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Abr 19, 2020 Hugo De Marinis Literatura Comentarios desactivados en Tío Javier (II)
Javier nació en Barcelona pero en la década del cuarenta su familia huyó de la mishiadura franquista hacia San José de Guaymallén, en Mendoza. Más precisamente al callejón Garay, entre Emilio Civit y O’Brien. Supimos que el tío, de muy joven, fue parte de la legión de mendocinos que partió a New York a probar suerte. Por alguna razón buena parte de ese lote abandonó la Gran Manzana. Tal vez la vieron demasiado grande, no les gustó su ritmo, quizás los corrió migraciones. El asunto fue que varios eligieron dirigirse más al norte para hacerse la América. En 1982, los mendocinos dominaban el escenario entre los argentinos de Toronto y como de las mayorías se recela, los otros latinos empezaron a sospechar que habían formado una suerte de mafia. No podríamos corroborar si existió o se trató solo de un rumor. El tío Javier no tuvo que ver con ninguna mafia. Él se reconocía como alguien que había venido a laburar y comulgó con gente que vino a hacer lo mismo, lo cual no difería mucho de los que llegaron apremiados por otros motivos. Los canadienses, de cualquier manera, consideraban marginales a todos por igual sin que importaran los humos de cada grupo. Los laburantes y los que se identificaban con otras procedencias adherían sin distinción a la pasión trillada de los argentinos varones, el fútbol. Ninguno de nosotros se acuerda si el tío Javier simpatizaba con algún equipo del terruño. Uno sostenía que era hincha de Andes Talleres por los colores de su camiseta, que asociaba con los del Barcelona. Una especie de insignia esa lealtad que portaba con orgullo y les refregaba en la cara a los paisanos no descendientes de catalanes. Otro conocido afirma que se hizo de Talleres y no del club del barrio, Atlético Argentino, porque en el primero se practicaba hockey sobre patines. Según este relato se daba bastante maña en la especialidad; llegó a jugar en la selección provincial, una de las mejores del país. Un tercero señaló que otra actividad que lo atraía eran las carreras de caballos. Este amigo contó que conoció a Javier en el modesto hipódromo provincial cuando el tío se tomaba sus resuellos anuales en Mendoza. Una vez este hombre joven se ufanó de que el tungo que eligieron en conjunto había entrado al pescuezo del que ganó, que se perdió por un hilo. El tío con gesto recio lo corrigió al vuelo:
– Mirá hermano, esto no es deporte y aquí no hay ganadores morales.
Cierto que estas palabras no
le debían pertenecer; ¿quién no se adueñó alguna vez de lo ajeno? Él, que de
engreído no tenía nada, equiparaba la vida a las carreras de caballos. Si se
quiere, una metafísica de la perrera[i]. Ganar
o perderse. Vivir o morirse. Muy poco en el medio.
[i] Tribuna popular en el hipódromo (lunfardo).
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