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Abr 17, 2016 Ramón Ábalo La Pata Semanal Comentarios desactivados en Terrorismo de Estado en Mendoza: la gran tragedia latinoamericana (II)
Pese a que el pueblo conoce en detalles cómo fue tramado y ejecutado el más siniestro proyecto de destrucción y entrega del país, aún le es difícil concebir y tomar conciencia del precio que ha debido pagar en orden a lo humano, que ha sido -y es- una verdadera barbarie, UN GENOCIDIO. Es la gran tragedia argentina, sin precedentes en su pasado, ni siquiera aquél tumultuoso de la anarquía durante más de un decenio.
La dimensión de esta barbarie es tan tremenda y demencial que nos demandaría, en el afán de las exactitudes, un esforzado espigamiento en nuestro lenguaje cotidiano -en esta escritura- para encontrar los signos y las claves transmisibles que nos permiten golpear la conciencia, conmover los espíritus e insertarlos en uno de los periodos más crueles, inhumanos y desgargantes de la historia de los argentinos.
Escribir, relatar en parte esta tragedia nos exige el tremendo esfuerzo de encontrar una retórica espartana, de modo tal que no se nos identifique con la pasión. Pero cómo evitarla, si tenemos pasión y empecinamiento por la verdad y las justicia. Cómo no indignarnos una y otra vez, a cada letra, a cada palabra, a cada frase, que van armando esos testimonios indiscutibles que transcribimos como si estuviéramos reeditando todo el dolor y el terror de quienes lo padecieron. Pero nos esforzamos porque nuestra indignación – tan legítima como esa pasión y ese empecinamiento – no desmerezcan el valor testimonial propio y de gran parte de la sensibilidad humanista del mundo. Se levantaron voces cínicas como la de los principales genocidas rumiando soberbia y cinismo, en un menosprecio tal por el pueblo argentino, como si fuéramos fósiles, sin carnadura, sin contenido anímico y mental, doblegados por un fatalismo histórico inexorable e irreversible.
Así, seguramente, lo pensaron los planificadores y ejecutores de este plan siniestro, cuya trascendencia, como lo dijo JULIO CORTAZAR en el llamado Coloquio de París en 1980, deviene de una esencia diabólica. Sin desechar para nada este concepto metafísico del gran escritor argentino, la fuerza de las acciones de denuncias ha entrado, hace años, en la etapa de analizar dialécticamente la historia, como esas constantes que muestran al hombre en una lucha permanente contra los delirios aberrantes de grupos que distan de lo humano, constituidos en castas de poder y prepotencia. Como el fascismo y el nazismo, instaurados desde hace un siglo el más sucio bebedero ideológico en que se inspiran las desencadenantes de las modernas tragedias como la Segunda Guerra Mundial, Corea, Vietnam, Medio Oriente, África y Asia, y la de esta América Latina de las venas sangrantes.
Solamente la II Guerra Mundial significó la muerte violenta de 36/40 millones de seres humanos y 28 millones de mutilados y literalmente la destrucción de medio planeta. No obstante, ese fascismo fue aplastado, derrotado en los campos de batallas. Pero de inmediato reapareció, mediante el imperialismo y el colonialismo capitalista, tan monstruosos en sus delirios de dominio mundial como aquellos de Hitler, Mussolini, Franco y tantos más. Es el imperio de las multinacionales con centro en los Estados Unidos de Norteamérica, y con base no menos poderosas en los países industrializados de Occidente -Europa en general- y el Japón.
Este nuevo fascismo ha encontrado sus mejores aliados en lo interior de cada país, de cada región a los que intenta subyugar. Esos aliados son las oligarquías respectivas, las altas capas de la burguesía atadas a los intereses de aquellas, especialmente agrarias, exportadoras de materias primas. Clases sociales adheridas al postmodernismo: unas directamente neoliberales, fervorosas creyentes de la propiedad privada, en cuyo altar el rito mayor es el sacrificio real, morigerando -o abjurando- de sus antiguas utopías, promoviendo la democratización y globalización de la pobreza. (Seguirá).
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