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Oct 09, 2016 Eduardo Paganini El Baúl Nacional Comentarios desactivados en Muerte y resurrección de la Editorial Losada
La editorial Losada empieza a renacer de sus cenizas. Cualquier lector inadvertido puede saberlo al entrar en una librería y encontrar, junto a una edición mohosa de Bouvard y Pécuchet, otra del mismo sello, con tapas llamativas, tipografía y diseño modernos. El contraste simboliza el regreso de una de las editoriales más antiguas del país —la número cuatro de acuerdo con el registro de la Cámara del Libro—; que vivió su temporada de esplendor entre la fundación, en 1938, y la primera mitad de los años sesenta.
Todo empezó al estallar la Guerra Civil Española. Cuando se produjo el alzamiento de Franco, Gonzalo Losada —nacido en Madrid el 6 de mayo de 1894— era el jefe de ventas en la Argentina de la editorial Espasa Calpe, en cuyo catálogo destellaba la célebre colección Austral. Republicano e idealista, Losada decidió independizarse porque “imprescindible evitar que la destrucción de España afectara la cultura hispana. Buenos Aires debía ser el centro editorial del continente”.
Hipotecó su casa, vendió el auto, y junto con Guillermo de Torre —casado con Norah, la hermana de Borges— Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso, Francisco Romero, Teodoro Becú y Lorenzo Luzuriaga, formó el primer directorio de Losada S.A. Cada uno de los colaboradores se puso al frente de una colección con el criterio de publicar buenos libros sin tomar en cuenta si al principio se vendían o no. Don Gonzalo solía definir los best-sellers “como un buen negocio que paga la ignorancia”. Algunas de las colecciones se convirtieron, al poco tiempo, en el santo y seña de toda la comunidad intelectual latinoamericana: La Pajarita de Papel —que introdujo en la lengua castellana a Kafka, D. H. Lawrence, Rilke y Katherine Mansfield—, la Biblioteca Contemporánea, el célebre catálogo de Poetas de España y América, donde, una vez que Pablo Neruda y Rafael Alberti abrieron el fuego, todos trataban de encontrar un espacio.
Los primeros títulos de la editorial salieron de la Imprenta López en julio de 1938. La lista es demostrativa del criterio de calidad con que se encaró la empresa: La agonía del cristianismo de Miguel de Unamuno, el Romancero gitano de Federico García Lorca, La metamorfosis de Franz Kafka —en traducción de Borges—, la Teoría del conocimiento de Hessen, el Poema del Mio Cid, Pepita Jiménez de Juan Valera, El lugar del hombre en el cosmos de Max Scheler y La vida de las abejas de Maurice Maeterlinck. De allí en más, hasta la irrupción del “boom” narrativo latinoamericano, el sello de Losada —una L mayúscula de cuya base brotaba un gajo de laurel con cinco hojas, como símbolo de libertad— descubrió a los lectores del continente algunas secretas corrientes del pensamiento: reveló a Saussure mucho antes que en Francia y Estados Unidos, a César Vallejo, a Miguel Ángel Asturias, a Roa Bastos, a Gide, a Conrad.
Por amistad, por afinidad política o por mero deslumbramiento estético, Losada cobijó a casi toda la generación española del ‘27: Alberti, García Lorca, Aleixandre, León Felipe. Más tarde, y para reflejar la cultura francesa de posguerra, aparecieron los grandes títulos del existencialismo. Junto a las obras completas de Jean-Paul Sartre y Albert Camus, Losada dio también a conocer a los padres del naciente neorrealismo italiano: Cesare Pavese, Vasco Pratolini, Elio Vittorini y Alberto Moravia. La editorial funcionaba en un hospitalario edificio de la calle Alsina al 1100, del que los traductores autores entraban y salían a toda hora. En 1974 se habían publicado ya dos mil títulos que sumaban unos cuatro millones de ejemplares vendidos. Según el fundador, la alianza del éxito con la calidad confirmaba que los libros impresos en la Argentina podían dar cien veces la vuelta al mundo.
Mabel Peremarti, secretaria de don Gonzalo desde 1957, era una adolescente cuando una vez por mes se vestía de gala para ir a los banquetes que la editorial organizaba en Harrods. En los salones más paquetes de Buenos Aires solían sentarse a la misma mesa Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Oliverio Girondo, Norah Lange, Pablo Rojas Paz y Francisco Romero. Treinta y cuatro años después, en su escritorio de la calle Moreno —adonde se mudaron en 1982, poco después de la muerte de Losada—, Mabel Peremarti evoca los tiempos felices con un destello en los ojos verdes. Mira en derredor: la oficina está poblada por muebles antiguos y una enorme biblioteca. La atmósfera se parece —dice—, a la de la editorial Gallimard, en París. Sobre don Gonzalo podría hablar horas sin pasar un solo elogio por alto: su olfato editorial, su perspicacia comercial, su vocación literaria. Pero cuando llega la una del mediodía. Mabel se convierte en un reloj. Se pone el abrigo y sale a almorzar. Mientras camina, parece que se le fuera cayendo la nostalgia.
Los pasillos también están sembrados de recuerdos: entre cajones destartalados y fotos sepiadas de Azorín, Miguel Ángel Asturias, Raúl Soldi y Juan Ramón Jiménez, una mujer escribe a máquina con un delantal celeste como el de las maestras. Cerca, el visitante descubre a Alberto Díaz, director editorial de la empresa y uno de los pocos recién llegados. Díaz trabaja desde hace década y media en el mundo de los libros y conoce la historia de Losada casi tanto como Mabel. Con una voz que nunca se altera, rescata el sesgo latinoamericano del fondo editorial. “Losada no sólo publicó a José María Arguedas y a Jorge Amado —explica—. No sólo difundió a José Eustasio Rivera, Sábato, Neruda y Roberto Arlt. También fue de las primeras en apostar al mercado continental: tuvo casas propias en Chile, Uruguay, Perú y Colombia, y jamás abrió una en España.”
Esa forma del riesgo fue posible hasta la mitad de los 60. Al comenzar el apogeo del estructuralismo francés y del “boom” narrativo latinoamericano, el mundo editorial cambió de manera drástica: se fortalecieron las editoriales españolas y mexicanas, la economía argentina se tomó inestable hasta la alucinación y cada vez se hizo más difícil competir. Para colmo, el fundador de la editorial se retiró en 1979 y murió dos años después casi nonagenario.
Quien sucedió a don Gonzalo fue el hijo que lleva su mismo nombre. En 1990, la mayor parte del paquete accionario pasó a manos de otro español, José Juan Fernández Reguera.
Los nuevos vientos soplaron rápido. Un nuevo diseñador, Alberto Diez —casi homónimo del director editorial—, modificó las portadas de casi todas las colecciones históricas a un ritmo frenético: se reimprimen cuarenta títulos por mes, con una tirada mínima de dos mil ejemplares.
Fernández Reguera lleva ese ritmo en la sangre. Llegó a Buenos Aires cuando tenía cuatro meses, pero el acento hispano sigue brotando de su conversación, como si nunca hubiera salido de Madrid. Al completar el secundario compró un quiosco de diarios y revistas en la terminal de trenes de Retiro. Es un típico “self made man” y eso lo enorgullece. Vendía tanto que a los pocos años se decidió a comprar al por mayor y armar una distribuidora. De allí a convertirse en editor sólo había un paso.
Empezó con los posters y siguió con los fascículos. Una semana antes de la final Argentina-Holanda, en el Campeonato Mundial de 1978, pensó que “quien pega primero pega dos veces” y lanzó un tiraje mayúsculo de una lámina que proclamaba Argentina campeón. Todavía recuerda cómo se le paralizó el corazón cuando un remate de los holandeses pegó en el palo. El éxito de aquella empresa lo convenció de que el riesgo debía ser su divisa. Compró lo que quedaba del cine Lorraine y al enterarse del pedido de quiebra de Losada resolvió meterse en lo que describe como “un lío. Quiero probar que, en este país, la cultura es negocio”.
El nuevo dueño de Losada espera sanear las finanzas de la editorial antes de crecer. No pierde de vista los modelos europeos. “Allí —dice—, se han conformado grandes grupos que abarcan desde la televisión, los satélites, las cadenas de diarios y radios hasta los libros. Hay que hacer lo mismo. Si no nos adaptamos a los tiempos, podríamos desaparecer”.
Ilustración de Silvio Baldessari para el Catálogo 1973 de la Editorial. Sobre el artista plástico puede verse http://www.abebooks.com/Poesias-Antonio-Machado-Editorial-Losada-Argentina/12309705523/bd
1942. La casa de Alsina se abre a escritores. Gonzalo Losada (a la derecha) conversa con Ricardo Rojas y Frida Shultz. [Foto del artículo original]
Otra fiesta en la editorial. Un exultante Losada con Sara Tornú de Rojas Paz (de sombrero), Ezequiel Martínez Estrada (de sobretodo) y una despampanante Norah Lange. [Foto del artículo original]
Referencias:
[a] Para una síntesis histórica de la Editorial puede consultarse https://es.wikipedia.org/wiki/Editorial_Losada. para actualizar información (al 2013) puede leerse http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/editorial-Losada-festeja-resistencia-grandes_0_991701093.html.
Al día de hoy, la página identificada como Editorial Losada solo contiene, raramente, detalladas instrucciones para desarrollar un juego de azar.
[b] Politóloga y periodista de nacionalidad argentina nacida en EEUU (1970). De vasta trayectoria en los medios gráficos, radiales y televisivos.
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