Los días felices

Feb 28, 2016 Ricardo Nasif Opinión Comentarios desactivados en Los días felices

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Estornudo a cada rato y me froto la tierra contra los ojos en el asiento de atrás de la break. Mi mamá me mima y me mira por el retrovisor. Tengo 6 años, ella casi cuarenta más que yo. No sé si poseo conciencia histórica, probablemente no, pero el dato objetivo es que he vivido toda mi existencia en dictadura, mi vieja en cambio: casi la mitad de la Década Infame, los días felices del peronismo, los largos años de la proscripción -con sus interrupciones de democracia trucha y Estado de facto-, la vuelta del General, la muerte y más muerte.

1983. Ordeno las fichas una tras otra, sin alfabeto, a medida que mi vieja me las pasa. Ella maneja por la calle Nueva hasta el fondo y después por el camino de polvareda hasta el cruce de la calle del Manzano, luego Los Sauces, Villa Seca y desde ahí a Los Árboles. Cada tanto nos bajamos del Renault 12 y frente a las casas –esas que los marginadores llaman ranchos- mi madre golpea las manos, siempre sale alguien, siempre una mujer sonriente que nos da dos besos a cada uno mientras los perros nos hociquean. El “buen día, como le va” y el “bien nomás y usted señora” se repiten casi invariablemente en cada uno de los hogares con parral al norte; la pobreza, la calidez y el mate aguado y muy dulce también. Las charlas están como ritualizadas, comienzan por lo cotidiano, luego un raconto de la vida de los familiares, la novedad de algún muerto, la consulta rigurosa por mi padre y finalmente Doña Iris convenciendo a la dueña de casa sobre la necesidad de afiliarse al peronismo. Vuelven las elecciones. Todas le dicen que sí a la señora del doctor, sin reparos ni excusas.

Junto las fichas una tras otra en el asiento de atrás, en el medio de los saltos del auto y el polvo -que se mete entre los burletes de las puertas- por los caminos de tierra. Reviso las cartulinas rectangulares de vez en cuando, leo el Apellido y Nombre de las compañeras, los números de DNI y fácilmente descifro las firmas con pulso de niñas. Porque algunas saben leer, muchas, la mayoría con vergüenza se disculparon por no ser de letras y allí mi vieja las sacó del paso con ternura única y una almohadilla entintando el pulgar derecho, para terminar impreso en la ficha del Partido.

Con la campaña de afiliación del PJ por la vuelta de la democracia comencé lo que varios años más tarde entendí como la militancia. Meses después, recibí la primera paliza electoral de mi corta vida política. Los radicales nos revolcaron a nivel nacional, provincial y municipal. A chicote alzado -como repetía un vecino-, Alfonsín, Llaver y Vendrell imponían sus nombres en las boletas blanco y negro de la UCR que se apilaban frente a nuestra desazón, en una escuela de Vista Flores donde la apoderada -mi vieja- conducía a las fiscales peronistas en tan adverso escrutinio.

Inevitablemente fui peronista. Sí, yo siempre me metí en política. Peronista, como mis viejos, como mis abuelos lencinistas, como Perón, como Evita, como los obreros y obreras de mi pueblo. Naturalmente peronista primero -como a quién le ponen un nombre de por vida y lo empapan con agua sacramental- más reflexivo y crítico luego, pero siempre peronista, incluso en los tiempos más escépticos.

No elegí el árbol de mi genealogía política, ni arranqué –aunque quise- páginas de la historia. Allí están los descamisados del 17 de octubre, los líderes de los sindicatos, las mujeres de la Rama Femenina, Homero Manzi, Discépolo, Ramón Carrillo, Jauretche, Nelly Omar, el Mono Gatica, la Olga Saiz y Don Felipe Rosas, también Vandor y los asesinos Margaride y López Rega. Porque todos ellos se autodesignaron peronistas. Protoperonistas del GOU, ortodoxos, peronistas de Perón, peronistas sin Perón, peronistas de Evita, peronistas del primero, del segundo, del tercero y hasta del cuarto peronismo. Peronistas no: ¡justicialistas!, de la resistencia, montoneros, de Perón, Evita y la Patria Socialista, ni yanqui ni marxistas: ¡peronistas! Peronistas del movimiento y el partido, derecha, izquierda, centro, menemistas, duhaldistas, kirchneristas. Hecho maldito del país burgués, incorregibilidad de la historia, sentimiento inexplicable. Peronismo, con sus santas milagrosas y sus hijos de puta, el único movimiento político argentino que transformó la vida concreta del pueblo, e hizo más soberana e independiente a nuestra patria, con avances, retrocesos y revueltas hacia adelante.

Después de cumplir 18 años me afilié dos veces al Partido Justicialista, pero nunca salí en los padrones. Los mismos dirigentes mendocinos que hoy son titulares del peronómetro eran entonces –en los ´90- los dueños del filtro. Con los años de desbande menemista perdí todo interés en ser parte de un aparato cerrado que sólo le servía a los burócratas expertos en la rosca de un partido chico.

El lunes pasado fui al acto de la agrupación La Néstor Kirchner en Mendoza. Me embebí – más bien me sopé- en la nueva y repetida liturgia. El discurso de Guillermo Moreno convocando a afiliarse al peronismo me pareció conmovedoramente impecable. Me acordé mucho de aquella madre de siete hijos, con su niño de 6 años en el R12, rehaciendo el padrón que destruyeron los milicos genocidas, recorriendo casa a casa el nuevo camino a la democracia.

Me dieron ganas tremendas de volver a afiliarme. Antes de ayer se lo conté a mi viejita de casi 80 años. No me dijo ni qué bien ni qué mal, aunque se le iluminó la cara, como en los días felices.

happy wheels

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