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Oct 01, 2017 Federico Mare Recomendada Comentarios desactivados en La política de la «antipolítica»
La ideología y la política están en todos los intersticios de la vida social, en todos los recovecos de la cultura. Incluso en aquellos que, a primera vista, parecen muy inocentes e inocuos.
Anastasia, la película de dibujos animados codirigida por Don Bluth y Gary Goldman, con su interpretación en clave satánica de la Revolución Rusa, ¿no representa acaso un ejemplo desembozado de propaganda macartista para niños? El gran estallido insurreccional de 1917 es, sin más, presentado al público como el cumplimiento de la maldición de Rasputín, perverso brujo que, resentido con los Romanov, ha vendido su alma al diablo para tomar venganza, desatando fuerzas demoníacas que soliviantan al pueblo contra el bondadoso zar, su adorable familia y su paternal gobierno…
La saga cinematográfica del ratoncito Fievel, con su exaltación de la gesta inmigratoria europea en el Nuevo Mundo (Un cuento americano, 1986), y también con su epopeya de la colonización del Far West (Fievel va al Oeste, 1991), ¿qué otra cosa es, sino una apología del American Dream y del «Destino Manifiesto»? A fines del siglo XIX, los Moskowitz –una humilde familia de judíos ucranianos– huyen precipitadamente de la Rusia zarista a raíz de un pogrom. Se embarcan con destino a los Estados Unidos en busca de libertad y tolerancia. Y felizmente las encuentran, claro, aunque no sin antes vivir varias peripecias en la babélica Nueva York, y otras más en el Lejano Oeste, inevitables en el cine de aventuras. ¿El Tío Sam? Agradecidísimo de que Spielberg haya producido esta saga infantil tan halagüeña, tan acorde a sus mitos identitarios, tan funcional a sus intereses hegemónicos.
Podríamos enumerar, sin duda, muchos otros botones de muestra más, pero sería tedioso. Quienes lean esta columna seguramente sepan engrosar la lista de ejemplos.
La ubicuidad de la ideología y la política debiera ser, a esta altura de los tiempos, una verdad de Perogrullo. Sin embargo, en esta Argentina que Macri ha retrotraído a la caverna, el panorama es muy diferente…
En su carta a Rosas del 2 de noviembre de 1848, remitida desde Boulogne-sur-Mer, San Martín comenta con preocupación y malestar:
Para evitar el que mi familia volviese á presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París, resolví transportarla á este punto, y esperar en él, no el término de una revolución cuyas consecuencias y duración no hay previsión humana capaz de calcular sus resultados, no sólo en Francia, sino en el resto de la Europa; en su consecuencia, mi resolución es el de ver si el gobierno que va á establecerse según la nueva constitución de este país ofrece algunas garantías de orden para regresar á mi retiro campestre, y en el caso contrario, es decir, el de una guerra civil (que es lo más probable), pasar a Inglaterra, y desde este punto tomar un partido definitivo.
En cuanto á la situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor ilusión: la verdadera contienda que divide su población es puramente social; en una palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que posee; calcule lo que arroja de sí un tal principio, infiltrado en la gran masa del bajo pueblo, por las predicaciones diarias de los clubs y la lectura de miles de panfletos; si á estas ideas se agrega la miseria espantosa de millones de proletarios, agravada en el día con la paralización de la industria, el retiro de los capitales en vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una guerra civil por el choque de las ideas y partidos, y, en conclusión, de una bancarrota nacional visto el déficit de cerca de 400 millones en este año, y otros tantos en el entrante: éste es el verdadero estado de la Francia y casi del resto de la Europa, con la excepción de Inglaterra, Rusia y Suecia, que hasta el día siguen manteniendo su orden interior.
Me pregunto si quienes con tanto ahínco, con tanto celo catoniano, impulsaron la campaña Con Mis Hijos No, incluirían entre sus tabúes pedagógicos esta «ideologizada» y «politizada» misiva donde San Martín, ya anciano, desde su exilio francés, habla con tanta alarma –y no poca antipatía– de la oleada revolucionaria del 48 en París y gran parte de Europa. Sospecho que no. Sospecho que ese movimiento cívico de familias macristas indignadas –fogoneadas hasta el delirio por el gobierno– no tiene problemas con la ideología y la política en general, sino con aquella ideología y aquella política que no son de su agrado en particular.
El liberalismo moderado o conservador (como prefiérase definirlo) de San Martín, su hostilidad manifiesta al socialismo, no resultan conflictivos para ellas, toda vez que no contradicen sus ideas y valores de derecha. Les importa un bledo que la correspondencia sanmartiniana, saturada como está de ideología, sea citada y comentada hasta el hartazgo en las escuelas. No les inquieta en lo más mínimo que la misma tenga un fortísimo y explícito contenido político. La política y la ideología se vuelven problemáticas sólo cuando son de izquierda, o sea, cuando no encajan en sus preconceptos de «orden» y «patria».
¿Excluiremos el Facundo de nuestras escuelas porque con él Sarmiento militó la causa unitaria? ¿Censuraremos a quienes, en la tarea de enseñar literatura argentina decimonónica, trabajan con El matadero de Echeverría, por ser este escrito un alegato enérgico contra el régimen rosista? ¿Prohibiremos el Martín Fierro de Hernández por sus críticas a la política sarmientina de levas forzosas en la campaña bonaerense? ¿Desterraremos la práctica de entonar el himno nacional en los actos escolares debido a su entusiasmo iluminista por la libertad, a su ferviente glorificación de la lucha criolla contra el yugo absolutista y colonial de España?
No hay nada menos aséptico –y más hipócrita– que militar la asepsia selectiva. Y en esto consiste, esencialmente, la mentada campaña Con Mis Hijos No: en militar la asepsia selectiva, es decir, en hacer política en nombre de la «antipolítica». Como si la propia ideología, por el solo hecho de ser la ideología de uno y no la de los demás, dejara mágicamente de ser –vaya a saberse cómo– ideología.
Imposible no acordarse, aquí, de la famosa parábola de la paja y la viga, atribuida a Jesús de Nazaret. Parábola que a continuación cito, en la versión que recoge de ella el Evangelio de Lucas (6. 41-42):
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.
Hoy sabemos que, al menos en lo que respecta a presupuestos ideológicos, es imposible tener despejados de paja los ojos. La imparcialidad no existe, menos en política. Pero sí existe la honestidad intelectual para asumir ese hecho, a gusto o a disgusto. Quienes no la tienen, transforman la paja de sus ojos en una viga gigantesca, agravando la dificultad gnoseológica de la «no neutralidad» con el vicio más pedestre y dañino de la estulticia.
¿Dónde está Santiago Maldonado? Podemos –y debemos– seguir haciéndonos esta pregunta, fuera y dentro de las aulas. Porque el silencio, porque la censura y la autocensura, serían más peligrosos aún para nuestra vapuleada democracia que la desaparición forzada misma de aquel joven. Joven cuyo único «crimen» fue solidarizarse fraternalmente con la lucha del pueblo mapuche –lucha justa, pacífica, legítima– en defensa de sus tierras ancestrales.
Post scriptum.— Aclaro, por si acaso, que no era mi intención «descalificar» a San Martín, ni nada semejante, más allá de que, como socialista libertario, obviamente no pueda compartir muchas de sus ideas y opiniones liberal-conservadoras, y de que sienta más empatía ideológica con otros criollos rioplatenses de su tiempo, que eran decididamente jacobinos (como Castelli), o incluso afines al socialismo utópico (como Echeverría). Valoro inmensamente la brega de San Martín contra el absolutismo monárquico, la dependencia colonial y otras formas de opresión, como la trata de esclavos, la mita, el yanaconazgo y la Inquisición. Sólo traje a colación su carta sobre la revolución del 48 a los fines ilustrativos que están expuestos en la columna, a saber: dejar en evidencia la doble vara de la derecha argentina, en lo que a la presencia de la ideología y la política en las escuelas se refiere.
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