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May 18, 2015 Eduardo Paganini Opinión Comentarios desactivados en Mendoza + teatro + monólogos = Mendólogos
A veces uno se cruza con el teatro, esa rara avis de la provincia que reúne trayectoria, acontecimientos, personalidades, galardones, pero no logra superar la dermis quitinosa del medio pelo menduco e impactar en su sensibilidad como para ocupar el sitio de relevancia que ha ganado hace rato, pero que la distracción colectiva perdura en postergar.
Tan es así esta sensación de invisibilidad que se le otorga al género que el circunstancial arribo al edificio donde se pone en escena la obra resulta útil como cifra, como símbolo del tratamiento inmerecido pero otorgado a la actividad dramatúrgica: el Le Parc vivía el ocaso de su exitosa exposición de gliptodontes y maquinarias ingeniosas cuyo nombre comercial suelo olvidar, a pesar del caluroso, financiado y sostenido apoyo de los ámbitos oficiales, los últimos niñitos salían acompañados por ojerosos padres que quemaban el incienso de sus paciencias en el altar de la puericultura, innumerables tiendas, tolditos y carpas cerraban sus ofertas de choripanes XXL, ovillos de azúcar, juguetitos de plásticos, la colección completa de los bichos que no se agotaran cuando el estreno de Jurasic Parc XXXIVVV, juguitos, bebiditas y garripiñadas… Las luces se habían apagado, el ámbito comenzaba a tomar el barniz del desierto urbanizado. El éxodo parecía total y fatal. La primera duda me asaltó al instante, culpando otra vez a ese personaje de apellido germánico que suele juguetear con mis neuronas y su información. Para colmo de confusiones, el muchacho que debería cobrarme el estacionamiento callejero, se negó a hacerlo porque estaba seguro de que “se terminó todo acá”… Así como se lee y como lo digo: no me quiso cobrar porque entendía que ese estacionamiento que él debería custodiar no ingresaba en el marco de las regularidades establecidas. Si se equivocó o no, en este punto es secundario: el ñatito no quiso recibir una moneda que entendía no le correspondía! ¡¡pudiendo hacerlo y sin consecuencias ni conocimiento del perjudicatario!! Es interesante preguntarse: ¿Cuántos en estos pagos, que se tildan de ‘buen vecino’ son capaces de semejante talla ética? Con el agravante de que cuando quieren señalar agentes de riesgo, sospechosos o peligros sociales apuntan sus mentes contra los cuidacoches, contra los trapitos. Pero este no era el tema de la nota, aunque no por ella podía callarlo.
Volvamos al escenario, con mayor rapidez que la que merece una untada de mostaza en su súper pancho, los quioscos fueron desbaratándose visual y materialmente, el espacio de recepción, ingreso y acceso a las salas de exhibición y espectáculos estaba a oscuras, vallado, cerrado algún paso habitual a su interior. La soledad, el silencio y la oscuridad eran claras señales: había equivocado el sitio de la obra de teatro. Se intensificó este temor cuando un viandante dialogaba con la señorita de la mesa de atención al público muy preocupado porque le incomodaba muchísimo saber que iba a ser el único espectador del espectáculo que venía a ver, la joven dama muy profesionalmente lo calmó indicándole que muchos más iban a compartir ese espectáculo con él. Afirmación que volvía a debilitarse con solo girar la cabeza y ver el vacío demográfico jugando con el racimo plástico que nos dejó Le Parc para impresionarnos.
Afortunadamente entre espacio vallado y sector cerrado, apareció un cartel que nos decía: Mendólogos y un cartelito adosado que aseguraba: viernes 15; 21.30 hs. Bueh, era cierto nomás, afortunadamente. Detrás de ese abandono escenográfico, del silencio y la oscuridad íbamos a poder acceder al viejo juego de luces, movimientos y voces.
Este viernes 15 comenzó, en segunda edición, una serie de cuatro puestas en escenas sucesivas e irrepetibles que se aglutinan bajo el título de Mendólogos, cuya idea original pertenece a Francisco Suárez, actor y docente oriundo de la ciudad de Buenos Aires, que efectuó la dirección general de la obra, además de ocuparse de uno de los monólogos.
La estructura es simple, pues consiste en una sucesión de cuatro actores del elenco (Gustavo Cano, el carpintero siniestro; Pablo Correa, el joven atribulado; Francisco Suárez, el boxeador conflictuado; Jessica Echegaray, la modista abandonada) más otro a cargo de un actor especialmente invitado (Adrián Sorrentino). La simpleza se pierde cuando en esos pocos minutos de parlamento cada personaje representado permite entrever un complejo mundo personal que se mueve entre las contradicciones vitales que nos asaltan en nuestra existencia. La tensión entre el dolor y la apariencia, la convención social y el deseo, el amor y el odio, vivir, morir o matar, son líneas trenzadas entre las escenas que pueden tomar indistintamente tanto el brillo de la comedia como el claroscuro del drama o bien las oscuridades de la tragedia. Es teatro universal pero con voces y figuras mendocinas, están allí escondidos todos aquellos arquetipos que cimentaron la actividad desde sus orígenes, pero aquí con la calidez y la vecindad que otorgan el carpintero del barrio, la modista de la otra cuadra, los pines de la Federación de box, el joven nostálgico… Probablemente provocan nuestra carcajada, porque no nos animamos a tratar de vislumbrar qué hay en realidad detrás de esa situación risible. Las pantuflas y el overol no pueden esconder la solemnidad nefasta que yace en la tragedia latente.
Capítulo aparte merecen los artistas invitados, el actor Adrian Sorrentino y la cantante Mariana Paraway, en principio porque esta categoría indica cierta distinción con respecto a la globalidad del espectáculo, por un lado, y la libertad de poder apartarse del tono y la línea general con el que se gesta la obra. En efecto, Mariana Paraway reoxigenó al público con sus entradas, y acompañada de su guitarra desplegó una cautivante voz melodiosa y calma con diversos temas que según dicen los que saben debemos clasificarla como perteneciente a la línea musical del indi. Temas en español, en francés y en ingles tuvieron a pesar de su diversidad lingüística y cultural la impronta unificadora de esta onda tranqui y suavizadora.
El otro invitado fue el actor Adrian Sorrentino que armó un monólogo de diferente esencia que el resto, ya que el suyo estuvo más cerca del monologuista locutor que dialoga con el público que el que generaron los actores precedentes que ficcionaron una situación. Claro que Sorrentino recurrió —y con excelente nivel— a varias herramientas expresivas y comunicacionales que enriquecen ese tipo de monólogo: incorporación de situaciones ficticias por medio de la narración o bien la representación de voces imitadas, el canto, la danza, el tete a tete con el público allí presente (inclusive se dio el gusto de reiterar su ingreso, porque no lo había satisfecho el primero). A esas herramientas le agregó ingredientes personales que intensificaron la calidad de su trabajo, la originalidad de su enunciado, la desinhibición en el tratamiento de temas tabúes para un amplio espectro de la sociedad mendocina, la evidencia de una alta responsabilidad laboral de modo que lo que suele denominarse “detalles” no generen errores sino que por el contrario refuercen el espectáculo (vestuario, maquillaje, modulaciones en el canto, gestos y movimientos especialmente visible en los pasos de baile). Aquí cabe especial mención la cuota de humor de autocrítica que esgrime y que obliga a ubicarlo en el escaso espacio del humorista inteligente.
Mendólogos nos espera por tres viernes más en las salas teatrales del Complejo Cultural Le Parc de Av. Godoy Cruz y Mitre en Guaymallén, Mendoza.
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