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Hecha esta aclaración, y en base a las premisas teóricas explicitadas al comienzo, se intentará reconstruir su historia del modo más fiel a como ella misma hubiera querido. El respeto por los pasajes de su vida sobre los que prefería guardar silencio, los matices cotidianos y familiares en los que hacía hincapié, las explicaciones con que precedía sus cantos, en fin, su propio modo y ritmo narrativo será el silente latido en esta historia urdida como si estuviera presente.
Aimé Painé fue el nombre artístico de Olga Elisa Painé, una aborigen de filiación tehuelche (por línea materna) y mapuche (por línea paterna) nacida en Ingeniero Huergo (Río Negro) el 24 de agosto de 1943. A temprana edad fue dada en adopción a una familia blanca de buena posición de Mar del Plata (Buenos Aires). Nunca dejó trascender el apellido de la misma ni hablaba mucho de su niñez. Solo sabemos que fue educada en el colegio de monjas María Auxiliadora, que era aplicada y que el canto le despertaba interés, aprovechando al máximo su participación en el coro del colegio. Quizá lo más memorable de esos años fue una frase que le dijo su maestra al ver cómo aprendía las lecciones sobre los mapuches y con qué esmero los dibujaba. En una entrevista que le realizó el periodista Leopoldo Brizuela así la recuerda: “No tenés que olvidar que tu pueblo fue un pueblo de valientes. Fue una sola frase, dicha como al pasar, pero todo el mundo sabe qué paso puede tener una sola frase en la mente, en la vida de un niño. Y yo, durante toda la infancia, me aferré a esa frase, la recordé siempre como unas palabras mágicas capaces de conjurar el fantasma de la locura» (Brizuela 1992: 131).
Haciendo carne la valentía de su pueblo, puede cifrarse en esa frase el inicio de su vocación por salvarse y salvar a los suyos a través de su canto ancestral. No debe verse en tal actitud una búsqueda redentorista o de fama. En cuanto hija adoptiva, sabía del dolor de la pérdida, mas en cuanto hija aborigen adoptada, dicho dolor y dicha pérdida se potenciaban hacia la satisfacción de la imperiosa necesidad por saber quién era y qué quería ser. Aquella frase la propulsó a una búsqueda identitaria que no germinaría sino varios años después, lentos y penosos. Comenzó a estudiar música y canto —era soprano— con las profesoras Blanca Peralta Parodi y Nina Kabanciwa, respiración, yoga y foniatría con Alba Gayer y guitarra con Roberto Lara. Cierta vez, al entrar en la adolescencia escuchó, casi por casualidad, un concierto sinfónico coral y fue tal su deslumbramiento que «no paré hasta entrar en el Coro Polifónico Nacional, en donde estuve cantando cinco años. Si yo ahora me detengo a reflexionar, comprendo que lo que me atraía de aquel coro, además de la magnífica música que interpretaba, era esa experiencia de cantar en grupo; yo, que siempre me había sentido tan sola, tan rechazada, tan desgraciadamente distinta» (Brizuela 1992: 132).
Con ese coro recuerda la vergüenza que sintió al participar en un encuentro internacional en Mar del Plata pues, a diferencia de los coros invitados, el suyo fue el único que no interpretó música indígena o folclórica. Su dolor como argentina, como parte de un país tan cegador de sus raíces como abierto al influjo europeo, la incitó a querer reencontrarse: «¿Cómo puede ser que tenga ya dieciocho años y no ponga mi juventud al sérvicio de mi gente? ¿Cómo es posible que yo no diga con mi canto lo que mi pueblo quiere que se escuche? A esta altura de mi vida, ya no puedo echarle la culpa de todo a los otros; si no elijo luchar por lo mío, tendré parte de culpa en la muerte de mi pueblo» (Brizuela 1992: 133).
Aimé comenzó dando sencillos recitales de música folclórica acompañándose con guitarra, pero aún debieron pasar muchos años más de sus dieciocho para que se adentre en el canto de su pueblo. Fue en 1972 al escuchar en Buenos Aires un programa radial sobre los aborígenes de la Patagonia en el que hablaba, entre otros, el Dr. Rodolfo Casamiquela. Sus comentarios le despertaron tal interés que fue a la radio y espero que saliera. En una entrevista efectuada a Casamiquela, en septiembre de 2007, así recuerda ese primer encuentro: «Salimos y había una belleza parada ahí, con un poncho pampa terciado en el hombro, y yo, enfermo de antropología, la afilié al pasar: esta chica de origen indígena, quizá mapuche con otra sangre, y… seguimos de largo, entonces nos sigue ella, dice «¿Quién de ustedes es el profesor Casamiquela? ». […] Yo, señorita, ¿por qué? «¡Ah, tanto tiempo que quería encontrarlo!». Bueno, no soy tan difícil yo, estoy en Viedma. «Bueno, yo llamé, intenté, en fin, y ahora venía en el ómnibus y oí la audición que estaban acá y me vine hasta la radio». Bueno —digo—, ¿y por qué me buscaba? «Yo me llamo Aimé Painé». Le digo: ¿de los ranqueles de La Pampa? «Por eso lo busco, quiero saber quién soy».
«Quiero saber quién soy» fue el leitmotiv de Aimé. En efecto, si llegó a ser lo que fue se debe a la feliz intervención cultural de Casamiquela, ¿Por qué «intervención cultural”? Si bien era aborigen, su temprano carácter de hija adoptiva en un contexto blanco y urbano bonaerense poco le permitió ahondar en su sentido de pertenencia étnico. La gravitación de Casamiquela en su construcción identitaria no debe reducirse a lo anecdótico u ocasional. Ni siquiera corresponde verlos como dos pares que intercambiaban conocimientos sobre los aborígenes patagónicos. Él fue su maestro basal y he aquí lo interesante, lo singular, de su historia de vida. Tal vez Aimé haya sido un personaje único en el mundo de los investigadores, pues estamos ante un caso de reaprendizaje cultural ex profeso. Si Casamiquela fue su maestro es porque ella se reconoció como su discípula. Él nos lo contó así: «De la conversación conmigo le digo: ¿y por qué no canta cosas indígenas, Aimé?, «y… porque no sé», me dice; ¿y si yo le doy una cinta con canciones?, recién vengo del campo y le grabé a la sobrina, nada menos, que del cacique Sayhueque —sobrina segunda—, treinta y tantas canciones, entre las cuales había canciones sagradas. […] «¡Pero cómo no! ¿Y la pronunciación?», Yo le enseño”.
Quien lea los textos de Casamiquela (especialmente los de 1958 y 1966) encontrará virtualmente todo lo que ella cantaba y decía —incluso textualmente— y, lo que es relevante y sincero de su parte, siempre con explícito y hasta venerable reconocimiento. Veamos dos ejemplos. El primero procede de una entrevista hecha por Guillermo Magrassi en Buenos Aires en el programa radial Orígenes, en fecha desconocida:
“Guillermo: ¿Cómo hiciste para recopilar las otras dos canciones que yo sé que vos tenés de los tehuelches?
Aimé: Sí, las otras eh… con… Casamiquela, como comenté hace un ratito eh… bueno, el saber que llevo de apellido Maiká, por supuesto fue todo un hallazgo, pero le digo…
G: Por parte de mamá, Maiká de por parte de mamá […], tehuelche.
A: Eh… pero yo decía «es todo un hallazgo», pero el hallazgo fue mutuo porque él encontró un personaje y yo también encontré un personaje a través de él. Eh… me sorprendió muchísimo que hablara la lengua, además que, que yo andaba con mis paisanos y que tuviera esa pronunciación, ese modito tan… tan paisano cuando habla la lengua, y bueno, también, de su parte, después de la observación que tuvo porque, naturalmente, a veces se pudo llegar a pensar de que una indiecita exótica que quiere indagar…”
A partir de reconocer que los cantos tehuelches que sabe, y hasta su apellido materno, fueron aportes de Casamiquela, reflexiona sobre ese hallazgo mutuo y del que resultó la construcción de su personaje, a veces mal visto como el de «una indiecita exótica«. El otro ejemplo es una explicación de Aimé dada en una actuación e incluida en el CD documental realizado en 2007 por Casamiquela (banda 20) y de la que no se consigna lugar ni fecha. Hablando sobre los caciques tehuelches para introducir el Canto del caballo blanco, así explica el círculo virtuoso establecido entre ella y Casamiquela:
«Pichalao fue el cacique más importante del norte de la Patagonia, como siempre dice el profesor Rodolfo Casamiquela, que fue él quien me enseñó esta canción cheluechu o gününá kéná. Ya ven, es un blanco y sí él lo aprendió… Dice que en esa época, bueno, a él le enseñó José María Cual. Pichalao toma para su linaje familiar ese Canto del caballo blanco. Así lo cantaron otros hombres tehuelches y el último fue José María Cual y ese José María Cual le enseña a ese profesor Casamiquela, gran amigo nuestro, y ese hombre blanco le enseña a esta mapuche esa canción tehuelche del caballo blanco y yo, a su vez, se la enseño a nuestros niños. Ya ven, qué hermosa cadena que se va haciendo«.
De este modo, un aspecto importante de su accionar fue la sinceridad con que daba cuenta de la fuente de su saber, pues sólo por sus rasgos aborígenes (suficientes para su visualización étnica) podría haberse revestido de una autenticidad per se, mas no lo hizo. Al contrario, empleó un arma más poderosa, la verdad. Que su obrar no fuera visto como una impostación, falsificación o teatralización, se debe a su carisma. Su presencia y palabra, ambas bellas y frescas, avasallaban con dulcicidad [sic] cautivante. Tanto para los blancos como para los aborígenes, Aimé parecía representar la quintaesencia del espíritu ancestral. La naturalidad de su discurso, siempre evitando la confrontación directa, su altivo porte y el entusiasmo de su canto, eran elementos suficientes para que su caracterización de aborigen se diluyera en un halo de indiscutible autenticidad. Llegada a esa comunión, era innecesario mentir. Lejos de ser una mácula el haber adquirido virtualmente todo a través de un académico blanco y de los libros quele recomendaba (y que aplicadamente leía), por la gracia de su carisma ella tornaba a esas adquisiciones en valiosas herramientas de sabiduría y de cambio. Uno de los casos más extremos de su caracterización fue el atuendo. Ya desde su presentación ante Casamiquela, con su poncho pampa terciado en el hombro, sabemos que gustaba vestir con elegancia campera. Su bello físico le permitía lucirse con gracia, aunque su interés por mostrarse aborigen la llevó a una caracterización que, por su propia inexperiencia, al principio resultó fallida. Eso lo sabemos hoy gracias a Casamiquela:
«Un día llegó a Viedma, yo era Director del Centro de Investigaciones ahí […] y vino caracterizada de indígena y yo cometí una grosería muy grande, que no es mi manera, naturalmente, y menos con ella, digo: ‘- ¿Qué estás disfrazada?’, y se puso a llorar,’- ¡Estoy disfrazada porque vos no me asesorás y vos meabandonaste!’, y qué diablos, entonces me ocupé también de la parte cultural material yo diría, no sólo de religión y de la música, que sí ahondábamos en nuestras muy largas conversaciones, de cómo debía ser la vestimenta y cómo el tupú de plata y cómo el trali lonko, es decir la vincha, y todas las cosas así».
Años más tarde recordó que también sus paisanos moldearon su vestir y cómo era vista por su padre:
«¿Usted recuerda que yo siempre visto de largo en mis recitales, no? Bueno, eso no es una idea mía, sino que me lo pidieron expresamente las abuelas, sin decirme muy bien por qué. Pero yo, como creo que tengo que devolverles cuanto pueda, y aunque no entendía mucho, en fin, lo acepté, y muy contenta que estoy.
Hasta que un día, mi padre, que no[ii] lo sabía, me dijo: «Yo la miraba, m’hija, vestida así, como los antiguos, y recordaba tantas cosas… Usted se viste así porque así se vestían los fuertes. Los que cayeron por fuertes, no por confundidos. […] Y cuando uno la ve cantando así vestida, uno ve el carácter de los viejos de uno, qué lo parió, m’hija. Y así he comprendido yo que su destino es reunir la familia, Aimé»’. ¿Reunir la familia?’, le pregunté. «Claro, por la palabra…»» (Brizuela 1992: 136-137).
Según su curriculum vitae, comenzó a cantar en mapuche en 1973, un año después de conocer a Casamiquela. Dividía sus presentaciones en dos partes, en la primera cantaba con guitarra música folclórica y en la segunda mapuche. Ese año realizó tres presentaciones: Radio Nacional de Santa Rosa (La Pampa), LU5 Radio Neuquén y Canal 13 de San Martín de los Andes (Neuquén). La rapidez con que aprendió el idioma y la colocación de la voz para el canto aborigen, muy diferente a la técnica occidental aprendida en sus años de coreuta, fueron pruebas suficientes de su capacidad artística. Centrada cada vez más en lo aborigen, pronto convirtió a sus presentaciones en un solo bloque de música ancestral. Para comprender la dinámica de sus espectáculos debemos saber qué lejos estaban de ser meros recitales. Al ser virtualmente desconocido el canto aborigen en el ámbito urbano, y al estar relegado al olvido por sus paisanos a fuerza de sobrevivir en una sociedad que no los admitía en su diferencialidad étnica, ella hacía énfasis en explicar qué y por qué lo hacía. Lejos de dar un espectáculo exotista, precedía sus cantos con las explicaciones necesarias para su comprensión, como su traducción al español, el cómo y cuándo los aprendió, anécdotas de cuando canta ante aborígenes, recuerdos familiares, etc. Su mensaje cálido, didáctico, ejemplificador, tenía un claro objetivo: cambiar la realidad sociocultural de la Argentina a través la integración pluriétnica y pluricultural de los pueblos nativos que la componen. Su repertorio consistía en canciones sagradas (tayül) y seculares (ül kantún) mapuches a capella o acompañándose con algún instrumento mapuche, y algunas canciones tehuelches a capella. También daba cursillos sobre su pueblo tratando aspectos como el religioso, el contacto con los blancos, las leyendas, el tejido, la cerámica, la platería, etc., e ilustrando con diapositivas.
Era frecuentemente invitada a programas radiales, aunque no tanto a televisivos pues la condicionaban a que se limite a cantar, cuestión que no negociaba ya que consideraba vital expresar sus ideas y glosar sus cantos. Por idéntica intransigencia de las discográficas tampoco realizó grabaciones comerciales y hasta no le parecía mal combatir ese autoritarismo empresarial con un pequeña revolución consistente en la circulación casera de las grabaciones de sus recitales hechas por su público (Brizuela 1992: 129).
Haciendo presentaciones recorrió gran parte del país. La mayoría del año vivía en Buenos Aires en un pequeño departamento de Recoleta comprado por su padre adoptivo, quien además la mantenía a través de un albacea. Para el verano iba a la Patagonia a visitar parientes, actuar y participar del nguillatún o kamaruko, la ceremonia religiosa de fertilidad de los mapuches, de carácter anual y que suele hacerse en febrero. En ese contexto comenzó su labor más delicada y profunda: hacer que su pueblo revalorice su cultura[iii] y recopilar cantos por mano propia, lo que incrementó su repertorio rápidamente. La llegada a los suyos fue total y, para ambos, impactante.
Su sencillez y carisma, sumadas a su belleza y su palabra justa y sincera, le despertando el entusiasmo que alimentó tanto la necesidad de su pueblo por valorarse en sus propios términos, como la necesidad de ella por ahondar en sus raíces. Casamiquela nos contó cómo Aimé despertaba el llanto en sus recitales y cómo al finalizar se le acercaban las ancianas para tocarla, como si fuera irreal, como si fuera una princesa de otros tiempos.
Los años que Aimé trabajó plenamente como cantante y animadora cultural fueron pocos pero intensos. Cultivó amistades duraderas en muchas partes del país, como con Josefina Racedo en Tucumán y Nilda Fandos en Formosa. A la casa de esta última viajaba varias veces al año y recorrían el interior de la provincia para conocer y ayudar a los aborígenes a través de recitales benéficos.
Durante esos viajes vivía con ellos compartiendo sus necesidades, les enseñaba su cultura y ellos la propia. De ese modo honraba aquella recomendación de su padre adoptivo y que, gracias a Nilda, hoy conocemos: “Vos tenés que ser entre los blancos princesa y entre los mapuches una mapuche más”. Tal era su llegada que esta anécdota narrada por Nilda en diciembre de 2007 de cuando la invitó a Formosa por primera vez, para la inauguración un centro comunitario, en marzo de 1982, la ilustra inmejorablemente: “A ella la teníamos prevista que iba a actuar y yo los había invitado a los paisanos nuestros que vinieran, pero ya toda la gente que fue… porque el lugar también era chico, dijimos bueno, los paisanos nuestros están invitados pero no sabemos si van a actuar porque, primero que ellos no son profesionales, no están acostumbrados a hacerlo en público, no sabemos si ese día van a querer o no… Y cuando llegó ella, entonces yo me fui, hablé con ella, le dije «mirá, vos seguro, vos estás en programa, pero yo tengo previsto un video, así que va a estar tu actuación y el video en el caso que los paisanos no quisieran actuar» […], y entonces ella me dice […] «déme un lugar donde yo pueda hablar en privado con ellos, pero sola». Y ese día se inauguraba, entonces no había un lugar ahí, le digo «mirá, el único lugar que tengo es el depósito, que puedo cerrar la puerta y que no te molesten», «bueno, vamos al depósito». Se fueron al depósito, yo no sé lo que le dijo a los paisanos, porque en un momento que tuve que entrar a sacar unos papeles que tenía en el depósito ella estaba sentada en el piso con ellos y estaban charlando, pero todos querían actuar, ¡no sabés lo que fue, ese espectáculo duró horas, pero con unas ganas lo hicieron! Por eso digo, fue tan rápido la respuesta porque yo sé que ellos no lo querían hacer. Yo los había escuchado muchas veces en el monte bailar, cantar, porque, porque iba siempre, pero que lo hagan en público, jamás«.
Del 7 al 19 de agosto de 1987 estuvo en Inglaterra en una serie de eventos organizados por el Comité Exterior Mapuche de Inglaterra, prometiéndole a Nilda que el 10 de septiembre estaría en su casa en Formosa, pues al regresar tenía que ir a Asunción para entrevistarse con un empresario recomendado por su padre adoptivo para que le financie la realización de un video documental. Estando en Asunción la invitaron a la televisión local, pero grabando se descompuso. Inmediatamente la internaron en terapia intensiva, había tenido un aneurisma. Dos días después, el 1 de septiembre de 1987, falleció. Sus restos fueron repatriados por Fandos gracias a la intervención de Luis Landriscina, quien arbitró los medios para conseguir un avión del ejército. Fue velada en Buenos Aires y sepultada en su ciudad natal. Deseo terminar con unas palabras que Nilda recordó:
«Y el día del velatorio la despidieron todos, de cada grupo algún representante. Y uno me llamó mucho la atención de lo que dijo. Dijo algo así como que Futachao [el Gran Padre] lleva a la gente chiquita cuando no viene preparada para vivir, entonces los lleva, y lleva a la gente grande que ya vivieron, que ya cumplieron con lo que Futachao les mandó, y que no lleva a la gente joven, al intermedio, si no es por algún caso especial. Y este era un caso especial, que Futachao la llevó a Aimé porque nosotros no le entendíamos cuando ella nos hablaba eso de la cultura. No entendíamos qué es lo que ella quería decir, entonces la llevó allá porque desde allá, al lado de Él, ahora sí nosotros vamos a entender lo que ella quiso decir«.
Qué es eso de la cultura…Aimé Painé intentó enseñar a los blancos y a los suyos algo para lo cual, en ese entonces, todavía no estaban maduros: la experiencia primordial de vivir y construir un país a partir de los recursos culturales propios. Su ejemplo no fue cabalmente entendido en su momento y, antes que el olvido tejiera sus sombras, su pronta partida fue multiplicadora de su legado. La inclusión de su vida en este volumen intenta contribuir a que siga latiendo en la esperanza de cada argentino.
Brizuela, Leopoldo. 1992. Cantar la vida: Reportaje a cinco cantantes argentinas : Gerónima Sequeida / Leda Valladares / Mercedes Sosa / Aimé Painé / Teresa Parodi. Buenos Aires: El Ateneo.
Casamiquela, Rodolfo M. 1958. Canciones totémicas araucanas y gününâ kënâ (tehuelches septentrionales). La Plata: Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Ciencias Naturales y Museo.
2007 Aimé Painé: Mensajera de las culturas indígenas de la Patagonia. Viedma: Legislatura de Río Negro y Fundación Ameghino. CD.
Cirio, Norberto Pablo. 1998. En busca de la memoria perdida: Aimé Painé y el patrimonio musical tehuelche-mapuche. Trabajo presentado en el Tercer Encuentro Juvenil de Musicología y Actividades Afines. Buenos Aires.
Pelinski, Ramón A. y Rodolfo M. Casamiquela. 1966. Músicas de canciones totémicas y populares y danzas araucanas. La Plata: Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Ciencias Naturales y Museo.
Pérez Bugallo, Rubén y Cristina Argota. 1990. Painé Taiëll. Música mapuche de la Argentina interpretada por Aimé Painé. Buenos Aires: Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Río Negro. Casete y texto.
Referencias:
[i] Hay página web: http://www.lavozdelossinvoz.gob.ar/
[ii] Probable errata, ya que contradice la idea de lo que Aimé viene enunciando.
[iii] Seguramente esta última afirmación (“hacer que su pueblo revalorice su cultura”) resultará muy polémica a ciertos sectores de la antropología que señalan que una cultura debe ser modificada exclusivamente por sus propios actores y protagonistas; del mismo modo que en sectores opuestos, sea revalorizada como una intervención de valor pedagógico transformacional. [N. de El Baúl]
[iv] El volumen del que se extrapola el artículo sobre Aimé Painé venía con un anexo de
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