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Jun 12, 2016 Eduardo Paganini El Baúl Nacional Comentarios desactivados en Don Juan de Garay y el cartero
Por la carta que el teniente de gobernador Juan de Garay dirige a la “Sacra Católica Real Majestad”, o sea el rey Felipe II, fechada en Santa Fe el 20 de abril de 1582, nos enteramos de la preocupación de este monarca, tan atareado y minucioso por los fenómenos celestes que acaecen en América.
Las comunicaciones eran entonces muy precarias y trabajosas. Los sacos de correspondencia embarcados en España con destino a las Indias Occidentales tardaban cerca de tres meses en cruzar el mar Atlántico, siempre que el buen tiempo acompañara la navegación de los veleros y no fueran asaltados por piratas. Los sacos desembarcados en Tierra Firme eran transportados a lomo de mula a los diversos lugares señalados. Según la distancia a recorrer, los azares del camino y la mudanza del tiempo, la travesía terrestre duraba días, meses o años. Se explica que el rey Prudente enviara con antelación, o sea el 3 de junio de 1580, el pliego que anunciaba a sus súbditos el eclipse lunar que tendría lugar en el cielo americano en el mes de julio del siguiente año, mandando que fuera observado y comunicado a la Casa del Océano en Sevilla.
Por la carta-contestación de Garay a la “Sacra Católica Real Majestad” sabemos que el pliego arribó a la Ciudad de los Reyes y que el virrey del Perú don Martín Enríquez, con fecha 2 de junio de 1581, lo envió al corregidor de la Villa Imperial de Potosí, quien, a su vez, lo remitió el 15 de diciembre de ese año al teniente de gobernador del Río de la Plata Juan de Garay, que, a la sazón, se hallaba en Santa Fe. Constatamos, pues, que el mentado pliego tardó en llegar a sus manos algo más de dos años. Transcribimos: “… en lo que Vuestra Majestad manda que tuviese cuenta del eclipse lunar que hubo el año ochenta y uno a quince de Julio sábado a media noche, poco más o menos, por haber ya pasado no se pueden hacer las diligencias que Vuestra Majestad manda”.
Por su carta-contestación comprobamos que en ese día de julio se hallaba en la ciudad de la Trinidad y que acaeció el eclipse lunar.
Nos preguntarnos, curiosamente, si el eclipse fue total o parcial, si los pobladores lo contemplarían o bien, corridos por el frío invernal, se hallarían en sus ranchos y bien arropados en sus lechos.
Lamentamos que el Fundador nada más informe sobre el eclipse de luna. Cotejando otras informaciones del propio Garay nos enteramos de que los indios de servicio, los guaraníes traídos de Asunción, en una noche escaparon de la ciudad de la Trinidad-Puerto de Santa María de Buenos Aires. No es aventurado pensar que el mago y hechicero Chiró, llamado Payeahopa por sus hermanos, estuviese en comunicación con los espíritus y los astros que vagan por el espacio y supiera con antelación, igual que el rey Felipe, que Yasí, la luna guaranítica, quedaría un buen rato oculta para los ojos de los mortales. Él conocía la influencia de la hermosa Yasí sobre la tierra; su imán regía el flujo y reflujo de las aguas, despertaba el amor y el deseo en hombres y bestias, regulaba los nacimientos, el crecimiento de seres, plantas y cosas.
Imaginemos hallarnos en esa noche del 1 de julio de 1581 en el incipiente poblado de la Trinidad. El frío arrecia. La luna llena, esplendente, brilla en el cielo. Caminos de plata rielan sobre el estuario y como estrellas titilan los techos de paja, los charcos de agua y el barrial que abundan por el poblado.
Después de rendido el cuarto de modorra los perros cesan de ladrar y, atemorizados, entrecierran los párpados y ocultan los hocicos bajo sus patas. La naturaleza toda está en suspenso. Algo mágico, misterioso, ocurrirá en el cielo. La tierra se interpondrá entre la luna y el sol y, poco a poco, el incomparable astro de la noche entrará en la penumbra y se anegará en el cono de sombras que ya se proyecta en el firmamento.
Payeahopa Chiró, postrado de hinojos, invoca la protección de su dios Tupa. Le ruega que el oscurecimiento de la bella Yasí dure largo rato para que ellos, los guaraníes cautivos de los blancos, puedan escapar del inhóspito poblado de la Trinidad. Mucho sufren del intenso frío y de las heladas neblinas de esta ciudad-puerto y, desde -que arribaron, planean escapar y retornar a las floridas, templadas y cálidas tierras del Paraguay.
Yasí, la hermosa luna, entró en la penumbra… Payeahopa Chiró hace una seña a sus hermanos. Todos se arrastran por el suelo como culebras y se meten en el hoyo que cavaron al pie de la empalizada y ya, del otro lado, echan a correr con todo lo que les dan sus piernas.
Los indios son buenos corredores, muchas leguas tendrán que andar para llegar al Paraguay. ¿Cuántos quedarán por el camino? ¡Oh! Tal vez únicamente el hechicero Chiró pudo alcanzar la tierra de sus añoranzas.
Garay, en su carta-contestación al rey Felipe II, no menciona este suceso y le informa: “Al Real Consejo de Indias escrivo largo de todo y de las necesidades y trabajos desta tierra, suplico a Vuestra Majestad, por amor de Dios, les manda Vuestra Majestad lo vean y provean con toda brevedad, como más convenga al servicio de Dios y de Vuestra Majestad y salvación de tantas ánimas como hay en esta tierra sin haber quien les de lumbre y predique el Santo Evangelio, porque hay tres pueblos de cristianos sin ningún sacerdote y los que hay en las otras dos ciudades son de más de a setenta y a ochenta años”.
Sin nombrarlas, nos enteramos que a más de la Asunción, cuatro ciudades se fundaron en la provincia del Río de la Plata. Corresponden personalmente a Garay las fundaciones de Santa Fe “con ayuda de setenta y seis pobladores, los siete españoles, los demás nacidos en esta tierra” y la de la Trinidad que “fundé con sesenta compañeros, los diez españoles y los demás nacidos en esta tierra”.
El Fundador, en su carta al rey Felipe, le da someramente noticias de cuanto ha hecho, noticias que ampliará en la carta que anuncia y dirige al Real Consejo de Indias con la misma fecha 20 de abril de 1582, en la ciudad de Santa Fe.
Esta carta más extensa no tiene desperdicio y aunque no enuncia los hechos en orden cronológico, da un panorama integral de la Conquista y de la vida de Juan de Garay, abarcando todo aquello que hizo posible “abrir puertas a la tierra”. No la glosaremos íntegramente pero sí destacamos lo que escribe: “… de cómo el licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón se había casado con doña Juana de Zárate Yupanqui y de cómo me había dado sus poderes” y “… de cómo el Virrey Don Francisco de Toledo, por sus fines, lo había molestado y perturbado su entrada en esta tierra”. Leyendo entre líneas se adivinan los entretelones de esta boda y sus consecuencias, las cuales, como un buen hado, favorecieron a Juan de Garay, pues el flamante adelantado de Vera y Aragón, detenido en Chuquisaca, le nombró teniente de gobernador, “conviniendo en que en nombre de Su Majestad y en el propio, le autoriza a poblar en el puerto de Buenos Aires una ciudad intitulándola del nombre que le pareciera”.
En la siguiente hoja nos detenemos ante lo que escribe Garay a los señores del Consejo de Indias. “Este verano pasado por el mes de noviembre salí de la ciudad de la Trinidad a correr la tierra”.
Su pluma adquiere un tono eufórico levantado, al describir su excursión sureña de más de sesenta leguas. Sus referencias sobre la costa, la campiña, el ramo de cordillera que baja de la tierra adentro y que “legua y media de la mar se acaba” y “que, en algunas partes, descubre pedazos de peñascos donde bate el agua y en aquellos peñascos hay gran cantidad de lobos marinos” concuerdan con la costa que baña el Atlántico y situamos a Mar del Plata, cabo Corrientes, los acantilados, las rubias playas; en cuanto al “ramo de cordillera que baja. de la tierra” es la hoy nombrada Sierra de Balcarce.
Garay escribe: “Es muy galana costa”. “Hermosa palabra, galana”. Deriva del vocablo celta “gal”, que significa alegría, y de galán, galanura, sinónimos de hermosura, garbo, realce, disposición armoniosa que da complacencia al mirar.
Queé mayor belleza puede ofrecerse a nuestros ojos que descubrir el mar desde la loma y qué incontenible euforia se apodera de nosotros al pisar las rubias playas, trepar por los peñascos y entrar y sumergirnos en las azules o verdosas aguas del mar Atlántico. Euforia y alegría fluyen de ese encuentro del Fundador con “la mar” y con esa “muy galana costa”. Sus palabras deberían salvarse del olvido y, como homenaje, figurar en nuestra cartografía: “Mar del Plata, la muy galana costa”.
Algunas personas, quejándose del clima húmedo y tan cambiante de Buenos Aires, me han dicho: ¡Qué torpeza la de Garay no haber fundado nuestra capital frente al mar, pongamos por caso en Mar del Plata!
Para contestarles recurrimos a la manida frase de Ortega y Gasset: “el hombre y su circunstancia”. La circunstancia no era entonces propicia para fundar una ciudad tan alejada de Santa Fe. La nueva ciudad necesitaba de su socorro y también comunicarse con las ciudades del interior que se encadenan y se prestan mutuo socorro desde el Perú. Mar del Plata era tierra virgen, inexplorada. Intuimos que si la muerte no hubiera sorprendido tan tempranamente a Juan de Garay, él hubiera fundado otra ciudad-puerto y esta vez en la “muy galana costa” y frente a “la mar”.
Infatigable jinete, todo nervio y empuje, él es el prototipo de conquistador conquistado por la tierra que puebla y civiliza. Conmovedoras son sus palabras: “Yo he servido en los Reinos del Perú y en esta tierra a Vuestra Alteza sin ningunos aprovechamientos ni salarios como en otras partes tienen los capitanes. y gobernadores”. En su conquista del Río de la Plata todo lo ha dado y acusa su pobreza. Por eso pide se le haga merced “para ayuda de casar tres hijas que tengo que, a la persona o personas encomenderas de indios que con ellas se casaren, se les alarguen por Vuestra Alteza una vida allende de las que Vuestra Alteza les tiene señaladas en su encomienda pues yo no tengo que les poder dar sino el premio de los servicios que he hecho a Vuestra Alteza”.
Sus dos cartas fechadas en Santa Fe, el 20 de abril de 1582, fueron enviadas vía Perú. No sabemos cuánto habrán tardado en llegar a España, mas si que el Fundador no recibió contestación alguna. Escribirá, pues, otra carta, fechada 9 de marzo de 1583 en la Ciudad de la Trinidad y Puerto de Buenos Ares, en la cual reitera sus demandas, destacando que “había cuarenta años que estaba en Indias” y cuanto ha hecho. La novedad que acusa es que en su expedición sureña “hacia la parte de estrecho de Magallanes, por no llevar más de treinta hombres y pocos caballos no pude pasar adelante. Tuve mucha noticia de tierra rica hacia las espaldas de Chile y así me estaba aprestando para ir a más satisfacerme cuando llegó el gobernador de Chile Don Alonso de Sotomayor”.
La mítica Ciudad de los Césares y su encuentro era el pretexto para ir a descubrir la tierra y extender la Conquista. Más que ninguno, Garay valoró a las provincias del Río de la Plata, que muchos consideraban las más míseras de cuantas existían. Hombre emprendedor, generoso, con enorme capacidad de ensueño, no titubea en prestar ayuda al gobernador de Chile, el cual en su viaje vía el estrecho de Magallanes y con destino a Valparaíso, fue asaltado por piratas ingleses, que desvalijaron sus naves dejándolas a la deriva.
El Fundador escribe: “Será necesario para su buen aviamiento (se refiere al Gobernador de Chile Don Alonso de Sotomayor y Andía) dejarle sacar más de trescientos caballos que me harán falta, mas por entender que conviene tanto al servicio de Vuestra Majestad le he dado y daré todo el aviamiento posible conforme a la posibilidad de la tierra ansi de bastimento como de todo lo demás que fuera necesario que por ser tan nueva que habrá tres años que la poblé”.
La otra flotilla que traía de retorno a Buenos Aires al capitán Alonso de Vera y Aragón y al Reverendo Padre Rivadeneira también fue asaltada por piratas. El esperado “socorro” que éstos traerían a la población se esfumó y en vez de socorrer tuvieron que ser socorridos.
El infortunio no abatirá a Juan de Garay. Hombre estoico y recatado en su vivir se eleva, valientemente, por encima de la suerte y los fracasos. Su generosidad se contagia a los pobladores de Buenos Aires y de sus flaquezas sacan fuerza, dando a los recién llegados amparo y ayuda.
El gobernador de Chile también es de buena pasta y con los suyos, los trescientos caballos, criollos, víveres y armamentos que le da el Fundador, decide emprender por tierra las jornadas hasta el Reino de Chile. Divide su tropa en dos columnas. La primera sale bajo su mando y acampará a orillas del río Carcarañá a la espera de los demás soldados y del propio teniente de gobernador del Río de la Plata Juan de Garay, que con ellos embarcará en el bergantín Santiago.
Sabemos la triste suerte que le espera al Fundador.
El bergantín Santiago va repleto y llegada la noche echa anclas a orillas del Paraná y descienden a tierra unos setenta hombres, cuatro animosas mujeres y el propio Garay.
La noche está templada y es tan abierto el espacio donde acampan que todos prefieren pasar la noche al aire libre y, envueltos en mantas y capotes, se acomodan para dormir.
Desflecadas nubes corren por el cielo y van tapando las estrellas. Juan de Garay, fatigado y soñoliento, se tiende bajo un ceibo y se queda dormido.
Así, en el sueño, inerme, indefenso, cae sobre él el cacique Mañuá. Con la macana, arma india, golpea con todas sus fuerzas la cabeza del odiado blanco. Golpea el rostro, el pecho, los brazos, todo el cuerpo del invasor, hasta convertirlo en una masa informe, una sangrienta papilla de carne, de huesos, de músculos y vísceras deshechos.
Juan de Garay, el noble vasco, el brazo fuerte, el incansable jinete, el conquistador que todo lo dio, fue abatido por la muerte a los cincuenta y cuatro años.
Su obra persiste. Sus sueños de civilizador cristiano se han cumplido. Hoy, a los cuatrocientos años de la fundación de Buenos Aires, elevemos nuestros corazones argentinos para proclamar a todos los vientos su nombre.
¡Sus empresas, sus fundaciones y nuestras pampas ricas de mieses y ganados no podrán olvidarlo. ¡Dios guarde a Juan de Garay!
[i] Josefina Cruz, crítica e investigadora de la literatura argentina e hispanoamericana, hoy lamentablemente invisibilizado. Colaboró asiduamente en el Suplemento Cultural del Diario La Nación, prologó y seleccionó textos en EUDEBA. Fue autora de algunas ficciones como Doña Mencía, la Adelantada, 1960, novela histórica; Los caballos de don Pedro de Mendoza, 1968, y Mekhano, llevada al Teatro Colón como pieza musical. Además se registra su selección y prólogo de Cronistas de Indias, Buenos Aires, Ministerio de Cultura y Educación, 1970. EUDEBA, Colección Los fundadores de la literatura argentina. Para alguna información más puede consultarse http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/ponencias/reconstruccion-de-las-voces.pdf; o bien América sin nombre, nº 15 (2010) 15-29, ISSN: 1577-3442 / eISSN: 1989-9831 (dos artículos)
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