas, la gente que tiene una herida de este tipo incluso aprobaría que un infante fuera sofocado si esa acción salvara más vidas.
“Yo pienso que ahora es muy convincente que existen al menos dos sistemas en funcionamiento cuando nosotros efectuamos juicios morales”, sostuvo Joshua Greene, psicólogo de Harvard que no estuvo involucrado en el estudio. “Existe un sistema emocional que depende de esta parte específica del cerebro, en tanto otro sistema lleva a cabo análisis más utilitarios, del tipo costo-beneficio, el que en estas personas está claramente intacto”.
Este hallazgo podría tener implicaciones sobre casos legales. En algunos de ellos, los jurados han reducido condenas en prisión con base en resultados de imágenes cerebrales que revelan ese daño.
Este nuevo estudio se centró en seis pacientes que habían sufrido un daño muy específico en el área ventromedial a raíz de un aneurisma o un tumor. La corteza es la densa envoltura exterior del cerebro, en la cual residen las funciones distintamente humanas, en su mayoría conscientes, así como el lenguaje.
El término ventral significa ‘debajo’, y medial significa ‘cerca del medio’. El área en cuestión es aproximadamente del tamaño de una ciruela grande.
Las personas que presentan esta herida pueden ser lúcidas, tranquilas, conversadoras e inteligentes, pero socialmente torpes, al parecer insensibles a la declinación y flujo de sutiles indicaciones y emociones sociales. Además, tienen algunos de los mismos instintos morales que otras personas.
Los investigadores, de una Universidad de Iowa, los pusieron a resolver varios desafíos morales. En uno de ellos, tenían que decidir si desviaban un carrito de madera que avanzaba sin control alguno y que estaba por matar a un grupo de cinco trabajadores. Para salvar a los trabajadores, ellos tendrían que actuar rápida y decisivamente, desviando el carrito hacia otro hombre, quien terminaría perdiendo la vida.
Con firmeza, ellos favorecieron la rápida acción, justo como el grupo de personas con heridas hizo. Un tercer grupo, con daño cerebral que no afectaba a la corteza ventromedial, tomó la misma decisión.
Los tres grupos también rechazaron con firmeza hacer daño a terceros en situaciones que no eran cuestión de intercambiar una muerte segura por otra. Tampoco enviarían a una de sus hijas a trabajar en la industria de la pornografía para mantener a raya la pobreza extrema, ni matarían a un infante del que sintieran que no pudieran cuidar.
Sin embargo, surgió una gran diferencia en las decisiones de los participantes cuando no había que actuar con gran rapidez; cuando tenían que elegir entre tomar una acción directa de matar o hacer daño a alguien (empujarlo al paso del carrito fuera de control, por ejemplo) y servían a un bien mayor.
Quienes presentaban heridas ventromediales tenían probabilidades aproximadamente dos veces superiores, en comparación con los otros participantes, de decir que empujarían a alguien al paso del tren (si ésa fuera la única opción); o que envenenarían a una persona infectada con sida que estuviera determinada a infectar a terceros; o sofocarían a un bebé cuyo llanto revelaría a soldados enemigos dónde se estaban ocultando el sujeto, una familia y un grupo de amigos.
«La diferencia fue muy clara para todos los pacientes del área ventral medial», dijo el doctor Michael Koenings, neurocientífico por el Instituto Nacional de Salud de EEUU, quien encabezó el estudio mientras estuvo en la Universidad de Iowa. Luego de aprobar en repetidas ocasiones la muerte en estas situaciones de alto conflicto, agregó, uno de los pacientes le dijo: «Vaya, me he convertido en un asesino».
Los otros autores del estudio fueron el Dr. Daniel Granel de Iowa, Dr. Marc Hauser de Harvard, así como otros neurocientíficos.
Imagen: Tomada del artículo original
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